«Obedeciendo a una ley inalienable, las cosas crecían, proliferaban, tumultuosas y extrañas.» Siempre he recordado esta frase ini¬cial, que, para mí, resume el tema de toda la ficción de Aldiss: la fecundidad. Sus novelas y cuentos están llenos de imágenes de vida floreciente, desarrollo individual y colectivo, plenitud y multiplici¬dad. Lo vemos en sus últimas obras, por ejemplo, en Barbagrís, en la que Inglaterra es reconquistada por una exuberante naturaleza, y en A cabeza descalza (1969), cuya verborragia de lenguaje agrega fuerza al tema, un lenguaje tan fantástico y enmarañado como los bosques y las junglas de sus primeras novelas (la tendencia de Al¬diss a los juegos de palabras es una clara señal de su capacidad ima¬ginativa: se deleita con la aparente casualidad de las yuxtaposicio¬nes incoherentes). Sin embargo, en ninguna otra parte su alabanza de la fecundidad se presenta con tanta fuerza como en Invernáculo (Hothouse), la historia de un futuro inconcebiblemente remoto, en el que la Tierra ha dejado de girar y un inmenso banano cubre gran parte de la faz soleada del planeta. Sobre las ramas de ese árbol mundial viven los últimos seres humanos, pequeñas criaturas de piel verde y mentalidad limitada, quienes, para sobrevivir, han de competir con un billón de especies de plantas e insectos voraces.
Aldiss acuña decenas de nuevos nombres para estas especies fa-bulosas: bayescobo, torpón, moscatigre, bricatrepa, rondana, babosero, ajabazo, peluseta, termitón, avegege, papelala. Pero los más fabulosos de todos son los traverseros, inmensas bolsas vegetales de gas capaces de volar por el espacio, elevándose por las bandas de materia que cuelgan a modo de ondas entre la Tierra y la Luna inmóvil, cosa imposible desde el punto de vista de la astronomía, pero que, no obstante, crea una imagen encantadora. Los seres hu¬manos pueden viajar a bordo de estos traverseros hasta la Luna, que es para ellos un lugar un poco más hospitalario que la Tierra misma.
Invernáculo describe las aventuras de Gren, el último héroe inda-gador de la humanidad. Llevado por un pájaro ventosa, él y unos cuantos miembros de la pequeña tribu desembarcan en Tie-rra de Nadie, la línea divisoria entre un bosque de higueras y un mar voraz asfixiado por las algas. Allí tienen que defenderse del peli¬groso pulpo de arena y del sauce asesino. Separado de los demás, Gen es infestado por un hongo sensible, el morel, que se le adhiere a la cabeza. Esa criatura es capaz de entrar en el cerebro de Gren, multiplicarle la inteligencia y aprovechar los recuerdos de la espe¬cie. En una feliz simbiosis, Gren y el morel se embarcan en una pin¬toresca serie de aventuras que, finalmente, los lleva a las profundi¬dades de la faz congelada y obscura del planeta inmóvil. Allí se encuentran un intelecto superior y aprenden algo acerca del des¬tino futuro de la Tierra, la Luna y el Universo.
Invernáculo es una novela de una prodigiosa imaginación y está escrita con gran destreza lingüística, empañada a veces por algunas extravagancias y por cierta falta de rigor en la estructura narrativa, que delata el origen del libro: una serie de cuentos breves indepen¬dientes, publicados en Magazine of Fantasy and Science Fiction. No es la obra más seria de Aldiss, pero es sin duda la más alegre.
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