Los desposeídos (URSULA K. LE GUIN)

los desposeidos

Esta novela, espléndidamente ambiciosa y profundamente hu­mana, tiene el mismo escenario interestelar que otras obras de Le Guin, incluso La mano izquierda de la obscuridad. En el pasado remoto, varios mundos, incluida nuestra Tierra, han sido colonizados por los hainish. Nosotros, los humanos, somos descendientes de los hainish, aunque no lo sepamos, y lo mismo ocurre con los habitan­tes de Urras, un planeta que gira alrededor de la estrella Tau Ceti. Los desposeídos (The Dispossessed) está ambientada dentro de muchos siglos, en una época en que los hainish han vuelto a establecer con­tacto con algunas de sus ex colonias. Están pretendiendo construir una federación pacífica de planetas, que en su momento se conver­tirá en el Ekumen, ya mencionado en La mano izquierda de la obscuri­dad. El escenario es significativo, pues si bien los personajes de la novela son «extraterrestres», también son seres humanos, igual que nosotros.

Los desposeídos del título son los veinte millones de habitantes de Anarres, una gran luna árida del exuberante planeta Urras. Casi dos siglos antes, sus antepasados se marcharon de Urras, decididos a forjar una nueva sociedad en el no prometedor mundo inferior. Esas gentes eran los partidarios de Odo, filósofo anarquista que no pudo viajar hasta Anarres. Los descendientes son desposeídos por lo menos en dos sentidos: ya no poseen su verde y hermoso mundo, y lo que es más importante, construyeron una sociedad que ha eli­minado por completo la idea de «posesión». Materialmente pobre, Anarres, sin embargo, es una espléndida utopía anarquista, con idioma artificial, el právico, inspirado en las enseñanzas de Odo: «… las formas singulares del posesivo eran empleadas principal­mente para dar énfasis; el idioma común las evitaba. Los niños pe­queños podían decir «mi madre», pero pronto aprendían a decir «la madre». Nunca decían «mi mano me duele», sino «me duele la mano», y así sucesivamente; nadie decía en právico «esto es mío y aquello es tuyo»; decían «yo uso esto y tú usas aquello»».

En Anarres no hay propiedad, ni dinero, ni matrimonio, ni go­bierno, ni leyes, ni prisiones.   Hombres y mujeres son absoluta–

mente iguales. Cada cual hace aquello para lo que está mejor do­tado, impulsado por la necesidad y estimulado por la aprobación social. Le Guin describe esta utopía con detalles convincentes, y creemos que realmente funciona.

Seguimos al personaje central, Shevek, mientras hace un viaje desde Anarres a Urras, viaje que marcará una época. A pesar de su compromiso profundo con los ideales odonianos de la sociedad en la que se ha criado, se siente cada vez más alejado de la gente de Anarres. Shevek tiene habilidad para las matemáticas y ha escrito un trabajo clave, llamado Principios de la simultanei-dad. A sus compa­ñeros anarquistas les parece egoísta e incluso (¡el pecado último!) propietario. En Urras es elogiado como un gran científico, se le brindan honores y riquezas, pero él no puede aceptar la estructura de clases de esa sociedad: «Intentó leer un texto elemental de eco­nomía; se aburrió a más no poder, era como escuchar a alguien que contaba y volvía a contar interminable-mente un sueño largo y estú­pido. No pudo obligarse a entender cómo funcionaban los bancos y todo lo demás, pues las operaciones del capitalismo eran para él tan absurdas como los ritos de una religión primitiva, tan bárba­ras, tan elaboradas, tan innecesarias». Se ve involucrado en una re­vuelta de trabajadores y finalmente se refugia en la embajada de Terran, donde le dan un salvoconducto para volver a Anarres. Mientras tanto, ha completa-do su Teoría General del Tiempo, que permitirá comunicaciones instantáneas entre las estrellas. A través del embajador de Terran, da a conocer su descubrimiento a toda la humanidad, evitando así que se convierta en propiedad exclusiva de los chauvinistas patrocinadores de Urras.

Es un libro muy impresionante y describe la utopía más aca­bada de la cf moderna. Su defecto principal, a mi juicio, es la atmós­fera, curiosamente decimonónica, pues Le Guin ha imaginado una utopía (Anarres) fundada en la pobreza; hubiera sido un desafío más difícil, pero más importante también, describir una utopía de la abundancia, tal como podría ser Urras, o nuestra Tierra, si hu­bieran conocido una revolución odoniana.

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Luna roja, montaña negra (JOY CHANT)

lunaUna novela épica de fantasía romántica, llena de mitos, pasión y hazañas, fue la primera obra publicada del escritor británico Joy Chant. El relato estaba destinado a lectores jóvenes –los per­sonajes principales son chicos ingleses de clase media, Oliver, Penelope y Nicholas, que se ven transportados mágicamente a una tierra extraña–, pero, como ocurrió con los libros de Alan Garner y Ursula Le Guin, Luna roja, montaña negra (Red Moon and Black Mountain: The End of the House of Kendreth) ha sido también ampliamente disfrutada por los adultos. Oliver, el ma­yor de los chicos, aprende a aceptar responsabilidades maduras y se convierte prácticamente en un héroe adulto en el curso del relato (hasta le crece un bigote). Hay exuberantes descripcio­nes topográficas, y las sociedades imaginarias presen-tadas en la novela son complejas y convincentes. A lo largo de toda la obra, Chant se esfuerza por lograr un estilo en prosa evocador y en­tonado, en lo que tiene más éxito que muchos otros:

 

Ella trepó hasta el borde mismo de la roca, de modo que los faldones le flotaban sobre el vacío; y extendió los brazos y alar­gó las manos a las Águilas Blancas, y las llamó en una lengua que Nicholas no pudo entender. Era una lengua de sonidos fríos y puros; una lengua de palabras ásperas y tristes. Evocaba visiones de paisajes rocosos desnudos y brillantes, de elevados picos solitarios, de glaciales soledades en noches de frío es–tremecedor y días de una luz punzante. Toda palabra parecía atravesar grandes abismos, abismos mayores que el espacio y más profundos que el tiempo; un alma hablando con otra a tra­vés de un cisma producido en el comienzo mismo del mundo. Todo el cuerpo de Nicholas se estremecía mientras escuchaba.

 La voz de ella titubeaba y bajaba en intensidad. Todo el discurso –era más que un discurso, en realidad, sin llegar a ser una canción– había sonado como un lamento, aunque no lo era. Pero había la misma nota aguda en la respuesta del rey Águila, feroz y helada.

Los tres jóvenes disfrutaban de un paseo en bicicleta por el campo un hermoso día de primavera, cuando un misterioso flautista los traslada de repente a la Tierra Iluminada por las Es­trellas, de Kedrinh, mediante una melodía mágica. Oliver se se­para de los otros y pronto es aceptado en una tribu de jinetes de las llanuras («Khentors»). Penelope y Nicholas se encuentran en la ladera de una montaña obscura y glacial, donde ellos a su vez pronto son ayudados y protegidos por la princesa In’serinna (la que se comunica con las Águilas Blancas). Transcurren mu­chos meses antes de que los tres vuelvan a reunirse, en particu­lar con Oliver, totalmente adaptado a su nueva vida bárbara. Los chicos han llegado en medio de una gran lucha, que sacude la Tierra, entre las fuerzas de la luz y las de la obscuridad. El Se­ñor de la Montaña Negra ha renunciado al bien, y ahora ha vuelto del exilio para desafiar a las fuerzas legítimas de la Tierra Iluminada por las Estrellas. Su nefasto poder aumenta con el ascenso de la Luna Roja de este mundo; y los tres jóvenes tienen que aprender a intervenir en la inminente batalla…

Los elementos con los que Joy Chant ha elaborado su apasionante historia son tradicionales (y ahora muy comunes en la literatura fantástica de tema heroico), pero aquí son des­plegados con una rara habilidad y convicción emocional. Como señaló el novelista Robert Nye cuando este libro se publicó por vez primera, tiene una «confiada grandeza que sólo se encuen­tra en las obras cuyos autores están totalmente sumergidos en las complejidades de su propia creación».

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«Dialogos Con La Luna: Libro De Imagenes Sin Imagenes» de Hans Christian Andersen.

Este es uno de los libros más celebres de H. C. andersen,  y uno de sus preferidos. A lo largo de treinta  y dos noches, la luna cuenta a un joven artista solitario lo que ha visto por el mundo la noche anterior, formando con ello un vivaz fresco de las actividades y sentimientos humanos.

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EL FRAGMENTO DE FINNSBURH

  
Contemporáneo del Beowulf, según los filólogos, es el fragmento épico de Finnsburh, que abarca unos cincuenta versos y refiere un episodio de la trágica historia de Hildeburh, princesa de Dinamarca, cuyo marido, rey de los frisios, mata a su hermano que ha dado muerte a un hijo de los dos. (Otro fragmento de la historia figura en el Beowulf, donde la canta un juglar.)
 Es de noche: los guerreros daneses, hospedados en el castillo de Finn, ven una misteriosa claridad, que es realmente la luz de la luna llena que se refleja en los escudos y en las espadas de quienes los rodean para matarlos. «No están ardiendo los aleros -dijo el rey, joven en la batalla-, ni amanece en el Oriente, ni viene un dragón volando hasta aquí, ni están ardiendo los aleros de este castillo.» El recinto tiene dos puertas, que defienden con valor los daneses; los guerreros, antes de combatir, declaran quienes son: «Sigfrido es mi nombre -dijo-. Soy del linaje de los Secgan, famoso aventurero, ejercitado en los rigores y en las duras batallas.» Cinco días dura el combate; «resplandecen las espadas como si toda la fortaleza estuviera en llamas». La mención de las águílas, de los cuervos y del lobo gris, típica de las epopeyas germánicas, figura en este fragmento.
 El estilo, harto menos retórico y más directo que el de Beowulf, parece corresponder a otra tradición y volveremos a encontrarlo, siglos después, en la famosa balada de Maldon.

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DE LA TIERRA A LA LUNA (Julio Verne)

Este es uno de los clásicos entre los clásicos de la obra de Verne. Tiene el honor de haber inspirado el primer largometraje serio de ciencia-ficción y ser una de las obras que se citan para calificar a Julio Verne como precursor del género.

En realidad, Julio Verne escribió muy poca ciencia-ficción digna de llamarse tal a lo largo de su vida. Por lo general, el carácter de su obra es aventurero y tecnológico, y en pocas ocasiones llegó a especular con los efectos que esa tecnología tendría sobre sus usuarios. Por citar alguna obra, LOS MILLONES DE LA BEGUN es uno de esos escasos ejemplos.

Por otro lado, es raro que el componente científico sea un elemento fundamental de la narración, como en LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DIAS, donde Phileas Fogg gana su apuesta gracias, precisamente, a una ingeniosa utilización del desfase horario. Pero no es lo normal, Verne prefiere que sus personajes salgan airosos de sus aventuras a base de voluntad y puro músculo antes que dando un uso práctico a cuestiones teóricas.

Sin embargo, es en sus narraciones breves (bastante más difíciles de encontrar que sus novelas) donde profundiza en los temas clásicos de la ciencia ficción y así, en UN DESCUBRIMIENTO PRODIGIOSO, EL EXPERIMENTO DEL DOCTOR OX, o UN DIA DE UN PERIODISTA AMERICANO EN EL 2889, además de otros muchos, da su visión de lo que puede llegar a ser el futuro de la humanidad.

En DE LA TIERRA A LA LUNA no especula ni asienta su argumento en cuestiones científicas, eso si, pone a sus protagonistas ante problemas de índole técnico que son resueltos con mayor o mejor fortuna a lo largo de la narración, pero en ningún caso dejan de ser asuntos de ingeniería más dignos de Gustave Eiffel.

Y sin embargo, es difícil decir que DE LA TIERRA A LA LUNA no es ciencia-ficción, sobre todo cuando al avanzar la novela se cambia el objetivo original de los protagonistas, esto es; enviar un proyectil a la Luna por el puro placer de hacerlo, por el de hacer este proyectil habitable y embarcar en él a tres esforzados aventureros dispuestos a llegar a nuestro satélite.

La verdad es que, desde el principio, cualquier objeción teórica desaparece cuando el lector se sumerge en la lectura. La prosa de Verne ha envejecido notablemente, pero con todo se hace absorbente y divertida, como el pasaje donde describe a los socios del Gun-Club, hábiles artilleros parcialmente reconstruidos tras padecer los caprichos de sus instrumentos de trabajo.

Encabezados por su presidente, Impey Barbicane, los miembros de este club, en paro forzoso tras el termino de la Guerra de Secesión, idean el plan de construir el mayor cañón jamás fundido. El objetivo es claro, utilizar la Luna como blanco del monstruoso ingenio y ganar la gloria para los padres del invento.

Las dificultades y objeciones son resueltas y soslayadas con menor o mayor éxito, los cálculos efectuados y comprobados hasta el enésimo decimal, la ubicación del cañón estudiada concienzudamente (y hasta discutida políticamente) y el proyecto, con la ayuda de la entusiasta aportación popular, se pone en marcha para tener cañón y proyectil preparados en el tiempo previsto.

Pero hete aquí que Michael Ardan, un entusiasta aventurero francés, llega al centro de operaciones en Tampa con una idea que encantará a Barbicane y al animoso secretario del Gun Club. J. T. Maston. Ardan propondrá sustituir el proyectil esférico original por otro, hueco y troncocónico, con la intención de partir en el hacia la Luna.

Esta es la típica obra de Verne donde se nos inunda de cifras y datos técnicos, pero a diferencia de otras de su mismo estilo, esta escapa con mayor fortuna del fárrago y, como ya he dicho, es en ocasiones verdaderamente divertida (sospecho que tanto más divertida cuanto menos intención tenía Verne que lo fuera)

Interesante lectura veraniega, ahora que resulta más fácil encontrar en esta reedición de Plaza & Janés

© Francisco José Súñer Iglesias, 23 de junio de 1998 Créditos

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© 1998 Francisco José Súñer Iglesias
Publicado originalmente el 23 de junio de 1998 en www.ciencia-ficcion.com

Viaje a la historia de la publicidad gráfica. Arte y nostalgia

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