Poetisa cubana n. en Camagüey (Puerto Príncipe) en 1814 y murió en Madrid en 1873. Hija de padre español y madre cubana, y huérfana de padre a los diez años de edad, embarcó rumbo a España, con su madre y su padrastro, en 1836. Amó y fue amada: pero amó a sus amantes, sobre todo, a García Tassara, de quien tuvo una niña, y a Ignacio de Cepeda, que no correspondieron a la intensidad de su pasión; y fue amada por sus dos esposos: el primero, Pedro Sabater, joven diputado español que murió pocos meses después de contraer matrimonio (1846), y el segundo, Domingo Verdugo, coronel y diputado, también español, con quien Gertrudis se trasladó a Cuba en 1859 y permaneció en la isla hasta 1863, después de perder también a su segundo esposo. Podemos, pues, afirmar que nos encontramos ante el caso de una escritora hispanocubana, bastante parecido al del hispanomexicano Ruiz de Alarcón.
La Gómez de Avellaneda se formó en Cuba y produjo en España; cuando vuelve a su país de origen es acogida con todos los honores por sus compatriotas. Una de sus novelas, Sab, es de tema y ambiente cubanos; y el soneto «Al partir», una de sus composiciones más bellas, nos habla de su amargura al dejar por vez primera el suelo patrio. Gertrudis Gómez de Avellaneda fue tan excesivamente elogiada (Valera, Nicasio Gallego, Menéndez Pelayo) primero, como injustamente desdeñada después. Se la ha comparado con Safo y se ha dicho que es la más grande poetisa que ha rimado en lengua castellana: hipérboles tan absurdas como la injusticia de dedicarle unas pocas líneas en una obra de Literatura española en varios volúmenes o la de prescindir de su nombre en una historia de las Letras hispanoamericanas.
Gómez de Avellaneda es, ante todo y sobre todo, una poetisa, neoclásica por formación y romántica por temperamento, que no cae en la ampulosidad y en la sensiblería de algunos neoclásicos, ni llega a los absurdos desaforados de algunos románticos; dentro de sus tendencias hacia lo académico y del vigor ardoroso de sus pasiones, se conserva serena esta gran lírica, que ocupa un lugar principalísimo en la poesía española e hispanoamericana. Entre sus Poesías (v.) hay composiciones de antología, y quizás fuera fácil trazar un paralelo entre la influencia de lo americano en su obra y la influencia que ejerció lo americano en la obra de Ruiz de Alarcón. En el teatro, nuestra autora escribe comedia, drama y tragedia; pero sólo tiene verdadero interés la producción de fondo histórico y bíblico.
Es innegable la grandeza romántica de sus tragedias bíblicas Saúl (1849) y Baltasar (1858), en la que muchos han visto una influencia directa de Byron; pero sería injusto no resaltar dos tragedias de tema histórico: Munio Alfonso y El Príncipe de Viana; la primera se titulaba, en su estreno (1844), Alfonso Munio, y la poetisa explicó que ello fue debido a error por confusión con el nombre del padre del personaje. En la segunda, la autora va mucho más allá de la verdad histórica, pero no se queda atrás en belleza y vigor dramático. Menos interés tienen el drama Recaredo, la comedia Los tres amores y, en fin, el resto de su producción escénica, en el que figuran títulos como Leoncia (1840) y Egilona (1845), tragedias, El donativo del diablo (1852) y La Sonámbula (1854), dramas, y las comedias Errores del corazón (1852), La hija de las flores (1852), Simpatía y antipatía (1855), Los duendes de Palacio (1855) y El millonario y la maleta, verdadera comedia de enredo.
Entre sus novelas, género en el que brilla nuestra autora a menor altura, además de Sab, ya citada, escribió, entre otras, Guatvmozín, último emperador de México (1846), un tanto fantástica y deshilvanada; también es de tema cubano, como Sab, la titulada El aura blanca, interesante leyenda. Sus artículos periodísticos, cartas y memorias nos dan una buena idea de la prosa de la gran poetisa hispanocubana G. de A., influida en su producción lírica principalmente por los neoclásicos españoles y por los románticos franceses.
J. Sapiña