Monografía monumental del crítico alemán Friedrich Gundolf (1880- 1931), publicada en Berlín en 1916. Para Gundolf, la verdadera personalidad de Goethe es un «quid» inefable que comprende vida y obras, es una realidad fisicoespiritual que implica la una y las otras en el mismo acto en que las trasciende. Para interpretar a Goethe es necesario siempre referirse a esta mística unidad, superando la posición del mero biógrafo y del mero crítico, cuyas investigaciones rebajan ora la vida, ora las obras, sin alcanzar la personalidad del poeta, su figura [«Gestalt»] completa. El intérprete sagaz de Goethe es, pues, el que sabe fijar los ojos en la esencia de esta síntesis ideal en que se funden la vida y el arte. En efecto, «para el biógrafo [de Goethe] las obras son testimonio del decurso de su vida y medios para conocer al poeta; para el crítico, la vida y los materiales que entran en la construcción de las obras no son sino los diversos atributos de una misma substancia, de una unidad espiritual y corpórea que aparece a un mismo tiempo como movimiento y forma».
En la obra de Goethe se actúa y manifiesta su verdadera vida porque «quien en el arte ve, no el objeto, la consecuencia y el fin de la existencia humana, sino una condición originaria de humanidad [«Menschentum»], éste ve también en las obras de los grandes artistas no las soluciones, las reverberaciones y las explicaciones de su vida, sino la expresión, la figura y la forma de esa vida misma, es decir, no ya una cosa que está detrás de la vida, sino que se adhiere a ella, coincide con ella y la supera; más todavía: es esa misma vida». Según la concepción de Gundolf — en quien actúan remotas sugestiones de Carlyle y de Nietzsche, del culto a lo heroico, y eficaces estímulos inmediatos del esteticismo que profesaba el cenáculo georgino de los «Blätter für die Kunst», al cual pertenecía el crítico — tienen gran importancia la palabra y la idea de «destino» [«Schicksal»]. «Sobre el destino de Goethe domina lo que él mismo ha llamado demoníaco… Lo demoníaco no es una fuerza que interviene desde el exterior; está indisolublemente ligado al carácter del hombre, como el concepto afín de genio». Goethe, como todos los hombres verdaderamente grandes, tiene su propio destino, una fuerza propia creadora y una figura propia: es el «hombre clásico». Cuando estudiamos a Goethe, «no es menester que expliquemos las obras por la vida, ni que ahondemos en sus obras para comprender su vida, pues ellas mismas son su vida». Debemos, pues, obtener sobre todo la intuición de su figura, fijar un punto fuera de su obra que nos permita considerar ésta como un todo.
Gundolf define el arte «como una forma primaria de la vida», pero parece dudar de su autonomía; desconfía del análisis objetivo de las obras como cosas acabadas en sí y suficientes para explicarse a sí mismo con sus propias normas interiores. Según él, el crítico debe antes captar a Goethe como realidad total en el acto de una vivencia interior [«Erlebnis»]. Esta vivencia le guiará después en la interpretación de las obras. Sugestionado por su culto estetizante del genio Gundolf proclama la superioridad del arte sobre la crítica, sin advertir la incongruencia de colocar en la misma balanza cosas heterogéneas. El juicio: «La más pequeña obra de creación vale siempre mucho más que el más sabio estudio de ella», confunde arbitrariamente dos entidades distintas que tienen cada cual su propia legitimidad. Según Gundolf, Goethe aspira en todo acto suyo a modelar su figura ideal. «No hay una línea escrita por Goethe — dice el crítico — que mediata o inmediatamente, positiva o negativamente no contribuya en grado más o menos elevado a la autofiguración [«Selbsgestaltung»] de Goethe, que no sea forma [«Gestalt») o no alcance una forma».
Atento a captar esa especie de mística «Gestalt» inmanente y trascendente en las creaciones de Goethe, Gundolf investiga, pues, en los coloquios, en las cartas y en las obras del poeta alemán, los elementos reveladores de su inefable esencia [«Wesen»]. Para él las conversaciones, las cartas y las obras «contienen la misma materia y dirección de vida, pero en diversos grados de intensidad o, por decirlo así, en diversos estados de agregación». En las primeras encuentra un «Goethe pasivo», en las segundas un «Goethe activo», en las últimas un «Goethe productivo». «Con todo, únicamente las poesías de Goethe nos dan su figura autónoma, perfecta y absoluta en sí». En el examen de ellas el autor no se atiene a los tres géneros fundamentales de la tradición literaria — faceta lírica, épica, dramática — que no tienen ya para nosotros el valor de «formas dotadas de leyes inmanentes», sino que establece una nueva tripartición: poesía lírica, simbólica y alegórica que, según Gundolf, «designa tres diversas maneras de plasmar la materia, tres grados diversos de compenetración de la materia [«Stoffdurchdringung»]. En la lírica la existencia y la vivencia [«Erlebnis»] dan al poeta la materia de modo inmediato: materia y forma [«Gestalt»] son una sola cosa». Por otra parte, Goethe «revivía el mundo ya plasmado en forma con menor intensidad que revivía su yo». Esta circunstancia nos encamina al segundo grupo de poesías: el simbólico; por poesías simbólicas Gundolf entiende «las que expresan el contenido del yo poetizante, no en las vibraciones de ese mismo yo, sino en una materia que le es originariamente extraña y le es accesible sólo mediante un proceso de ión.
Alegóricas para él son las obras en que «la vivencia cultural [«Bildungserlebnis»] no sólo predomina sino que es casi la única realidad expresada, sea que no se entrecruce en modo alguno con una vivencia originaria [«Urerlebnis»], sea que en ese entrecruce suprima completamente esa vivencia». Como base de esta distinción entre «Urerlebnis» y «Bildungserlebnis» (que es «por ejemplo, la vivencia goethiana del anterior mundo alemán, de Shakespeare, de la antigüedad clásica, de Italia, del Oriente y hasta la propia ‘Erlebnis’ de la sociedad alemana»), la «lírica de Goethe comprende sus vivencias originarias, expuestas en la materia de su yo; la simbólica de Goethe comprende sus vivencias originarias expuestas en la materia de un mundo cultural; la alegórica de Goethe comprende sus vivencias indirectas [«Abgeleitete»], expuestas en la materia de un mundo cultural». Siguiendo estos criterios, Gundolf divide su obra en tres partes, tituladas: «Ser y devenir»; «Formación espiritual»; «Renuncia y perfección». La primera abraza la vida y las obras de Goethe hasta el período precedente al viaje a Italia; la segunda llega hasta el período de la redacción de los Años de aprendizaje de Wilhelm Meister (v.); la tercera va de este período a la muerte del poeta. La amplia exposición (casi 800 páginas en 8. °) contiene geniales intuiciones, agudas observaciones, discusiones interesantes, sugestivas comparaciones, y atestigua una vasta y profunda preparación, sagacidad analítica y vigor sintético. El defecto fundamental de esta monografía consiste en el esfuerzo de elevar, a criterio de valoración, la irreal imagen de un Goethe que no vive ya en sus diversas obras, íntegramente expresado en un aspecto suyo o actitud, sino que debe intuirse en una síntesis mística en que se compendian, fundidas y trascendidas, su vida y su poesía.
Porque la figura de Goethe, que resplandece en nuestra mente y admiramos, es la del artista que se ha expresado inimitablemente en sus poesías, y es por tanto un error estético buscarla fuera de ellas. Todos los elementos que no se subliman en la expresión artística son «alotria» que tienen valor sólo en cuanto nos ayudan en. nuestras investigaciones de naturaleza artística. Del mismo modo es inaceptable la tripartición de «lírica», «simbólica» y «alegórica», porque todas las «Erlebnisse» se deben resolver líricamente en los que Gundolf llama «Urerlebnisse» antes de convertirse en poesía, puesto que las experiencias del mundo exterior y las experiencias culturales asumidas por el yo poetizante, se transforman, por decirlo así, se poetizan, en aquel mismo yo. De otro modo la materia — el contenido de la poesía — tendría valor de por sí, independientemente de la fantasía que la elabora y la transfigura. Tampoco Goethe, quien, a pesar de la genial versatilidad de su espíritu, permaneció ajeno a toda afectación de grandeza, gana siempre al ser así transferido a una esfera de superhumanidad por la asombrada admiración de Gundolf, inclinado al culto de lo heroico. Estilísticamente, el autor tiende a menudo a revolucionar la terminología crítica acuñando vocablos o dando a ciertas palabras un significado insólito. Cultiva, además, un estilo tenso, de gran densidad de pensamiento, con tendencia a las abstracciones metafísicas de que son ejemplo algunas de las frases citadas en este artículo. Trad. italiana de M. Attardo Magrini (Milán, 1945- 1947).
G. Necco