La Cruz de barro (Miguel Ángel Mala)

Johnny escribió "Miguel Ángel Mala (Madrid-1976) es un valor en alza. Lo viene demostrando en los últimos años en los numerosos premios literarios que se ha metido en el morral (baste señalar que quedó finalista en el Premio de Narrativa Caja Madrid 2007 con la novela Lady Mermelada). Mala, o Miguel Ángel López Alba, que así se llama nuestro escritor, ha publicado hace pocos meses un libro fresco pero cargado de una profundidad propia de los autores de casta.  La cruz de barro se aleja de esa tendencia que marcan los libros llamados ahora de “recuperación de la memoria histórica”, porque aunque describa sucesos de la guerra civil, la posguerra y la democracia, en realidad nos las vemos con un fresco escalofriante de la España más profunda, de esa España que hemos olvidado y que somos en realidad: la de la idiosincrasia montaraz, austera, cainita. La cruz de barro transcurre en Garmaz, un pueblo ficticio pero que puede ser más real que cualquier otro, porque lo que se narra son historias verídicas que Mala ha atrapado en su telaraña. Y es una telaraña lo que encontraremos en La cruz de barro, ya que, si bien la obra queda fragmentada por 12 relatos, éstos obedecen a una estructura calidoscópica, con personajes que repiten o vuelven a aparecer, dándonos la sensación de que algo muy vivo late entre las páginas: Garmaz. Si hacemos paralelismo nos viene a la cabeza otros paisajes también ficticios de la guerra civil, ya sea Región de Benet, o Gambo de Rafael García Serrano. Lugares que no existieron pero que, como decía, despuntan por su realismo. Diciéndolo de otro modo, o repitiendo lo que dijo Voltaire sobre Dios: si estos lugares no existieran, habría que inventarlos.
            Como ya he señalado arriba, el libro de Mala se compone de 12 relatos, así y todo, una vez terminado, el lector tiene la impresión de haber transitado por una novela de fragmentos, como de contrapunto, ya que los vacíos temporales, los espacios entre cuento y cuento, los silencios de muchos personajes, se va solapando en un todo que sorprende al lector en una nueva relectura o reinterpretación de lo ya leído.
            También apreciará el lector un punto fuerte en La cruz de barro, y es el lenguaje, dado que, a medida que pasan las generaciones por Garmaz, la voz empleada en las distintas narraciones van sufriendo cambios formales, en consonancia con el tiempo que les toca vivir. Baste señalar los cuentos de El pelapollos, El espartano, Padre Amor o El hombre que murió del euro.
Mala ha apuntado muy alto con esta obra, pero también supone un punto de inflexión para toda su narrativa futura. Volver los pasos sobre La cruz de barro no haría sino enterrarse en vida, del mismo modo que un escritor cualquiera jamás podría imitar a Borges o a Auster, porque son caminos que solamente se transitan una vez, en los que los propios autores dieron las pautas de esa creación orquestada, se expandieron en ella y le dieron sepultura. Cuando vemos que alguien imita estos estilos, rápidamente sabemos que, o bien es un escritor en prácticas o es un mal escritor. Lo mismo sucede con La cruz de barro. Miguel Ángel Mala, desde el principio hasta el final, ha creado un camino y ha llegado a su vía muerta. Por eso no puede seguir por la misma senda. Por eso, cuando leemos La cruz de barro, tenemos la sensación de que todo ha quedado dicho y que, si Garmaz vuelve a hacer acto de presencia, esta vez será con otra voz, con otro espíritu, con otras historias que nada tendrán que ver con esta cruz de desheredados, de almas sin patria, porque la suya es la de lo universal.
Cuando volvamos a encontrarnos a Mala en las librerías, será otro escritor, porque La cruz de barro pertenece a ese grupo de obras irrepetibles, que existen como hijos únicos.

Como advertencia a futuros lectores, señalar que La cruz de barro es literatura con mayúsculas, y solamente un lector con los posos de nuestra mejor literatura va a poder gozar con sus páginas. Abstenerse aquéllos que no hayan disfrutado con Aldecoa, Cela, Marsé o Benet.

Jorge de Barnola

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