El Marte de esta novela «está pintado con precisión y vivacidad», escribe Brian Aldiss en su introducción a la edición inglesa. «No es el Marte de Edgar Rice Burroughs –un campo de aventuras–, ni el Marte de Ray Bradbury, un paralelo de la Prístina América; aquí, Marte se describe, con elegancia y pericia, como metáfora de la pobreza espiritual.» Lo que no quiere decir que sea un retrato realista del desolado Marte que conocemos a través de la NASA. Por el contrario, Dick utiliza muchos elementos tradicionales –una red de canales, una civilización marciana hace mucho tiempo en decadencia– que son meras fantasías, pero los recrea, ajustándolos a la visión personal de un futuro próximo en el cual las maravillas de los viajes espaciales y la tecnología avanzada no han conseguido transformar la condición humana. En este libro, los colonizadores terrestres de Marte llevan una existencia magra (adjetivo preferido de Dick); tienen que luchar contra el polvo y el aburrimiento, con máquinas obsoletas y una escasa provisión de agua. Un canal típico es «un verde perezoso y repelente … mostraba el paso del tiempo, el fango, la arena y las sustancias tóxicas que hacían que el agua fuera cualquier cosa, menos potable. Sólo Dios sabía qué elementos alcalinos había absorbido la población y llevaba ya en los huesos. Sin embargo, estaban vivos».
En este libro hay muchos personajes, pero ninguno de ellos es, en última instancia, ni héroe ni villano. El más simpático, Jack Bohlen, es un mecánico hábil, especialista en la reparación de aparatos averiados; está preocupado por la recurrencia de la esquizofrenia que una vez lo afectó, pero continúa viviendo de la mejor manera posible. El personaje menos agradable es Arnie Kott, un corrupto dirigente gremial, quien llama despectivamente «negros» a los bleekmen (aparentemente, los primitivos habitantes de Marte). La historia envuelve un negocio de tierras que transformará una región salvaje –territorio sagrado para los bleekmen– en una vasta extensión de viviendas para una nueva inmigración de colonos de la Tierra. Bohlen y Kott se relacionan con un niño autista de diez años cuyo padre se ha suicidado. El niño parece tener capacidad para ver el futuro, y ha quedado petrificado en ese estado autista debido a la visión de su propia muerte lejana. Los bleekmen son los únicos que pueden «curarlo».
Aburrimiento, esquizofrenia, suicidio, corrupción, muerte: en realidad, una lúgubre letanía. Pero lo sorprendente (y he aquí la paradoja que esperamos de Philip K. Dick) es que a menudo la novela es entretenida, a veces hasta divertida. Veamos un pequeño ejemplo del humor de Dick: en Tiempo de Marte (Martian Time–Slip) hay un psiquiatra que ha sido despreciado por Arnie Kott y desea vengarse. Preocupado por sus problemas personales, se convence de que no es «el tipo anal–expulsivo, ni oral–sarcástico … tiempo atrás se había clasificado como tipo genital tardío, entregado a impulsos genitales maduros». Los personajes de las novelas de Dick están analizándose permanentemente, y siempre con el resultado de grotescas caídas psicológicas.
Pero además de humor hay ternura. Al final de la novela, Kott tiene su merecido castigo: mientras trata de presentar un reclamo fraudulento en las montañas marcianas, es tiroteado por un contrabandista de segundo orden. Jack Bohlen (a quien en determinado momento Kott ha tratado de matar) está a su lado: «La muerte de Arnie Kott, incomprensiblemente, lo llenó de pena … En silencio, continuaron hacia Lewistown, con el cadáver de Arnie. Llevaron a Arnie a su casa, a su cofradía, donde era –y probablemente siempre lo será–Jefe Supremo del Sindicato de Trabajadores del Agua, Sección del Cuarto Planeta». No hay aquí pretensiones heroicas de ningún tipo. No hay grandes victorias. Simplemente, la vida continúa.
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