Frankenstein y la literatura especulativa

Frankenstein como inicio de una nueva era

Antes de la aparición de Frankenstein  en 1818, la literatura especulativa (representada casi exclusivamente por la fantasía) adoptaba una forma alegórica o monitoria. Es decir, trataba de reinos imaginarios donde el orden social era distinto (y por deducción, más deseable) o moralizaba de acuerdo con las fábulas de Esopo o el teatro religioso medieval. Podía tener un filo violento, como la sátira social posee a veces y como ciertamente tiene la tragedia clásica griega. Pero en Frankenstein vemos algo más bien nuevo; vemos la simbología del horror gótico. Los componentes de Frankenstein que han pasado al folklore popular a través de las películas son los relacionados con el desentierro de los muertos, el acecho a medianoche, las injustas catástrofes que afectan a inocentes y la manipulación de fuerzas contrarias a la intercesión del hombre mortal. Es decir, lo que el pensamiento popular ha hecho con la supuesta ciencia ficción de la creación de Wollstonecraft es ocultar los elementos racionales técnicos y preservar los irracionales y terribles que luego reaparecerían en las obras de Poe y Hawthorne, M. R. James y Henry James en años posteriores del siglo diecinueve. Dichos elementos emergen de nuevo en la obra de H. P. Lovecraft (principalmente en sus relatos para Weird Tales, pero también para Astounding Stories) y en los escritos de sus numerosos protegidos jóvenes, entre ellos Henry Kuttner (que trabajó ampliamente para el efímero mercado de la revista de horror), Robert Bloch (autor de incontables fantasías góticas y suaves, y además de Psicosis) y otros escritores como el joven Theodore Sturgeon y el muy joven Ray Bradbury. Así pues, al mismo tiempo que toda la atención se centraba nominalmente en los elementos científicos y tecnológicos de la ficción especulativa, una tendencia muy fuerte continuaba volviéndose hacia el componente gótico de Frankenstein. Atrapados en el optimismo tecnológico de la ciencia ficción de mediados de siglo, los escritores del género de aquella época sólo escribían fantasía por gusto y muy de vez en cuando, y aceptaban con pesar que «la fantasía no se vende» y sospechaban que era un estilo muerto. Por fortuna, la fantasía se vende, actualmente, y en un análisis retrospectivo aquellos temores eran infundados. Si bien los relatos de Sturgeon, Bradbury y Bloch publicados por Weird Tales se consideraron entonces como inconsecuentes aberraciones de sus «verdaderas» carreras, siempre representaron en realidad raíces que se nutrían bajo tierra de una rica tradición. Cuando se describía a Lovecraft como un personaje secundario aunque idiosincrásicamente potente de la CF del siglo veinte, ese poder estaba obrando; la verdadera «idiosincrasia» estaba en el punto de vista sobre Lovecraft de mediados de siglo. Dicho punto de vista, tan firmemente establecido por Gernsback (que rechazaba cualquier relación entre su ciencificción y la «simple fantasía»), por Campbell (que no quería ninguno de aquellos visos místicos en su fantasía) y por los autores que ambos reclutaron y popularizaron, conservó su fuerza mucho tiempo después que su utilidad menguara. George R. R. Martin les dirá, por ejemplo, que la inspiración temática de En la Casa del Gusano procede de un cultivador del romance científico, H. G. Wells, y que comparte la imagen del sol agónico y rojizo de La Máquina del Tiempo. O eso, al menos, es lo que dijo Martin a muchos de sus colegas cuando escribió el relato, a finales de la década de 1970. Y es cierto, comparte esa imagen. Pero nadie que haya leído el relato y alguna obra de Lovecraft dudará del hecho que hay muchas más similitudes de disposición y de tono entre el relato de Martin y la penetrante visión que HPL extrajo de su amenazador universo repleto de muerte. Que Martin haya sido o no admirador de Lovecraft importa menos que el hecho que él es un artista y que en los años ochenta no hay duda del hecho que un punto de vista oscuro, acechante y mucho menos racional sobre el universo ha recobrado enorme popularidad entre los lectores de ficción especulativa. No es importante que Martin haya estudiado asiduamente a algún autor de fantasía. Lo único importante para él es que ha llegado a ser un autor de anormal sensibilidad y talento. La ficción especulativa contiene en sí misma la conexión horror-fantasía, enraizada en muchas cosas más aparte de la tecnología, dotada de manantiales que nutren no sólo el mito

científico de Frankenstein, sino también el mensaje del miedo (quizá bastante justificado) a la eterna fragilidad del hombre apresado por fuerzas que ningún ser humano puede llegar a comprender o superar. Una y otra vez, la literatura especulativa ha producido nuevos talentos que trastornan previas ideas respecto a qué es la mejor literatura especulativa. De pronto, con la aparición de algunos relatos muy bien acogidos, obra de una mano hasta entonces desconocida, se hace patente que la literatura especulativa ha descubierto nuevas series de posibilidades. O que es el momento de volver a explorar, con un nuevo método, lo que se intentó hace tiempo. De pronto, es como si todo el mundo tuviera de repente la misma idea nueva. Al examinar el campo, los críticos más modernos describen lo que ven, y explican que era inevitable y que se trata de la forma más «correcta», más «pura». Pero no existen formas puras, y si las hay, jamás sabemos cuáles son, porque no aparecen en las partes racionales, mensurables del mundo. Surgen en lugares sombríos, y crecen en el cerebro de los artistas; dan forma al artista tanto como éste a ellas. Esto es tanto más cierto cuanto mejor y más armonizado esté dicho artista con los elementos esenciales. George R. R. Martin, nacido en 1948, publicó su primer relato de ficción especulativa en 1971. En la época de A Song for Lya (Canción para Lya), que obtuvo el premio Hugo en 1974, no había duda alguna del hecho que Martin era un talento de primera categoría, como también era indudable que se había salido de los caminos trillados, teniendo en cuenta cuál era la mejor literatura especulativa según los criterios de 1974. Este detalle no turbó a nadie, ni al autor ni a sus numerosos lectores entusiastas. Y a su debido tiempo, la definición de literatura especulativa cambió para adaptarse a Martin. Autor de novelas de fantasía tan recientes como Fevre Dream, Martin ha demostrado hacia dónde le había estado conduciendo su talento. A Song for Lya es un relato de ciencia ficción, publicado por la sucesora de Astounding, Analog Science Fiction, con algunos penetrantes visos del estilo fantástico de Weird Tales. Fevre Dream es una despiadadamente detallada novela de vampirismo, con algunos toques de tecnología. En menos de una década, Martin ha redefinido su idea particular sobre en qué hace hincapié un escritor de literatura especulativa. O, tal vez más exactamente, se ha aclarado más cuál había sido su idea desde el principio. Cronológicamente, Martin pertenece a la generación que precedió a la aparición de Stephen King y Peter Straub. En realidad, son contemporáneos temáticos, aunque Martin estuvo allí primero y hay que reconocer su cualidad de pionero tanto como su arte. Mediante cierto sutil proceso, la naturaleza de la ficción especulativa parece trastornarse a intervalos. Algo se agita en el nebuloso continuo del que proceden estilos narrativos y talentos para expresarlos. Al principio sólo aquí y allí, pero de pronto en todas partes, la literatura de especulación cobra un nuevo matiz. El libro que están a punto de leer contiene amplias pruebas de dicha transición, obra del primer autor importante de ese estilo que apareció en la literatura especulativa de los setenta y que ha florecido en los ochenta. Este libro representa un hito importante en la carrera del autor, y la mayor parte de los relatos que contiene no sólo son excelente ficción especulativa sino además faros del futuro.

Antes de su aparición en 1818, la literatura especulativa (representada casi exclusivamente por la fantasía) adoptaba una forma alegórica o monitoria. Es decir, trataba de reinos imaginarios donde el orden social era distinto (y por deducción, más deseable) o moralizaba de acuerdo con las fábulas de Esopo o el teatro religioso medieval. Podía tener un filo violento, como la sátira social posee a veces y como ciertamente tiene la tragedia clásica griega. Pero en Frankenstein vemos algo más bien nuevo; vemos la simbología del horror gótico. Los componentes de Frankenstein que han pasado al folklore popular a través de las películas son los relacionados con el desentierro de los muertos, el acecho a medianoche, las injustas catástrofes que afectan a inocentes y la manipulación de fuerzas contrarias a la intercesión del hombre mortal. Es decir, lo que el pensamiento popular ha hecho con la supuesta ciencia ficción de la creación de Wollstonecraft es ocultar los elementos racionales técnicos y preservar los irracionales y terribles que luego reaparecerían en las obras de Poe y Hawthorne, M. R. James y Henry James en años posteriores del siglo diecinueve. Dichos elementos emergen de nuevo en la obra de H. P. Lovecraft (principalmente en sus relatos para Weird Tales, pero también para Astounding Stories) y en los escritos de sus numerosos protegidos jóvenes, entre ellos Henry Kuttner (que trabajó ampliamente para el efímero mercado de la revista de horror), Robert Bloch (autor de incontables fantasías góticas y suaves, y además de Psicosis) y otros escritores como el joven Theodore Sturgeon y el muy joven Ray Bradbury. Así pues, al mismo tiempo que toda la atención se centraba nominalmente en los elementos científicos y tecnológicos de la ficción especulativa, una tendencia muy fuerte continuaba volviéndose hacia el componente gótico de Frankenstein. Atrapados en el optimismo tecnológico de la ciencia ficción de mediados de siglo, los escritores del género de aquella época sólo escribían fantasía por gusto y muy de vez en cuando, y aceptaban con pesar que «la fantasía no se vende» y sospechaban que era un estilo muerto. Por fortuna, la fantasía se vende, actualmente, y en un análisis retrospectivo aquellos temores eran infundados. Si bien los relatos de Sturgeon, Bradbury y Bloch publicados por Weird Tales se consideraron entonces como inconsecuentes aberraciones de sus «verdaderas» carreras, siempre representaron en realidad raíces que se nutrían bajo tierra de una rica tradición. Cuando se describía a Lovecraft como un personaje secundario aunque idiosincrásicamente potente de la CF del siglo veinte, ese poder estaba obrando; la verdadera «idiosincrasia» estaba en el punto de vista sobre Lovecraft de mediados de siglo. Dicho punto de vista, tan firmemente establecido por Gernsback (que rechazaba cualquier relación entre su ciencificción y la «simple fantasía»), por Campbell (que no quería ninguno de aquellos visos místicos en su fantasía) y por los autores que ambos reclutaron y popularizaron, conservó su fuerza mucho tiempo después que su utilidad menguara. George R. R. Martin les dirá, por ejemplo, que la inspiración temática de En la Casa del Gusano procede de un cultivador del romance científico, H. G. Wells, y que comparte la imagen del sol agónico y rojizo de La Máquina del Tiempo. O eso, al menos, es lo que dijo Martin a muchos de sus colegas cuando escribió el relato, a finales de la década de 1970. Y es cierto, comparte esa imagen. Pero nadie que haya leído el relato y alguna obra de Lovecraft dudará del hecho que hay muchas más similitudes de disposición y de tono entre el relato de Martin y la penetrante visión que HPL extrajo de su amenazador universo repleto de muerte. Que Martin haya sido o no admirador de Lovecraft importa menos que el hecho que él es un artista y que en los años ochenta no hay duda del hecho que un punto de vista oscuro, acechante y mucho menos racional sobre el universo ha recobrado enorme popularidad entre los lectores de ficción especulativa. No es importante que Martin haya estudiado asiduamente a algún autor de fantasía. Lo único importante para él es que ha llegado a ser un autor de anormal sensibilidad y talento. La ficción especulativa contiene en sí misma la conexión horror-fantasía, enraizada en muchas cosas más aparte de la tecnología, dotada de manantiales que nutren no sólo el mito
científico de Frankenstein, sino también el mensaje del miedo (quizá bastante justificado) a la eterna fragilidad del hombre apresado por fuerzas que ningún ser humano puede llegar a comprender o superar. Una y otra vez, la literatura especulativa ha producido nuevos talentos que trastornan previas ideas respecto a qué es la mejor literatura especulativa. De pronto, con la aparición de algunos relatos muy bien acogidos, obra de una mano hasta entonces desconocida, se hace patente que la literatura especulativa ha descubierto nuevas series de posibilidades. O que es el momento de volver a explorar, con un nuevo método, lo que se intentó hace tiempo. De pronto, es como si todo el mundo tuviera de repente la misma idea nueva. Al examinar el campo, los críticos más modernos describen lo que ven, y explican que era inevitable y que se trata de la forma más «correcta», más «pura». Pero no existen formas puras, y si las hay, jamás sabemos cuáles son, porque no aparecen en las partes racionales, mensurables del mundo. Surgen en lugares sombríos, y crecen en el cerebro de los artistas; dan forma al artista tanto como éste a ellas. Esto es tanto más cierto cuanto mejor y más armonizado esté dicho artista con los elementos esenciales. George R. R. Martin, nacido en 1948, publicó su primer relato de ficción especulativa en 1971. En la época de A Song for Lya (Canción para Lya), que obtuvo el premio Hugo en 1974, no había duda alguna del hecho que Martin era un talento de primera categoría, como también era indudable que se había salido de los caminos trillados, teniendo en cuenta cuál era la mejor literatura especulativa según los criterios de 1974. Este detalle no turbó a nadie, ni al autor ni a sus numerosos lectores entusiastas. Y a su debido tiempo, la definición de literatura especulativa cambió para adaptarse a Martin. Autor de novelas de fantasía tan recientes como Fevre Dream, Martin ha demostrado hacia dónde le había estado conduciendo su talento. A Song for Lya es un relato de ciencia ficción, publicado por la sucesora de Astounding, Analog Science Fiction, con algunos penetrantes visos del estilo fantástico de Weird Tales. Fevre Dream es una despiadadamente detallada novela de vampirismo, con algunos toques de tecnología. En menos de una década, Martin ha redefinido su idea particular sobre en qué hace hincapié un escritor de literatura especulativa. O, tal vez más exactamente, se ha aclarado más cuál había sido su idea desde el principio. Cronológicamente, Martin pertenece a la generación que precedió a la aparición de Stephen King y Peter Straub. En realidad, son contemporáneos temáticos, aunque Martin estuvo allí primero y hay que reconocer su cualidad de pionero tanto como su arte. Mediante cierto sutil proceso, la naturaleza de la ficción especulativa parece trastornarse a intervalos. Algo se agita en el nebuloso continuo del que proceden estilos narrativos y talentos para expresarlos. Al principio sólo aquí y allí, pero de pronto en todas partes, la literatura de especulación cobra un nuevo matiz.

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Los viajes de Joenes, ROBERT SHECKLEY

Robert Sheckley (nacido en 1928) es un norteamericano peripaté­tico que ha vivido a menudo en Europa. Al igual que Ray Bradbury y Cordwainer Smith, es uno de esos escritores a quienes una nove­la no llega a representar acabadamente. Los textos que lo hicieron famoso fueron sus chispeantes y provocativos cuentos breves, que se reunieron en libros como La séptima víctima (Untouched by Human Hands, 1954), Ciudadano del espacio (1955) y Paraíso II (Pilgrimage to Earth, 1957). De sus primeras novelas, la más notable es Immorta­lity, Inc. (1959). Sin embargo, Los viajes de Joenes (Journey Beyond To­morrow) es su libro más divertido, con ese afilado humor que ha dis­tinguido la obra de Sheckley. La novela se publicó por primera vez en 1962, por entregas, en Fanta-sy and Science Fiction, bajo el título de «Journey of Joenes».

El epónimo Joenes es un joven cálido e inocente de comienzos del siglo veintiuno. De padres norteamericanos, se ha criado en la pequeña isla de Manituatua, en la Polinesia Oriental. A los veinti­cinco años, tras haber leído muchos libros de la biblioteca de su pa­dre, se dispone a descubrir por sí mismo un mundo más amplio. En primer lugar, desea conocer los Estados Unidos, aquel reino mítico. Al llegar a los muelles de San Francisco, se enreda con un traficante de drogas llamado Lum, a raíz de lo cual termina en la cárcel («¿un comunista, eh?», dice el policía que lo arresta, después de que Joe­nes ha pronunciado un pequeño y hermoso discurso acerca de la naturaleza defectuosa de las leyes humanas y de la moral superior que surge de «seguir los verdaderos dictados del alma iluminada»). Es llevado ante una comisión del Congreso que se encuentcomisiónalmente en la ciudad. El presidente de la comisión resucita una buena frase de otros tiempos: «Camarada –le preguntó, con sim­ple ironía–, ¿está usted, ahora mismo, afiliado al Partido Comu­nista?». Incapaz de convencer a quienes lo interrogan de que no es comunista, Joenes (o el «Camarada Jonski», como el presidente in­siste en llamarlo) es enviado al Este para ser sometido a un juicio por ordenador, después del cual se lo deja en libertad condicional y se lo abandona en las calles de Nueva York.

Joenes vive una serie de aventuras inverosímiles, colmadas de personajes excéntricos y de historias dentro de historias. Vuelve a encontrarse con Lum en un hospicio para criminales dementes. Luego es obligado a dar clases sobre la cultura de los pueblos del Pacífico sudoccidental en la universidad. Se convierte en huésped de una extraña comunidad utópica, cuya lengua artificial no tiene palabras para «homosexualidad», «violación» o «asesinato», y con­sidera que esas cosas no existen. Finalmente, Joenes es recluta-do por el gobierno norteamericano y va a trabajar como espía para el Octágono. Viaja a Moscú, donde también tiene dificultades para convencer a las autoridades de que no es comunista, pero cuando regresa a los Estados Unidos, una estación automática de radar confunde su avión con un aeroplano invasor, y desencadena una hecatombe nuclear. Los Estados Unidos vuelan en pedazos, las cos­tas Este y Oeste se lanzan misiles una contra otra y también contra el resto del mundo. «Y pronto la civilización de las máquinas había desaparecido de la faz de la Tierra.» Joenes, naturalmente, sobre­vive. ¿Qué otra cosa podía haber pasado, con la suerte que tiene? Huye hacia la Polinesia, en una pequeña embarcación, junto con su amigo Lum. La Polinesia a partir de ese momento se convertirá en el centro de la civilización mundial, y los relatos de Joenes y Lum serán sus sagradas escrituras.

Todo esto se cuenta de una manera muy ingeniosa y diverti-da. Los blancos de la sátira de Sheckley son quizá los más obvios, y hoy el libro parece algo inocuo, pero en el momento de su aparición fue alabado como una obra de refrescante iconoclastia.

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Tiempo de Marte, de PHILIP K. DICK

El Marte de esta novela «está pintado con precisión y vivacidad», escribe Brian Aldiss en su introducción a la edición inglesa. «No es el Marte de Edgar Rice Burroughs –un campo de aventuras–, ni el Marte de Ray Bradbury, un paralelo de la Prístina América; aquí, Marte se describe, con elegancia y pericia, como metáfora de la pobreza espiritual.» Lo que no quiere decir que sea un retrato realista del desolado Marte que conocemos a través de la NASA. Por el contrario, Dick utiliza muchos elementos tradicionales –una red de canales, una civilización marciana hace mucho tiempo en decadencia– que son meras fantasías, pero los recrea, ajustándolos a la visión personal de un futuro próximo en el cual las maravillas de los viajes espaciales y la tecnología avanzada no han conseguido transformar la condición humana. En este libro, los co­lonizadores terrestres de Marte llevan una existencia magra (adje­tivo preferido de Dick); tienen que luchar contra el polvo y el abu­rrimiento, con máquinas obsoletas y una escasa provisión de agua. Un canal típico es «un verde perezoso y repelente … mostraba el paso del tiempo, el fango, la arena y las sustancias tóxicas que ha­cían que el agua fuera cualquier cosa, menos potable. Sólo Dios sa­bía qué elementos alcalinos había absorbido la población y llevaba ya en los huesos. Sin embargo, estaban vivos».

En este libro hay muchos personajes, pero ninguno de ellos es, en última instancia, ni héroe ni villano. El más simpático, Jack Bohlen, es un mecánico hábil, especialista en la reparación de aparatos ave­riados; está preocupado por la recurrencia de la esquizofrenia que una vez lo afectó, pero continúa viviendo de la mejor manera posi­ble. El personaje menos agradable es Arnie Kott, un corrupto diri­gente gremial, quien llama despectivamente «negros» a los bleekmen (aparentemente, los primitivos habitantes de Marte). La historia envuelve un negocio de tierras que transformará una región salvaje –territorio sagrado para los bleekmen– en una vasta extensión de viviendas para una nueva inmigración de colonos de la Tierra. Boh­len y Kott se relacionan con un niño autista de diez años cuyo padre se ha suicidado. El niño parece tener capacidad para ver el futuro, y ha quedado petrificado en ese estado autista debido a la visión de su propia muerte lejana.  Los bleekmen son los únicos que pueden «cu­rarlo».

Aburrimiento, esquizofrenia, suicidio, corrupción, muerte: en realidad, una lúgubre letanía. Pero lo sorprendente (y he aquí la pa­radoja que esperamos de Philip K. Dick) es que a menudo la novela es entretenida, a veces hasta divertida. Veamos un pequeño ejem­plo del humor de Dick: en Tiempo de Marte (Martian Time–Slip) hay un psiquiatra que ha sido despreciado por Arnie Kott y desea ven­garse. Preocupado por sus problemas personales, se convence de que no es «el tipo anal–expulsivo, ni oral–sarcástico … tiempo atrás se había clasificado como tipo genital tardío, entregado a impulsos genitales maduros». Los personajes de las novelas de Dick están analizándose permanentemente, y siempre con el resultado de gro­tescas caídas psicológicas.

Pero además de humor hay ternura. Al final de la novela, Kott tiene su merecido castigo: mientras trata de presentar un reclamo fraudulento en las montañas marcianas, es tiroteado por un contra­bandista de segundo orden. Jack Bohlen (a quien en determinado momento Kott ha tratado de matar) está a su lado: «La muerte de Arnie Kott, incomprensiblemente, lo llenó de pena … En silencio, continuaron hacia Lewistown, con el cadáver de Arnie. Llevaron a Arnie a su casa, a su cofradía, donde era –y probablemente siem­pre lo será–Jefe Supremo del Sindicato de Trabajadores del Agua, Sección del Cuarto Planeta». No hay aquí pretensiones heroicas de ningún tipo. No hay grandes victorias. Simplemente, la vida con­tinúa.

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CRÓNICAS MARCIANAS (Ray Bradbury)

CRÓNICAS MARCIANAS está considerada por casi todos como una de las obras cumbre de Ray Bradbury. Se trata de una colección de relatos que narran distintos momentos de la colonización de Marte. Algunos de ellos se leen como ingeniosas historias de ciencia ficción clásica, mientras que otros se acercan más al horror y la introspección psicológica. Es importante resaltar, para que el futuro lector no se llame a engaño, que no es una novela ni tiene una línea argumental lineal. Más bien de lo que se trata es de permitir que el lector se haga una idea completa del proceso de colonización a partir de la narración de anécdotas diversas y de algunos de los acontecimientos más significativos.

El lector no va a encontrar ciencia ficción dura en este libro. De hecho no hay ni la más mínima pretensión de rigor científico. También hay veces en que los relatos pecan de irracionales y poco realistas. Por poner un ejemplo: ¿por qué las primeras expediciones no están en permanente contacto con la Tierra, lo cual hubiera evitado que se cometiesen varias veces los mismos errores? Pero ocurre que lo que preocupa a Bradbury, más que lo que cuenta, es cómo lo cuenta y qué atmósfera es capaz de crear. Su prosa es surrealista, evocativa y con una clara carga poética, pero no se hace difícil de leer en ningún momento.

Los marcianos son humanoides, pero piensan de una forma completamente distinta a la nuestra. Los primeros contactos se caracterizan por una mutua incomprensión y, más adelante, por la hostilidad. Sin embargo, más que sobre marcianos este libro trata acerca de los terrestres. Influido por el pesimismo de la época en la que está escrito, el libro contiene una visión negativa del ser humano. Puede que consigamos vencer a los marcianos y colonizar Marte, pero no lograremos vencernos a nosotros mismos. Ni siquiera en Marte podremos escapar de nuestras miserias, ya que las llevaremos con nosotros.

He de reconocer que este tipo de ciencia ficción poética, surrealista e introspectiva nunca ha sido mi preferido, y que en consecuencia CRÓNICAS MARCIANAS no está en mi lista de obras favoritas del género. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que Bradbury es un gran escritor, cuyo dominio del lenguaje y fértil imaginación le permiten crear historias hermosas y con una atmósfera muy conseguida. Incluso a los que, como yo, se decantan más por otros estilos dentro de la ciencia ficción, les recomiendo que no se pierdan este indiscutible clásico del género.

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