El surrealismo negro. La pequeña vendedora de prosa (Daniel Pennac)

la pequeña vendedora

la pequeña vendedora de prosa, de Daniel Pennac

A veces se afirma que algunas obras cinematográficas como Delicatessen o Amelie hunden sus raíces en las obras de Daniel Pennac, y aunque no está plenamente justificado, lo cierto es que este autor francés, a medio camino entre el surrealismo, la tragicomedia y la novela negra inauguró el camino de este particular estilo estético.

Cinismo, humor, y un estilo magnífico que el autor no logra ocultar, aunque a veces de la impresión de que se avergüence de escribir tan bien. Esas son las calves de la literatura de Daniel Pennac, que podría calificarse de novela negra si no fuese porque sólo las trama son policiacas, mientras que los personajes son costumbristas y los ambientes surrealistas.

En esta tercera entrega de la saga Malaussene, Benjamín, el hermano mayor (ya os digo que todo tiene cierta coña maligna) se ve abocado a una serie de cuestiones que él considera desastres personales, pero una de ellas lo pone de especial mal humor: la boda  de su hermana Clara (su favorita, su amorcito platónico) y Clarence, el director de una prisión modélica en la que se encierra a todos los artistas delincuentes para que sigan creando sus obras mientras cumplen sus penas (más cachondeo, como digo).
A medio camino, Clarence muere asesinado  y la tribu completa se entrega a cuidar de Clara, mientras el comisario Coudrier hace jurar a los Malaussene que permanecerán lejos de todo el asunto antes de que la cosa se complique y se vaya al garete, como de costumbre.
De este modo Benjamín, que había abandonado su trabajo como chivo expiatorio en una editorial, dedicado a recharz manuscritos de autores noveles, se decide a aceptar el trabajo que le ofrece le raina Zabo, la editora, para hacerse pasar por un famoso escritor que sigue en el anonimato después de vender 250 millones de ejemplares.
Todo avanza a partir de aquí hacia la locura más absoluta, aderezada de frases e ideas geniales, mala uva, alusiones veladas al mundo editorial, bromas a otros escritores que algunos entenderéis y una dosis de inteligencia y simbolismo difícil de igualar.
Inolvidables personajes, peligrosa trama, furibunda conclusión.
Maravillosa.

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Santa Compaña. Un análisis.

*Por Verónica Pedemonte.
Escritora

Lo primero que debemos preguntarnos es qué papel desempeña el título Santa Compaña en esta novela.

Dediegos, un personaje tierno y caótico, tiene la imperiosa necesidad de ser escritor, una necesidad que lo sitúa entre  Quijote y El Buscón a partes iguales, que lo hace levitar e ir a parar a un limbo imposible de elucubraciones propias de la filosofía existencialista, un surrealismo naif, y el teatro del absurdo con personajes que escapan de la tutela del autor rebelándose contra su creador. Teatro del absurdo que se caracteriza por tramas que parecen carecer de significado, diálogos repetitivos y falta de secuencia dramática que  crean una atmósfera onírica de corte existencialista que cuestiona a la sociedad y al ser humano. La incoherencia, el disparate y lo ilógico, lo otro y los otros  como espejos de sí mismo, a través de los que llegar a un principio de conciencia en ese otro lado que nos remite al Lewis Carroll más complejo. Así en una de sus delirantes reflexiones y a modo de un Platón en el mercado , Dediegos se acerca a un carnicero y le pide que con las mitades de dos animales haga uno solo. Dediegos como el individuo, indefenso y creador al mismo tiempo, el carnicero como Dios, destructor y creador a la par.

En toda la novela hay una continua oscilación entre lo sublime y lo grotesco , entre la reflexión más profunda, la lírica ingenua, y lo escatológico. Y se sitúa, como también lo hace el teatro del absurdo, entre la fantasía, el sueño y la pesadilla.

 Dediegos, pese a su cabeza a pájaros en vuelo intermitente, busca una ética del no sentido en una sociedad del sinsentido . La presencia de la muerte y sus ángeles exterminadores(Santa Compaña) como referente de fondo, es generadora de ansiedad, compromiso y nihilismo a partes iguales.

 Hombres como bestias y bestias como hombres en la más pura evocación de un Ionesco o un Kafka.

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La filosofía existencialista es una filosofía sin sistema (nada que ver con categorías kantianas) como Dediegos Gracia es un personaje irracional asistemático que va contra el sistema. Y que en la imposibilidad de encontrar una verdad absolutamente probable desea hallar algo verdadero sobre lo que jugarse la existencia.

Un huérfano con más en común con un Raskolnikov de Dostoiesvski y su Crimen y castigo, que con un Rinconete  porque carece del realismo visceral del huérfano español. Pero, si para  Rodya los superhombres eran como Napoleón, para Dediegos son esos próceres de la literatura a los que a la vez odia y pretende emular, pero que, en el fondo, desprecia, tal vez porque, según su punto de vista, lo alejan de la ética. Dediegos, como Rodya, empeña también los ahorros de una anciana, pero esta muerta es una muerta amada que muere de muerte natural, con lo que el delito, como todos los de García, encuentra la expiación del dilema moral en su conciencia.

Menos consistente que un huérfano de Dickens, parece estar hecho de aguas de borrajas, o como muy bien diría Rimbaud de “las escurriduras” que viene a ser la Literatura con respecto de la vida.

Excepto en el amor y la pasión, donde podríamos aplicar la frase de Lacan que Sartre pronunció de forma irónica cuando dijo “El ser humano es cósmico” y sustituyó la s de cósmico por la S rayada del dólar. Posibilidades de riqueza que atormentan sus relaciones amorosas llevándolo a ensueños imposibles donde convive  a la vez el idealista desinteresado con un furibundo predador que tiene su alter ego en Piojo, y de quien de Dediegos, a la vez víctima, héroe y victimario, intenta continuamente zafarse hasta el final del zafarrancho

Nuestro protagonista es a la vez “un ser en el mundo” y un ser fuera del mundo,  y aquí lo volátil es virtud que puede en sus delirios hacerlo salir de sí mismo y mirarse desde fuera. Y ese verse a sí desde fuera, lo hace más sartriano que heiddegeriano, en su compromiso con la libertad individual y colectiva. Porque es la libertad  a un mismo tiempo una conquista y una condena encadenada a la responsabilidad. El infierno está en la mirada del otro, “el infierno son los demás” pero esos demás cohabitan todos en Dediegos hasta la apoteosis final. En donde todo se consume en un recuerdo a las últimas páginas del Quijote, apareciendo y desapareciendo diversos personajes de la historia propia y de la Historia de la Cultura. En “los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”. La batalla que se desarrolló en la mente del protagonista ha tocado a su fin.

Dediegos supera el orteguiano “Yo soy yo y mis circunstancias” porque él es él y todas las circunstancias. No es la realidad externa la que cae ante sus ojos como un sistema decodificado, que a su vez lo deja íntegro ante sí mismo, es su propia realidad la que se desmorona y lo deja solo frente a la nada. La nada Nadin personaje femenino al que él invoca y ama porque sabe que es lo único seguro a lo que paradójicamente puede aferrarse. Abrazar el vacío para no caer en el vacío, todo un compendio de filosofía oriental navegando entre las máscaras del teatro del absurdo. Porque al punto en que se halla hoy el llamado Primer Mundo es más probable que Siddharta nazca al pie de un centro comercial de una ciudad de Occidente, que en un palacio del Oriente lejano hacia donde parece encaminarse, por mor de la economía, el Imperio. Entonces Siddhartha no sería otra cosa que la conciencia que surge del fango, del embrollo, y del caos de un sistema de valores (a la vez éticos y bursátiles) que cae inexorablemente.

En definitiva, una sonora bofetada al universo cartesiano que parte de la conciencia de un personaje singular.

*Verónica  Pedemonte  Morillo-Velarde

El Puerto de Santa María       mayo de 2011

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