Morfina, de Mijail Bulgakov. La Medicina en los Libros y Literatura.

Morfina, de Mijail Bulgakov

Mijaíl Bulgákov (Breve reseña biográfica)

Nació en Kiev en 1891.  Estudió medicina y durante algún tiempo trabajó como médico rural.  A partir de 1921, cuando se instaló en Moscú, fue colaborador de numerosos periódicos y revistas.  Es autor de La guardia blanca (1924), Corazón de perro (1925) y El maestro y Margarita (1928-1940), además de La novela teatral (1936-1937) y numerosas obras de teatro, entre las que se encuentran La isla purpúrea (1927), El departamento de Zoia (1926) y La huida (19261928). Bulgákov murió en Moscú en 1940.
MORFINA consta de los siguientes relatos:
La toalla con el gallo rojo: Amputacion de la pierna de una bella joven herida por una agramadera del lino. La garganta de acero: Niña con difteria y traqueostomía. Bautismo de fuego: Parto en presentación transversal. La tormenta de nieve: Accidente en una dacha lejana. Fractura de la base del cráneo de una recién casada. No se pudo hacer nada. Tinieblas egipcias: Ignorancia de la gente: Una mujer se toma de golpe un frasco de belladona,… otro hombre casi muere al tomar 10 sobres de quinina juntos. Un ojo desaparecido: Errores y humildad: abceso en el ojo de un niño. La muela que extrajo y la fractura del alvéolo mandíbular. La erupción estrellada: «Ella» es la sífilis secundaria, en gente que desconoce cómo son las lesiones de la sífilis primaria. No tto. con mercurio. Descubre su nueva vocación: luchar contra las enfermedades de transmisión sexual. Morfina: Proceso de adicción inadvertida de un compañero, médico rural.  Reseña de «MORFINA» (de la contraportada del libro):
En vida de Milaíl Bulgákov difícilmente alguien se habría atrevido a considerarlo un «clásico» de la literatura rusa, ya que, después de haber gozado de un brevísimo período de éxito durante la década de los veinte, Bulgákov fue víctima de constantes calumnias políticas por parte de las autoridades soviéticas. Los últimos diez años de su vida vivió condenado al silencio y al olvido; parecía que su nombre se hubiera borrado de la literatura. Hoy, Bulgákov se encuentra en un nivel parecido al de Turguéniev, Tolstói o Chéjov.
Los relatos reunidos en este volumen pertenecen al ciclo «Notas de un médico joven». Todos están basados en experiencias reales del propio Bulgákov, que durante años ejerció como médico rural en la provincia de Smolensk. «Morfina», el relato con el que culmina este ciclo, también nació a partir de un hecho real: la adicción del autor a la morfina, con la que logró romper hacia 1919. A pesar de que los relatos se remontan a los años 1916-1917, en ninguno hay indicios del paso de la revolución por las aldeas y el campo. Mijaíl Bulgákov es aquí un médico joven que duda de sus conocimientos y de su habilidad, pero que demuestra estar lleno de energía para luchar en contra de la inercia y la incultura. Pero el lector no se encuentra frente a un hombre culto que se hunde en las rusas «tinieblas egipcias», sino ante un héroe que encaja perfectamente en el engranaje de la vida social rusa de aquella época. Bulgákov, el médico joven, el narrador y personaje principal de este libro, no relata, sino que describe los hechos con un extraordinario talento de narrador. Estructura narrativa:
Todos los cuentos vienen a tener casi la misma estructura narrativa, lo que podía pasar más inadvertido al haber sido publicados los relatos de forma aislada y no reunidos como en esta edición.
El protagonista es un médico rural en el año 1917, el año de la revolución rusa: es el «camarada Doctor»,… pero también el «padrecito» de los campesinos que acaban de dejar de ser siervos.
El brusco paso desde los pupitres de la facultad, de las clases en el anfiteatro y las matrículas en las asignaturas, pero sin ninguna experiencia práctica (sólo haberlo visto hacer alguna vez), a la soledad de la consulta rural.
Sólo ante todas las dificultades.  Los terrores de que vengan situaciones difíciles y no estar a la altura: un parto, una hernia estrangulada.
Necesita demostrar ante los pacientes que él no es inexperto y joven.  En las situaciones difíciles, siente primero miedo y, luego, una extraña seguridad.
Casi todos los casos se le dan bien (menos una fractura de cráneo en una recién casada).
Adquiere mucha fama tras los primeros casos quirúrgicos resueltos con éxito.
Enorme trabajo, de sol a sol (más de 100 pacientes diarios; más de 15.000 vistos en el primer año.
Soledad en la nieve, las tormentas, los lobos, el trineo.
Hospitales con un enfermero y dos matronas.  Pocos medios (?), aunque el apartamento del médico es cómodo y con servicio doméstico.
Lejos de la civilización.
Enfrentarse a la ignorancia de la gente. No entienden que lo que quiere hacer «es por su bien».
Sorprende, en aquel tiempo, la necesidad de obtener el consentimiento del paciente antes de determinados procedimiento («¡No doy mi consentimiento!»).
«Qué bueno era el médico que se fue» (era un buen cirujano, tenía mucho instrumental y muchos libros).
El sueño, siempre presente… con brusco despertar a media noche, buscar información en los libros mientras preparan al enfermo, la importancia de estudiar y estudiar.
Al final de cada cuento, el sueño reparador.

Ed Anagrama. Colec Panorama de narrativas, nº 238. Barcelona. 1ª ed, 1991.
Traducción del ruso:  Selma Ancira.
Título original:  Morfi (1927).
Autor de la reseña: Asclepio. Médico de Familia.
Esta reseña apareció originalmente en http://www.fisterra.com/human/1libros/no_ficcion/morfina.asp pero la página no está disponible y hemos decidido rescatarla por su interés.

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El Gran rostro de piedra (Nathaniel Hawthorne)

El gran rostro de piedra

Nathaniel Hawthorne nació en 1804 en el puerto de Salem, que adolecía, ya por entonces, de dos rasgos anómalos en América:

era muy viejo y estaba en decadencia. En esta vieja y decaída ciudad de honesto nombre bíblico, Hawthorne vivió hasta 1836; la quiso con el triste amor que nos inspiran las personas que no nos quieren, los fracasos, las enfermedades, las manías; esencialmente no es mentira decir que nunca se alejó de ella. Cincuenta años después, en Londres o en Roma, seguía en su aldea puritana de Salem; por ejemplo, cuando desaprobó que los escultores, en pleno siglo XIX, modelaran estatuas desnudas… Su padre, el capitán Nathaniel Hawthorne, murió en 1808, en las Indias orientales, en Surinam, de fiebre amarilla; uno de sus antepasados, John Hawthorne, fue juez en los procesos de hechicería de 1692, en los que diecinueve mujeres, entre ellas una esclava, Tituba, fueron condenadas a la horca. En esos curiosos procesos, ahora el fanatismo tiene otras formas, John Hawthorne obró con severidad y sin duda con sinceridad. «Tan conspicuo se hizo en el martirio de las brujas -escribió Hawthorne- que es lícito pensar que la sangre de esas desventuradas dejó una mancha en él. Una mancha tan honda que debe perdurar en sus viejos huesos, en el cementerio de Charter Street, si ahora no son polvo.» Cuando el capitán Hawthorne murió, su viuda se recluyó en su dormitorio; lo mismo hicieron sus hijos Louisa, Elizabeth y Nathaniel. Ni siquiera comían juntos, casi no se hablaban; frente a la puerta de sus respectivas habitaciones les dejaban la comida en una bandeja. Nathaniel pasaba los días escribiendo Wakefield o El velo negro del pastor; a la hora del crepúsculo de la tarde salía a caminar. Ese furtivo régimen de vida duró doce años. En 1837 le escribió a Longfellow: «Me he recluído; sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir.» Hawthorne era alto, hermoso, flaco, moreno. Tenía un andar hamacado de hombre de mar. En aquel tiempo no había, sin duda felizmente para los niños, literatura infantil; Hawthorne había leído a los seis años el Pilgrim’s Progress; el primer libro que compró con su plata fueThe Faerie Queen; dos alegorías. También leyó, aunque sus biógrafos no lo digan, la Biblia; quizá la misma que el primer Hawthorne, William Hawthorne de Wilton, trajo de Inglaterra con una espada, en 1630. Edgar Alan Poe acusó a Hawthorne de ejercer la alegoría, género que juzgaba indefendible. Lo mismo pensó Croce, que acusaba a la alegoría de ser un fatigoso pleonasmo… Hawthorne se casó en 1842; su vida, hasta esa fecha, había sido puramente imaginativa. Trabajó en la aduana de Boston, fue cónsul de los Estados Unidos en Liverpool, tuvo la suerte d vivir en Florencia y en Roma, pero su realidad fue, siempre, el tenue mundo crepuscular de la imaginación puritana.

 Ante el primer relato de nuestra serie, ningún lector contemporáneo prescindirá de la imagen de Kafka. Es idéntico el mecanismo de infinitas postergaciones, pero Hawthorne, sin desmedro de la angustia y de la tensión, nos advierte desde el principio el desenlace de la fábula. Wakefield es el mejor relato de Hawthorne y acaso uno de los mejores de la literatura. El doble es uno de los temas recurrentes de la imaginación de los hombres; el agua y los espejos lo prefiguran. Lo encontramos tratado de un modo inesperado y original en El Gran Rostro de Piedra, que recoge, asimismo, otro tema antiguo, el buscador que, sin saberlo nunca, es el objeto de su busca. El holocausto del mundocorresponde admirablemente a la mística especulación de los trascendentalistas de New England, que fueron los amigos de Hawthorne; la mente humana, no el mundo tangible y visible, es la realidad esencial. Poe inventaría en 1841 el hoy caudaloso género policial; cuatro años antes Hawthorne había publicado La catástrofe del señor Higginbotham que anticipa sorpresas y artificios. Hawthorne acentúa lo cómico; si el texto hubiera sido escrito ahora, su desenlace sería trágico y hubiera sido el punto de partida. El velo negro del pastor, última pieza de la serie, es pura y descaradamente una alegoría y, pese a serlo, es no sólo eficaz sino inolvidable. Hawthorne ha escrito los mejores y los peores cuentos del mundo; en esta selección ofrecemos al lector los primeros.

 Como Beda el Venerable, Nathaniel Hawthorne murió soñando. Su muerte ocurrió en la primavera de 1864, en las montañas de New Hampshire. Nada nos prohibe imaginar la historia que soñaba y que la muerte coronó o borró. Por lo demás, toda su vida fue una serie de sueños.

Jorge Luis Borges

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