Tau Zero, de POUL ANDERSON

En su introducción a la colección de cuentos breves titulada Lo me­jor de Poul Anderson (1976), Barry Malzberg menciona la «magnífica novela Tau Zero», la cual, dice, «me ha impresionado como la única obra publicada después de 1955 capaz de provocar en mí las mis­mas reacciones que la ciencia ficción me había despertado en la adolescencia: un sentido de atemporalidad, de eternidad, y la cer­teza de que la armonía del cosmos se refleja en el destino de cada persona que intenta medirse a sí misma con esas cualidades … Aunque la novela crece hasta alcanzar un climax todopoderoso, es siempre de una decente humildad … Tau Zero me demostró que no era mi capacidad de asombro lo que se había debilitado en los últimos veinte años, sino la del propio campo de la ciencia ficción».

El libro no es tan bueno como sugiere Malzberg, aunque mu­cha gente ha hablado de él en términos similares. Es, en muchos sentidos, una novela tradicional de cf, una historia espacial, conce­bida a escala intergaláctica, y un relato fantástico que explota las posibilidades de la cosmología moderna para producir una maravi­llosa secuencia de rupturas conceptuales. Los personajes no son convincentes, el estilo retórico de Anderson resulta a veces fasti­dioso, pero como ejercicio de cf dura no tiene parangón.

Poul Anderson (nacido en 1926) estudió física en la universi­dad antes de dedicarse de lleno a escribir cf, cuando sólo tenía poco más de veinte años. Desde entonces ha sido un escritor prolífico, estimado por novelas como Brain Wave (1954) y The High Crusade (1960). Siempre me han gustado sus historias de viajes por el tiempo, por ejemplo Guardians of Time (1960) y The Corridors of Time (1965), pero tal vez lo más característico sean sus relatos sobre naves espaciales y planetas lejanos. Se sabe que Anderson es un autor ideológicamente conservador (un exponente de la libre empresa en las estrellas), y cuando en 1970 apareció Tau Zero, se consideró que esta novela representaba el regreso de la vieja guardia de la cf nor­teamericana (la nueva ola, que alcanzó su apogeo a fines del se­senta, fue calificada por los críticos hostiles de pesimista, anticientí­fica, confusa y peligrosamente liberal).

La historia es la siguiente: en el siglo veintitrés, cincuenta hom­bres y mujeres parten de la Tierra a bordo de una nave interestelar llamada Leonora Christine. El destino de la nave es un planeta si­tuado a unos treinta años luz de distancia. Recoge hidrógeno a me­dida que vuela a través del espacio y lo quema en una reacción de fusión que impulsará la nave a una velocidad cercana a la de la luz. A bordo, el tiempo subjetivo transcurre más lentamente (como Einstein predijo que sucedería), de modo que el viaje de varias dé­cadas tendría, para los viajeros, una duración de unos pocos años. En las matemáticas de la relatividad hay un factor conocido como tau. Cuanto más se aproxima tau a cero, momento en que la veloci­dad de la nave tendría que igualar teóricamente a la de la luz, tanto más grande se hace la nave –y tanto más se alarga el tiempo subje­tivo– en relación con el resto del universo. A los nueve años luz de la partida de la Tierra, ocurre un accidente: la Leonora Christine choca con una nube de polvo interestelar. Excepto algún mal golpe, nada parece haber afectado el vuelo, puesto que la aceleración con­tinúa acercándose a la velocidad de la luz. Sin embargo, poco des­pués, los tripulantes descubren que el sistema de desaceleración se ha estropeado y no pueden detener la nave, que sigue ganando ve­locidad a medida que el factor tau se acerca inexorablemente a cero. Así, en un período (subjetivo) breve, la nave atraviesa galaxias ente­ras en un abrir y cerrar de ojos, en el universo exterior transcurren millones de años mientras la nave se hace cada vez más grande, de­vorando la materia interestelar a un ritmo colosal; Las consecuen­cias, tanto para la tripulación como para la trama de la realidad, es­tán ingeniosamente elaboradas (el término «vertiginosas» parece demasiado suave para describirlas).

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Flores para Algernon (DANIEL KEYES)

Es la obra más conocida de un tríptico de novelas modernas nortea­mericanas de cf que tratan del acrecentamiento de la inteligencia en los seres humanos. Las otras dos son Pánico en la Tierra (Brain Wave, 1954), de Poul Anderson, que había pensado incluir en esta lista hasta que descubrí al releerla lo mal escrita que está y su inconsis­tencia, y Campo de concentración, de Thomas M. Disch, a la que me referiré más adelante. El propósito de elevar el cociente intelectual individual es un tema natural para la ciencia ficción, dada la ten­dencia del género a los cuentos de ruptura conceptual. En realidad muchas historias acerca de la percepción extrasensorial y de otros inverosímiles poderes mentales tratan precisamente este tema de un modo ligeramente enmascarado. Pero abordarlo sin ambages es una ímproba tarea de imaginación. ¿Cómo se describe la inteligen­cia trascendente? Aun cuando el escritor tenga la capacidad que el caso requiere, ¿cómo puede conseguir la comprensión y la simpatía del lector respecto al personaje en cuestión? El notable acierto de Daniel Keyes en Flores para Algernon (Flowers for Algernon) fue el des­cubrimiento de una retórica, de un ardid, para lograr ese objetivo. Es la historia de Charlie Gordon, un joven de treinta y dos años y de inteligencia subnormal, quien trabaja limpiando el suelo de una panadería. Llama la atención de Alice Kinnian, maestra en una escuela para adultos retardados, que lo recomienda a unos investigadores universitarios que están buscando a alguien con quien experimentar. Han encontrado una manera de incrementar la inteligencia humana por medios quirúrgicos, y Charlie se con­vierte en el primer sujeto de prueba. Charlie conoce a Algernon, una rata de laboratorio que ya ha sido sometida a la operación. Se le pide a Charlie que lleve un diario, y la novela sigue el orden de sus cotidianos «informes de progreso». Al comienzo, éstos son muy in­fantiles, están llenos de temor, perplejidades y errores de ortografía. Después de la operación, las percepciones y la prosa de Charlie co­mienzan a mejorar lenta y sostenidamente. Lo vemos lle-gar a la plena inteligencia, y luego superarla hasta alcanzar el nivel de ge­nio. Pierde su trabajo en la panadería y tiene una relación de-safortunada con Alice Kinnian. Se rebela contra la universidad y su pa­pel de cobayo. Continúa fascinado con la rata, Algernon, y cuando el comportamiento de Algernon se vuelve errático y su inteligencia parece decrecer, Charlie prevé su propio y triste fin…

Es un tour de force emocionante, hermoso y de una lógica despia­dada. Una mente humana es sacada de la obscuridad y lle-vada a la luz; tras un breve período de claridad intensa se la vuelve a relegar a la obscuridad. Cualquiera puede identificarse con el pobre Charlie Gordon: su historia es una parábola de la condición humana.

Daniel Keyes (nacido en 1927) escribió un puñado de cuentos de cf durante la década del cincuenta. Uno de ellos era una versión abreviada de Flores para Algernon. Después de su primera aparición en The Magazine of Fantasy and Science Fiction en 1959, fue reeditado varias veces, incluso adaptado para la televisión. El éxito de la histo­ria animó a Keyes a escribir la versión definitiva de la novela, ya que el cuento de Charlie Gordon había sido llevado al cine y, créase o no, convertido en un espectáculo musical. No cabe duda de que en los próximos años aparecerán otras versiones, pues se trata de uno de los relatos más universalmente atractivos de nuestro tiempo.

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La espada rota (Poul Anderson)

espada_rotaEsta verdadera fantasía heroica sobre la Tierra de los Elfos de las antiguas leyendas noruegas fue publicada en un tiempo en que las novelas de literatura fantástica de cualquier tipo eran una mercancía rara en los Estados Unidos (aunque los libros de «Conan», de Robert E. Howard fueron publicados por una pe­queña imprenta norteamericana a comienzos de los años cin­cuenta) . La novela de Anderson estuvo agotada durante una década y media antes de ser resucitada (y revisada) para la serie «Adult Fantasy» de Ballantine Books en 1971. Pese a la escasa atracción que tuvo, se ha convertido en una obra influyente, gracias al entusiasmo de Michael Moorcock y otros pocos auto­res de obras de espada y hechicería.

The Broken Sword [La espada rota] es la trágica historia de dos hermanos cambiados uno por otro, uno nacido humano, Skafloc, y otro nacido elfo, Valgard. Aunque idénticos en aparien­cia, y al principio cada uno ignorante de la existencia del otro, tienen naturalezas muy diferentes: ambos son excelentes gue­rreros, pero Skafloc es cortés y afectuoso mientras que Valgard es sanguinario y cruel. Skafloc, aunque humano, aprende toda clase de habilidades de sus guardianes elfos. «Aprendió las can­ciones para desencadenar o aplacar tormen-tas, provocar cose­chas buenas o malas, o suscitar la cólera o la benevolencia en un pecho humano. Aprendió cómo obtener de sus minerales los metales, desconocidos por los humanos, que en el mundo de las hadas reemplazaban al acero. Aprendió el uso del man­to de la obscuridad y de las pieles que debía ponerse para adop­tar la forma de un animal. Cerca del fin de su enseñanza apren­dió las poderosas runas, canciones y encantos que permitían le­vantar a los muertos, leer el futuro e imponerse a los dioses …»

Mientras tanto, el malvado e inhumano Valgard asesina a la mayor parte de su familia adoptiva, secuestra a su media her­mana Freda y huye de las tierras de los hombres. Se pone al ser­vicio de Illrede, el rey troll, quien ha jurado destruir la dominación de los elfos en la Tierra de las Hadas: «Ahora, durante tres días y sus noches los barcos de Valgard navegaron en un venda­val permanente … Estuvo casi todo el tiempo en la proa de su embarcación, envuelto en una larga capa de piel, con la sal y la escarcha encostradas en el cuerpo, y meditando sobre las aguas. Una vez un hombre se atrevió a contradecirlo, y lo mató allí mismo y lo arrojó por encima de la borda. Hablaba poco, lo que satisfacía a la población, que no deseaba sentir aquella extraña mirada sobre ellos».

Hubo una guerra entre los elfos y los trolls, un feroz conflic­to en la Tierra de las Hadas que permaneció invisible para los seres humanos, y Skafloc y Valgard surgieron como los cam­peones de cada bando. Inevitablemente, se encontraron y com­batieron una y otra vez. Su hermana Freda se convirtió en el trofeo de la batalla. Skafloc se enamora de ella, sin saber que es una parienta cercana de él, y ella le corresponde en su amor. La pecaminosa unión provoca la condena de Skafloc, pero no an­tes de que Valgard sea destruido. Es una sombría y sangrienta historia de parricidio, fratricidio e incesto, frecuentemente ab­surda y llena de excesos, pero relatada con una furia lírica de asombrosa fuerza emocional. A menudo la prosa está cargada de aliteraciones, pero apropiadamente: «The wind skirled and bit at them. Sleet and spindrift blew off the waters in stinging sheets, white under the flying fitful moon. The sea bellowed inward from a wild horizon, bursting onto skerries and strand … The night was gale and sleet and surging waves, a racket that rang to the riven driven clouds». [El viento silbaba y los golpeaba. Aguanieve y rocío del mar brotaban de las aguas en capas punzantes, blancas bajo la veloz luna intermitente. El mar bramaba en su interior desde un ho­rizonte borrascoso, estallan-do sobre las islas rocosas y la costa … La noche era tormentosa con aguanieve y agitadas olas, cuyo al­boroto resonaba en las nubes hendidas y a la deriva.] Es una historia misteriosamente mágica, como pocas obras de la litera­tura fantástica más cercanas en el tiempo lo son. Poul Anderson (nacido en 1926) quizás embelleció su material, pero permane­ce fiel al espíritu esencial de esas antiguas sagas nórdicas que inspiraron su notable novela.

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La nave de un millón de años (Poul Anderson)

Poul Anderson

La obra que nos ocupa constituye una novela de ciencia ficción poco convencional. En la inmensa mayoría de los casos, la ciencia ficción, por pura lógica, se ubica en el futuro. Sin embargo, “La nave de un millón de años” no sólo no se circunscribe al futuro, sino que en su mayor parte consiste en un largo recorrido por la historia de la humanidad, siguiendo las visicitudes de un reducido grupo de personajes. Dichos personajes, además, generalmente se mantienen ajenos al devenir histórico, es más, procuran ocultarse. No en vano, la peculiaridad que une a estos personajes, y que da sentido al conjunto de la obra, es su inmortalidad. A diferencia del ser humano normal, el cual, con la posible excepción de David Beckham, acaba indefectiblemente muriendo tras un período de tiempo relativamente corto, estos personajes, producto de una extraña anomalía cuyos orígenes no se explican nunca claramente en la novela (pero parecen obedecer a una insospechada evolución de la especie, en plan “X-Men”), nunca mueren por enfermedades, ni tampoco envejecen, y cuentan, además, con una capacidad de recuperación sorprendente ante las heridas, así que sólo las condiciones más extremas (el hambre, la sed, la falta de oxígeno, una ensalada de tiros, un avión lleno de moros piraos, etc.) pueden acabar con ellos.

La idea es buena, y además, bien llevada. Puede que algunos de Ustedes recuerden, entre horribles pesadillas, una de las películas / sagas más infames con que nos martirizó el cine de los 80: “Los inmortales”. Ya saben: diálogos, totalmente gratuitos, de tipos duros; absoluta ausencia de rigor histórico; efectos especiales ridículos; vestuario inverosímil con una abundancia de cuero mayor que en “La Ostra Azul”; años 80, vaya. Pero, por fortuna, “La nave de un millón de años” no cae en esos errores. El rigor histórico, hasta donde puedo enjuiciarlo, es bastante aceptable. Tan sólo he detectado un error de importancia referente a la fecha de destrucción de la biblioteca de Alejandría, que es íntegramente imputada a los árabes, cuando es bien sabido que siglos antes ya los cristianos se habían hecho cargo de la mayor parte del trabajo. Naturalmente, es obvio que los estrechos límites de mis conocimientos no me permiten enjuiciar gran número de datos que puedan resultar inexactos, pero esto puede compensarse fácilmente con el infinito volumen de mi pedantería, recordando, si es preciso agrandarlo aún más, la mítica frase del Comendador de los Creyentes respecto de lo innecesario de preservar los exiguos fondos de la Biblioteca: “si está en el Corán es superfluo, y si no lo está es pecaminoso”, así que quemadlo todo, vaya.

A lo que íbamos: la novela está bastante bien resuelta, aunque uno se queda con ganas de más al tratarse de un arco temporal tan ambicioso (desde la época de la diáspora griega, hacia los siglos VIII-VI a.c., hasta un futuro indeterminado), que nos es relatado, además, de un modo fragmentario por diversos personajes que abarcan espacios geográficos muy variados (por desgracia, los inmortales no se limitan a aparecer en la cuenca mediterránea, como debería ser). Por otra parte, resulta por momentos irritante la absoluta falta de relevancia que se confiere a España y lo español (posiblemente porque en España la presencia de inmortales nunca habría sido motivo de sorpresa para sus conciudadanos: recuerden a Manolete y a Fernando Hierro), combinada por el vuelco que da el ritmo de los acontecimientos tan pronto como América es descubierta por los europeos, e incluso antes (uno de los inmortales es un ridículo chamán indio): a partir más o menos del XVIII casi toda la narración se desarrolla en la Tierra de la Libertad, primando a inmortales absurdos (el citado chamán o una ex esclava negra) sobre otros mucho más interesantes (en particular, un inmortal romano que ha sobrevivido sin problemas más de 2.000 años limitándose a formar parte de las sucesivas Administraciones romana, bizantina y otomana en calidad de chupatintas, pero que sólo aparece al final de la novela).

En realidad, el principal problema de esta novela estriba en que surge de la conjunción de dos novelas complementarias: la primera relata la historia de los inmortales desde “los albores de la Humanidad” (la invención de la tauromaquia) hasta la actualidad; la segunda, mucho más breve, nos ubica en un futuro más o menos remoto surgido precisamente a partir del momento en que los inmortales revelan su naturaleza, lo cual permite en pocos decenios extender los beneficios de la inmortalidad a todo el mundo. El efecto de dicho maná, lejos de resultar beneficioso, provoca que los inmortales de nuevo cuño caigan en la molicie y el hedonismo de una civilización perfectamente dirigida por supercomputadoras y totalmente volcada al placer, lo cual, a su vez, convierte a los inmortales “de toda la vida”, los protagonistas de la primera novela, en la carne de cañón ideal, en tanto individuos desubicados en este mundo, para acometer la exploración espacial a velocidades que respetan el límite de la velocidad de la luz (total, dado que son inmortales, qué más les da pegarse veinte años en una nave espacial). La idea es original pero, nuevamente, está resuelta de manera un tanto precipitada (da la sensación de que el autor está hasta los huevos de sus personajes y busca deshacerse de ellos metiéndolos en otro planeta cuanto antes), con la aparición de otras formas de vida inteligente incluida. Pero contando con estas carencias, sigue siendo una novela recomendable (si bien a lo largo de casi todo el relato la carga de ficción es mucho mayor que la de “ciencia” propiamente dicha, que sólo aparece al final), sobre todo dado su ridículo precio (5 €).

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