¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (HARRY HARRISON)

La ciencia ficción, más que establecer nuevas tendencias, sigue fá­cilmente la moda. Extrae ideas de las ciencias, de la sociología po­pular y de los suplementos dominicales de los periódicos, las recrea y las exagera hasta convertirlas en imágenes de pesadilla del Fu­turo. Los años cincuenta fueron la gran década de los relatos sobre bombas nucleares, y prácticamente todas las novelas de ciencia fic­ción se referían a las consecuencias de una guerra nuclear, mientras que en la década del sesenta el tema principal fue la explosión de­mográfica y la contaminación. A mediados de esa década la idea de que la población mundial se duplicaría en el año 2000 se trans­formó en un lugar común y esa idea sembró el terror en muchos corazones. ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (Make Room! Make Room!) es una de las manifestaciones clásicas de ese terror (otra es Todos sobre Zanzíbar, de John Brunner, a la que me referiré más adelante). Ha­rrison agrega a su novela una lista de unas cuarenta «Sugerencias para una lectura posterior», que no son obras de ficción y abarcan desde Malthus a Vance Packard y J. K. Galbraith. De ese material nacieron muchas historias de ciencia ficción.

La novela está ambientada en el año 1999 en Nueva York, ciu­dad en la que 35 millones de personas compiten por agua y espacio. El héroe, Andy Rusch, es un policía. A pesar de tener un sueldo fijo, se ve obligado a compartir un apartamento de un ambiente con otro hombre, Sol Kahn, de setenta y cinco años. Sol es una suerte de filósofo autodidacta, y resulta imposible evitar la impresión de que se trata de un sustituto del autor (en 1999 Harry Harrison rondará los setenta y cinco años). Cuando un adolescente mata a un extorsionador del lugar, Rusch se embarca en la persecución del asesino. Tiene una relación con la antigua novia del muerto, y finalmente la mujer se muda al pequeño apartamento. Sol muere después de participar en un motín callejero entre «Ancianos». Rusch continúa buscando al asesino, pero lo encuentra cuando el asunto ya se ha enfriado. No hay sensación de triunfo. La mujer se marcha, y Rusch tiene que seguir viviendo sin ella y sin Sol, solitario en medio de una ciudad hormigueante.Es una historia sencilla,sin ningún sensacionalismo, sin heroísmo, dignamente narrada, con detalles muy cuidados y conmovedores. No es una novela de misterio, pues desde el primer momento el lector sabe quién es el asesino, pero el autor utiliza la historia del crimen para describir una ciudad per­manentemente en crisis. Es bastante más que Ed McBain en un es­cenario de fin–du–millenium.

La Nueva York de Harrison, donde todo el mundo vive de ham­burguesas y harina de avena Ener–G, y recoge agua de un depósito regulador en la calle, probablemente no esté muy lejos de las reali­dades de una ciudad del Tercer Mundo, como Calcuta, en la dé­cada del sesenta. Es reconfortante ver esas verdades proyectadas en el futuro de la nación más rica del mundo. Incluso aunque en 1999 Nueva York no se parezca a lo que Harrison se imagina, ésta será una novela verdadera.

Harry Harrison (nacido en 1925) es más conocido por sus cuen­tos humorísticos de aventuras, como Estafador interestelar (The Stain­less Steel Rat, 1961), y por sus burlescas travesuras de cf, como Bill, héroe galáctico (1965) y The Technicolor Time Ma-chine (1967). ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! es su obra más seria y comprometida. Fue una pena que cuando se la llevó al cine, con el título Soylent Green (1973), se trivializara la historia agregándole episodios de canibalismo y otras truculencias que no figuran en el libro. Una excelente novela de cf se convirtió en otra película mediocre.

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Tiempo de Marte, de PHILIP K. DICK

El Marte de esta novela «está pintado con precisión y vivacidad», escribe Brian Aldiss en su introducción a la edición inglesa. «No es el Marte de Edgar Rice Burroughs –un campo de aventuras–, ni el Marte de Ray Bradbury, un paralelo de la Prístina América; aquí, Marte se describe, con elegancia y pericia, como metáfora de la pobreza espiritual.» Lo que no quiere decir que sea un retrato realista del desolado Marte que conocemos a través de la NASA. Por el contrario, Dick utiliza muchos elementos tradicionales –una red de canales, una civilización marciana hace mucho tiempo en decadencia– que son meras fantasías, pero los recrea, ajustándolos a la visión personal de un futuro próximo en el cual las maravillas de los viajes espaciales y la tecnología avanzada no han conseguido transformar la condición humana. En este libro, los co­lonizadores terrestres de Marte llevan una existencia magra (adje­tivo preferido de Dick); tienen que luchar contra el polvo y el abu­rrimiento, con máquinas obsoletas y una escasa provisión de agua. Un canal típico es «un verde perezoso y repelente … mostraba el paso del tiempo, el fango, la arena y las sustancias tóxicas que ha­cían que el agua fuera cualquier cosa, menos potable. Sólo Dios sa­bía qué elementos alcalinos había absorbido la población y llevaba ya en los huesos. Sin embargo, estaban vivos».

En este libro hay muchos personajes, pero ninguno de ellos es, en última instancia, ni héroe ni villano. El más simpático, Jack Bohlen, es un mecánico hábil, especialista en la reparación de aparatos ave­riados; está preocupado por la recurrencia de la esquizofrenia que una vez lo afectó, pero continúa viviendo de la mejor manera posi­ble. El personaje menos agradable es Arnie Kott, un corrupto diri­gente gremial, quien llama despectivamente «negros» a los bleekmen (aparentemente, los primitivos habitantes de Marte). La historia envuelve un negocio de tierras que transformará una región salvaje –territorio sagrado para los bleekmen– en una vasta extensión de viviendas para una nueva inmigración de colonos de la Tierra. Boh­len y Kott se relacionan con un niño autista de diez años cuyo padre se ha suicidado. El niño parece tener capacidad para ver el futuro, y ha quedado petrificado en ese estado autista debido a la visión de su propia muerte lejana.  Los bleekmen son los únicos que pueden «cu­rarlo».

Aburrimiento, esquizofrenia, suicidio, corrupción, muerte: en realidad, una lúgubre letanía. Pero lo sorprendente (y he aquí la pa­radoja que esperamos de Philip K. Dick) es que a menudo la novela es entretenida, a veces hasta divertida. Veamos un pequeño ejem­plo del humor de Dick: en Tiempo de Marte (Martian Time–Slip) hay un psiquiatra que ha sido despreciado por Arnie Kott y desea ven­garse. Preocupado por sus problemas personales, se convence de que no es «el tipo anal–expulsivo, ni oral–sarcástico … tiempo atrás se había clasificado como tipo genital tardío, entregado a impulsos genitales maduros». Los personajes de las novelas de Dick están analizándose permanentemente, y siempre con el resultado de gro­tescas caídas psicológicas.

Pero además de humor hay ternura. Al final de la novela, Kott tiene su merecido castigo: mientras trata de presentar un reclamo fraudulento en las montañas marcianas, es tiroteado por un contra­bandista de segundo orden. Jack Bohlen (a quien en determinado momento Kott ha tratado de matar) está a su lado: «La muerte de Arnie Kott, incomprensiblemente, lo llenó de pena … En silencio, continuaron hacia Lewistown, con el cadáver de Arnie. Llevaron a Arnie a su casa, a su cofradía, donde era –y probablemente siem­pre lo será–Jefe Supremo del Sindicato de Trabajadores del Agua, Sección del Cuarto Planeta». No hay aquí pretensiones heroicas de ningún tipo. No hay grandes victorias. Simplemente, la vida con­tinúa.

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