SENTIDO Y SENSIBILIDAD, de Jane Austen. El terror vestido de seda.

sentido y sensibilidad

En cuanto al título, se trata de una dicotomía falsa, por supuesto. Ninguna de las dos partes puede definirse realmente sin la otra, o no consigue definirse sabiendo cual es su verdadero estado.

Pero es que todo el libro está afectado por esta ironía. La obra en sí resulta atractiva por la falsedad que contiene, y me explico: parece en todo momento una obra cándida escrita por una chica cándida , que sueña con casarse y que hace del matrimonio el centro de su vida y sus anhelos. Sin embargo, a medida que vas avanzando en el libro te das cuenta de que la novela contiene una crítica feroz tanto a la sociedad de su momento como al espíritu humano en general.

En Sentido y Sensibilidad se viene a explicar que no importa lo que hagas, proque a la hora de que te perdonen o te condenen lo que impoprta es quién seas y las simpatías que puedas despertar en los que te juzgan. No hay males más graves objetivamente que otros, sino personas a las que se condena y personas a las que no, dependiendo generalmente de las esperanzas que los demás pongan en ellas o del temor que sean capaces de suscitar.

Disfrazados de elegancia, bailes y vestidos bonitos, desfilan por este libro personajes mezquinos, arteros, avariciosos y absolutamente inmorales. Aparecen parientes que pelean por la última libre con otros parientes, y no por ganar ese dinero y enroiquecerse, sino por arrancárselo al otro y empobrecerlo. Se nos muestran intrigas, querellas y planes cuyo único objeto es adular a los ricos y hacer daño a quienes no lo son, por el simple placer de marcar las distancias.

La obra parte de una herencia, y de cómo el viejo que se muere se queda prendado de un nieto y deja, a los demás, a merced de los padres de ese niño. Por supuesto, ahí interviene la codicia de la madre del niño, que consigue dejar casi en la calle a sus cuñadas y las obliga a trasladarse lo más lejos posible para no tener que verlas ni recordarse a sí misma que les debería haber dado mucho más de la herencia.

A partir de ahí, entramos en las conveniencias, las visitas, la vida social y los cálculos de qué matrimonios son posible, que rentas se sumarían y qué enlaces son ventajosos o inconvenientes. Las muchachas desheredadadas tienen distintas visiones de la vida, ya centren su carácter en el sentido o en la sensibilidad, lo que al cabo marcará las verdaderas diferencias. Las historias de amor, carecen de amor. Las historias de dinero, carecen de escrúpulos y llegan a la brutalidad.

Una novela excelente.

En cierto modo, la obra se me parece a veces ala Tía Tula, de Unamuno, una obra de terror disfrazada del más manso costumbrismo. Por supuesto, los que la consideran literatura femenina romántica, como los editores del ejemplar que acabo de terminar, creo que no se han enterado de nada.

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1984 (GEORGE ORWELL)

1984 Esta inquietante narración acerca de las tribulaciones de un empleado de segundo orden en un Estado totalitario futuro nos ha proporcionado gran parte de la jerga política de la época. En efec­to, las expresiones «Thought Police» [«Policía del Pensamiento»], «Newspeak» [«Nueva habla»], «Ministry of Truth» [«Ministerio de la Verdad»], «Doublethink» [«Doble pensamiento»] y «Big Brother is watching you» [«El Gran Hermano te vigila»], fueron inventadas por George Orwell para este libro. Es sencillamente una novela que ha cambiado el mundo. Está escrita en un estilo comprensible, accesi­ble a millones de lectores, y al influir en la mente de esos millones de lectores, Orwell contribuyó decididamente a que sus obscuras pre­dicciones no se hicieran realidad. Naturalmente, muchas veces se ha señalado que al autor no le interesaba la predicción, sino que describió los sucesos de la década del cuarenta tal como acontecían, aunque exageradamente.

El libro no llevó en su cubierta el sello «ciencia ficción». Pero en­tonces, ¿con qué derecho lo calificamos como tal? En primer lugar, porque la acción se desarrolla treinta y seis años después de la fecha de su redacción y, en segundo lugar, porque algunos de los disposi­tivos tecnológicos que se utilizan para controlar a la población de la Zona Aérea Uno, del Estado de Oceania, el más importante de los cuales es la telepantalla (un televisor montado sobre una pared, que lo observa a uno aun cuando uno lo está observando), son del más puro estilo de la cf, y quizá de carácter predictivo (con cables de fi­bra óptica como los que tenemos en la década del ochenta, este artilugio podría convertirse en realidad). Los vínculos de la novela con la cf son más profundos y más fundamentales, sin embargo, que lo que estos detalles podrían sugerir.

Al igual que otros de su generación, Orwell (cuyo nombre real era Eric Blair, 1903–1950) fue influido por Wells. En su ensayo titu­lado «Wells, Hitler, and the World State», Orwell escribió lo si­guiente: «Fue maravilloso descubrir a Wells. Allí se encontraba uno en un mundo de pedantes, clérigos y sinvergüenzas … y ese hombre maravilloso que podía hablarnos sobre los habitantes de los planetas y sobre el fondo del mar, y que sabía que el futuro no se­ría lo que la gente respetable se imaginaba». Aunque luego Orwell criticó algunas ideas políticas de Wells, es evidente que considera­ba las primeras obras del escritor como una gran fuerza liberado­ra. Muchos otros escritores fueron influidos de la misma manera, a tal punto que en Gran Bretaña, y también en otros países, se creó toda una tradición de ficción «poswellsiana». A esta tradición con­tribuyeron con novelas y cuentos autores hoy olvidados, co­mo J. D. Beresford, S. Fowler Wright y John Gloag, y también otros más recordados, como Olaf Stapledon, Aldous Huxley y C. S. Lewis. Ninguno de sus libros se publicó como ciencia ficción, ya que dicha clasificación sólo empezó a utilizarse en forma regu­lar, de este lado del Atlántico, a comienzos de la década de los cin­cuenta. Si se les hubiera colocado una etiqueta que rezara «a la manera de Wells», hoy se conocerían como «romances científicos». La novela corta de E. M. Forster «The Machine Stops» (1909) era un «romance científico» que sirvió para rechazar la idea de que se podía perfeccionar la raza humana a través de la aplicación de tecnología moderna. Un mundo feliz, de Huxley (1932), era otro de esos relatos premonitorios. Ambos son ejemplos de antiutopía o «distopía». 1984, de Orwell, sigue esa línea y es, en verdad, la más lúgubre de todas las «distopías». Fue el ejemplo de Wells, tanto desde el punto de vista formal como temático, pero sobre todo el de­bate que Wells inauguró y que continuó a través de la obra de por lo menos una docena de autores, lo que hizo posible la obra maestra de Orwell. Para mí, 1984 es un libro, que, como Jano, mira en dos direcciones, porque, por un lado, es el último «romance científico» y, por otro, la fuente de gran parte de la ciencia ficción que le siguió. Resume las terribles experiencias de la primera mitad del siglo XX y arroja una larga sombra de temibles presagios sobre la otra mitad, nuestra mitad.

 

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Orwell, George [Eric Blair]
(Motihari, India, 1903-Londres, 1950) Escritor británico. De origen angloindio, en 1921 ingresó como oficial en la policía de Birmania, puesto que abandonó seis años más tarde debido a su repulsa hacia el régimen colonial. Tras una estancia en Francia, donde sobrevivió gracias a pequeños empleos, publicó sus primeros libros: Sin blanca en París y Londres (1933) y Días birmanos (1934). El autor se basa en ellos, como sucedería en todas sus obras, en sus propias observaciones y experiencias, y demostraba ya una clara posición de izquierdas. Las convicciones personales reflejadas en sus libros se materializaron en 1936 con su participación en la guerra civil española al lado del POUM. Fruto de esta experiencia fue Homenaje a Cataluña (1938), obra en la que refiere las tensiones y los enfrentamientos entre las fuerzas de izquierdas durante el conflicto. Este hecho dio lugar a posteriores reflexiones que fueron la base de dos de sus mejores obras: Rebelión en la granja (1946), fábula política sobre la revolución y cómo ésta, una vez instaurada, se vuelve en contra de quienes lucharon por ella, y 1984 (1949), visión dramática de los totalitarismos del futuro. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en la Home Guard y publicó nuevos títulos, como El león y el unicornio (1941), cuadro de su país poco antes de la guerra, donde se muestra convencido de la posibilidad de una lucha del proletariado para hacer oír su voz entre la burguesía. Sus escritos y ensayos de esos años los recopiló en Inglaterra, vuestra Inglaterra.

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Berlin Noir I. Philip Kerr. «Violetas de marzo»

La novelas sobre nazis escritas por anglosajones ya me ponen en guardia, pero aún así, como esta me la regaló un amigo, decidí leerla. No es pesada. Se acaba pronto. Por ahñí, punto a favor
Esta novela, primera en lo que se pensó como una trilogía y va ya por tetralogía, trata de reflejar lo que era la vida en el Berlín dominado por los nazis, pero antes del comienzo de la Guerra. Es el momento de los juegos olímpicos, en 1936 y sñí, habéis acertado: no se salta ni un tópico, ni un Jesse Owens ni una puñetera obviedad de camino trillado: las contiene todas. Sin falta.

La idea en sí me pareció atractiva y me acerqué al libro con mente abierta y ganas de imbuirme en aquel ambiente difícil. La primera desilusión fue comprobar que el autor no estaba demasiado interesado en nada que no tuviese que ver con los tópicos conocidos por todo el mundo. Mi impresión después de unos cuantos patinazos graves (como llamar Marga a la mujer de Goebbels, en vez de Magda) fue que el autor se había documentado para escribir el libro viendo tres películas malas y cuatro documentales de la propaganda americana, y eso me molestó bastante.

Por lo demás, la trama avanza bastante lentamente, sin rumbo fijo ni dirección, y a simple golpe de comparación. Porque en cuanto a estilo, no se me ocurre otra manera de describirlo que decir que esta sería la obra que escribiera Chiquito de la Calzada si en vez de dedicarse al humor se hubiera dedicado a la novela negra. Comparación tras comparación, venga a cuento, o no, con medida y sin ella, y desgranando uno a uno, sin piedad, los tópico de lo malos que son los nazis, lo asquerosa que es la vida en un sitio donde ellos gobiernan y lo repugnante que es la gente que se afilia al partido.

 La novela es fría, maniquea, con personajes burdos, mal trazados y escenarios impensables. Las chicas quieren proque sí al detectuive, al que unasveces lepegan proque sí y otras veces le obedecen o le quieren porque les da la gana. Este, en resumen, es el rigos lógico del libro.

 Al final parece que se endereza un poco en algunas escenas con cierto gancho, pero la conclusión es que cualquier porquería de novela puede ser mejor novela que esta. Tengo las otras dos de Berlín Noir y estoy por regalarlas.

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Ruta de gloria, de ROBERT A. HEINLEIN

ruta deHeinlein fue el decano de los escritores de ciencia ficción nor­teamericanos, distinguido particularmente por su descripción realista, por no decir dura, de los desarrollos tecnológicos en un futuro cercano. Sin embargo, como ya hemos visto al co­mentar La desagradable profesión de Jonathan Hoag [21], también sentía inclinación por lo fantástico. En su vejez, escribió una se­rie de novelas que son más de literatura fantástica que de cien­cia ficción, un ejemplo reciente de las cuales es Job: A Comedy of Justice (1984), influida por James Branch–Cabell. La primera y quizá la más popular de sus obras fantásticas de su período tar­dío fue Ruta de gloria (Glory Road), un intento de elaborar una obra de aventuras afable, alegre y de estilo desconocido para los años sesenta, un juego escapista que evoca un mundo «donde no hay contaminación, ni problemas de trán-sito, ni explosión demográfica … ni guerra fría, ni bombas H, ni publicidad televisiva, ni conferencias en la cumbre, ni ayuda extranjera, ni impuestos ocultos, ni impuesto de la renta».

El personaje principal, E. C. Scar Gordon, un soldado nor­teamericano rudo y superficial, es herido cuando está de ser-vi­cio como «asesor militar» en el sudeste asiático. Todavía con poco más de veinte años, decide abandonar el ejército y obte­ner un título de alguna universidad europea para establecerse y llevar una buena vida cuando vuelva a su hogar. Mientras pasea por una playa nudista del sur de Francia, conoce a una bella (y musculosa) chica rubia que lo sorprende diciéndole: «Eres muy hermoso». Queda tan desconcertado por la observación que se olvida de preguntarle su nombre y su teléfono. Obsesionado por la joven y deprimido por la situación del mundo (como su creador, tiene sólidas ideas «libertarias» de derecha), Gordon decide que una segura carrera de clase media no es, después de todo, adecuada para él:

 

No quería volver a la escuela … Maldito lo que me importa ya tener garajes para tres coches y piscinas para nadar ni ningún otro símbolo de status o «seguridad». No hay ninguna seguri­dad en este mundo y sólo los redomados imbéciles y los rato­nes piensan que podría haberla.

En alguna parte de la jungla me había despojado de toda ambición de este género. Había sido herido demasiadas veces y había perdido todo interés por los supermercados y las sub­divisiones de las zonas residenciales, y esta noche era la cena de la Asociación de Padres y Maestros, no lo olvides, querido, tú prometiste…

Yo quería un huevo de Roe … Quería las lunas arroja-dizas de Barsoom. Quería Storisende y Poictesme, y a Holmes sacu­diéndome para despertarme y decirme: «El juego ha empeza­do». … Quería al Preste Juan, y Excalibur extraída por un brazo blanco–luna de un lago silencioso …

 

(Para ser un joven deportista de comienzos de los años sesenta, ha leído una sorprendente cantidad de obras de ficción ro­mántica de antaño.) Incapaz de hallar de nuevo a su «Helena de Troya» desnuda, responde al anuncio de un periódico que pide un hombre competente con todas sus armas e indomable­mente valeroso, y resulta que el anuncio es de su bella y tenta­dora rubia. Al parecer, necesita un paladín. «Será una gran aventura … y un tesoro mayor aún.» El atontado joven Gordon salta ante la oportunidad que se le presenta, y pronto se en­cuentra trasladado, mediante un «pentáculo de poder», a otro mundo, un mundo de héroes, heroínas y monstruos. Lo que sigue es una historia de espada y hechicería sumamente diver­tida, llena de chistes, afectados apotegmas, farsas, suaves estí­mulos sexuales, referencias a la literatura popular y una emo­cionante acción (aunque rebuscada). La narración es más im­portante que la trama, el modo de relatar la trama más importante que la trama misma. La voz de Heinlein puede ser demasiado intrusiva para algunos lectores; sin embargo, para el gran público sensible al intenso encanto de este libro, muestra al autor cerca de la cima de su buena forma.

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Las crónicas de Thomas Covenant, el incrédulo (STEPHEN R. DONALDSON)

covenantEste enorme esfuerzo, la primera obra publicada por su joven autor norteamericano, apareció en tres volúmenes titulados La ruina del Amo Execrable, La guerra de Illearth y El poder que preserva (seguidos por tres volúmenes más en Segundas crónicas, pero no me referiré a ellos aquí). No hay ninguna duda de que pertene­ce a la escuela de J. R. R. Tolkien. De todas las trilogías de fanta­sía épica que han aparecido en los treinta y tantos años transcu­rridos desde El Señor de los Anillos, la de Donaldson ha sido la de mayor éxito comercial, y muchos lectores sostendrán también que es la mejor. Mi impresión es que se trata de una obra inne­gablemente impresionante, aunque desigual. Donaldson nos brinda una subcreación entera: el mundo del País, donde el héroe (mágicamente desplazado desde nuestra Tierra) se em­barca en una intensa búsqueda para derrotar a los poderes corruptos del mal personificados por el Infame Señor Despec­tivo. Aunque el País tiene una semejanza más que superficial con la Tierra Media, el mismo Thomas Co-venant es un perso­naje mucho más moderno que cualquiera de los de Tolkien: es descrito como un personaje solitario cargado de angustia, que no tiene confianza en sí mismo y sufre la terri-ble enfermedad de la lepra. En los tres volúmenes, nunca está seguro de si su experiencia del País es o no una especie de ilusión terminal, el sueño de una mente enferma en un cuerpo achacoso.

A medida que Thomas Covenant atraviesa el País, co-miendo sus plantas medicinales, se percata de que su cuerpo está mejo­rando: la insensibilidad le desaparece de los dedos de las manos y los pies, a la par que la lepra disminuye. Sin embargo, al final de cada volumen es sumergido de nuevo en el mundo «real», para volver a encontrarse una vez más con que es un leproso. Puede crecer en estatura moral cuando aprende a asumir las responsabilidades de un héroe salvador del mundo, pero no puede haber ninguna cura final para su dolencia física. Más o menos un año después de la publicación de la trilogía, se le preguntó a Donaldson por el mensaje de su enorme (y muy seria) obra de ficción. Respondió: «Me contentaré con decir que mi concepción del «mal» está muy arraigada en el mundo real. Creo que el desprecio por la vida –que se manifiesta diversa-mente como cinismo, lástima de sí mismo, odio a sí mis­mo, prejuicios raciales o sexuales, apatía, suicidio ambiental, inmoralidad política, fariseísmo (y la lista sigue interminable­mente)– es el mal dominante de nuestra civilización» (SF Review, marzo de 1979). En un prolongado y penoso proceso de aprendizaje, Thomas Covenant decide al fin luchar contra ese mal.

Pero lamento decir que no soy un adepto de Donaldson. Es un escritor sin humor, portentoso, elefantiásico, y sus metáforas a menudo son risibles («Ella levantó su cabeza, mostrando a Covenant y Foamfollower el paisaje crujiente detrás de sus ojos»). Su prosa es demasiado fatigosamente extensa, demasia­do desmañadamente imitadora del latín, demasiado depen­diente de un puro efecto de exageración que me recuerda a H. P. Lovecraft. Es extraño que una obra tan difícil de leer haya llegado a ser tan popular. Nacido en 1947, Stephen R. Donald­son es hijo de un médico norteamericano que fue director de un leprosario en la India. Al hacer de su personaje principal un leproso, el autor no sólo crea una poderosa metáfora para la alienación de su héroe, sino que también se da a sí mismo la oportunidad de apelar a la experiencia real, el dolor real, de los que presumiblemente tenía algún conocimiento. Pero Do­naldson era aún un hombre joven e impresionable cuando es­cribió esta larga novela (tenía treinta años cuando apareció, pero la terminó varios años antes). En mi opinión sigue siendo un ejercicio de género, con algunas adiciones interesantes y ca­prichosas. A diferencia de El Señor de los Anillos de Tolkien, que describí antes como la obra de toda una vida, Las crónicas de Thomas Covenant, el Incrédulo (The Chronicles of Thomas Covenant, the Unbeliever) da la sensación de ser una inmerecida obra épica.

 

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