Novecento, la leyenda del pianista en el Océano (Alessandro Baricco)

Novecento, la leyenda del pianista en el Océano es un librito que escribió el autor italiano Alessandro Baricco allá por septiembre de 1994. Dice él mismo que lo escribió "para un actor […] y un director", pero que no sabe "si esto es suficiente para decir que he escrito un texto teatral". Y es que el libro puede ser percibido de las dos formas: como un monólogo teatral, del tipo de El Contrabajo, o bien como una novela breve narrada en primera persona, en una suerte de "monólogo exterior", jeje.

Creo que Novecento es un ejemplo clarísimo de la necesidad que todos tenemos a veces de amueblar una idea. A veces pensamos de forma abstracta acerca de actitudes, de formas de ser de las personas, de las necesidades que tenemos y las que no… de cómo alcanzar la felicidad… y parece que todas estas ideas, por el mero hecho de estar formuladas en un lenguaje abstracto y lejano del lodazal diario de los teléfonos rotos y los semáforos, no tiene aplicación en la realidad. Ahí es donde entran en juego los barcos, los pianos y los personajes, se llamen Danny Boodmann T.D. Lemon Novecento o se llamen Segismundo. Gracias a ellos los autores recorren el tobogán que va desde lo abstracto a lo concreto para facilitarnos nuevamente la subida a la abstracción. Por eso, a veces, enriquece tanto leer un libro.

Novecento narra la historia de un magnífico pianista, Novecento, que fue encontrado en una cajita de cartón a bordo del trasatlántico Virginian. Toda su vida ha transcurrido haciendo en este mismo barco la ruta entre Europa y América y tocando el piano. Novecento se llama en realidad Danny Boodmann TD Lemon Novecento. Lleva el nombre del hombre que lo encontró, el pianista del barco, Danny Boodmann; las iniciales T.D. se corresponden con las palabras Thanks Danny, que estaban escritas en la nota que acompañaba al bebé, donde también aparecía la palabra Lemon. Por fin, Danny Boodmann añade al nombre de la criatura el nombre del año que inauguraba el siglo XX.

Luego el viejo Danny Boodmann murió y Novecento se quedó solo en el barco. Fue entonces cuando comenzó a tocar el piano como si los ángeles hubiesen bajado a guiarle las manos. Y gracias a su capacidad para extraer melodías maravillosas del piano se pudo quedar en el barco. El barco era, en realidad, su tierra firme, puesto que había nacido en el mar y era todo su mundo; incluso la tierra la conocía desde la perspectiva marina, como la conocen las gaviotas, I suppose.

El narrador, un trompetista que tocaba con Novecento nos cuenta con especial viveza el verano de 1931, cuando subió al barco el gran pianista de Jazz Jelly Roll Morton. Se creía el inventor del jazz y cuando conoció la historia de Novecento, quien pese a no haber bajado nunca del barco –o quizás, precisamente por eso- se había convertido en un mito; decidió subir a bordo para conocerle en persona:

”- Usted es el que inventó el jazz, ¿verdad?
– Así es. Y tú eres el que toca sólo si tiene el océano bajo el culo, ¿verdad?
– Verdad.”

Así es como se conocieron. Ni que decir tiene, con una presentación tan típica del Far West, que se retaron a un duelo de música. Y tampoco creo que haya que aclarar quién ganó.

Finalmente, Novecento decide bajar del barco. ¿Por qué? El narrador compara la repentina decisión de Novecento con esos cuadros que se pasan toda la vida colgados de la pared y de repente, zas, se caen. Y es que Novecento quería ver el mar. Baja tres escalones de la escalerilla y al tercero se da la vuelta. Más adelante, el propio Novecento, que aparece en escena, nos explicará por qué no bajó del barco. Y también qué hace al final con seis kilos y medio de dinamita debajo del culo sentado, todavía, en el Virginian.

Novecento es una excusa para hablar sobre la música, o más bien, para escribir sobre la música. Parece una apuesta que Baricco ha hecho consigo mismo para ver si es capaz de traducir la música en palabras. Los párrafos que se dedican a describir cómo era la música que tocaba en Novecento son un verdadero esfuerzo por hacer que las palabras adquieran nuevos significados, porque la lírica deje paso a algo más, por dejar que el receptor sea capaz de traducir esas palabras en música.

Novecento también es una excusa perfecta para hablar del hombre activo y del hombre contemplativo, del hombre inquieto y del refugiado, del errante y del que vive en perpetuo exilio interior. Novecento sirve para reflexionar sobre la necesidad de percibir, tocar, oír, saborear y ver las cosas para conocerlas realmente. Novecento no conocía más que un piano rodeado de Océano y sin embargo era capaz de componer y tocar músicas que evocaban las más literarias historias de amor, parecía que aprehendía con sus notas los cielos de París y los suburbios de Buenos Aires, la sencillez de una campesina italiana y la arrogancia de un sombrero de copa inglés.

Y es que Novecento, al final, es la historia de los que viven este mundo con los 187 sentidos. Luego hay quien lo expresa a través de la música, como Novecento; a través de las palabras, como Baricco; o a través de la pintura, como Gauguin. Pero lo importante es saber leer el mundo:

”Sabía escuchar. Y sabía leer. No los libros, eso lo sabe hacer cualquiera, sabía leer al a ente. Los signos que la gente lleva encima: lugares, ruidos, olores, su tierra, su historia…[…]Cada día añadía un pequeño retazo a aquel inmenso mapa que estaba dibujándose en la cabeza, inmenso, el mapa del mundo.[…] Después viajaba por su superficie de maravilla, mientras sus dedos se deslizaban sobre las teclas, acariciando las curvas de un ragtime.”

Probablemente, Baricco no es un inmarcesible, un must. Quizás Novecento sea tan lírico que resulte cursi a ratitos, o quiera ser tan lírico que acabe por ser Kitsch; Novecento no tiene la prosa fina y delicada de Seda, pero tiene una prosa más espontánea, desbaratada, con versos intercalados, cuya delicia quizás resida en eso, en que está escrita para ser hablada como si hubiese sido escrita…

Esta reseña, por cierto, viene al hilo del piano-man, sacado del ovillo de Otis B. Driftwood. Así pues, va con dedicatoria 😉 Y también va por Sandra y sus sudores para decir Tchaikovski sin reírse 😉

Cristina Núñez Pereira 

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