Alfredo Casella

Nació el 25 de julio de 1883 en Turín, murió el 5 de marzo de 1947 en Roma. En casa de su padre, distinguido violoncelista, se familiarizó tempranamente con los clásicos de la música de cámara; desde la edad de cinco años había iniciado el estudio del piano bajo la dirección de su madre, y el 15 de abril de 1894 se presen­taba en un concierto público en el Círculo de Artistas.

Después de un segundo con­cierto en el teatro Carignano (19 de abril de 1896), y habiendo quedado huérfano de padre, su madre le llevó a París durante el otoño y le matriculó en aquel Conserva­torio para que continuara los estudios mu­sicales.

Termina brillantemente los cursos de piano con Louis Diémer y, después de haber estudiado armonía y contrapunto con Xavier Leroux, siguió la composición con Gabriel Fauré. Inicia luego una intensa actividad de pianista solista, como acompa­ñante y director de orquesta, que no le impide lograr el recogimiento necesario para la composición: ésta permaneció siempre para él estrechamente ligada a su profe­sión musical y alimentada de continuo por su activa participación en este arte y cuan­to a él se refería.

Todos los anhelos de C. apuntaron al único fin de inculcar en Italia un gusto musical moderno nacional y a la vez europeo, pasando a través de las más dispares experiencias técnicas y artísticas internacionales, para volver de nuevo con admiración a la gran tradición musical italiana de los siglos XVII y XVIII. De regreso en Italia en 1916, desempeñó has­ta 1926 una cátedra de piano en el Conser­vatorio de Santa Cecilia de Roma y en 1932 le fue confiada la cátedra de perfecciona­miento pianístico.

Como compositor, libró duras batallas contra la incomprensión del público y también contra parte de los am­bientes musicales. En 1924 fundó, con Malipiero y D’Annunzio, la Corporazione delle Nuove Musiche, que desarrolló una cam­paña de saneamiento del gusto. Como di­rector de la Academia Musicale Chigiana en Siena y organizador de las primeras Se­manas Musicales Sienesas, su nombre está vinculado al renacimiento de Vivaldi, cuya obra difundió con extraordinario impulso.

Había dotado ya a la música italiana de un vasto repertorio instrumental y sinfónico, donde se expresa una renovación de fondo y forma, y realizado una feliz incursión en el teatro con el «ballet» La Giara en 1924, inspirada en la comedia de Pirandello del mismo título, La tinaja (v.), cuando se acercó, después de larga vacilación, al auténtico teatro musical con la ópera La donna serpente (1932), sacada de la fábula de Cario Gozzi y basada musicalmente en una continuación de la tradición que inició el Falstaff (v.) de Verdi y que completa con experiencias modernas.

Del mismo año data la Favola d’Orfeo, con texto de Poliziano. Infatigable polemista, reúne sus pro­pios escritos en el volumen 21 +26 (1931), al que siguen en 1942 sus memorias artísti­cas, I secreti della Giara. En II pianoforte (1939), como en algunas admirables revisio­nes de clásicos musicales, consigna los se­cretos más preciados de su experiencia pia­nística.

A partir del verano de 1943 soportó con estoica firmeza el terrible mal que había de acabar con su existencia. Da fin, entre atroces sufrimientos, a la grandiosa Messa per la pace (1945); su última aparición fue como concertista en una «toumée» con Edwin Fischer y otros pianista en la interpre­tación de los conciertos de Bach para dos, tres y cuatro pianos.

M. Mila