La sombra errante (BRIAN STABLEFORD)

La sombra errante

«Todas las cosas -dijo en voz baja la máquina- son pasajeras.  Incluso los imperios y las creencias sobre las cuales se fundan.»  He aquí un modesto replanteo del gran tema que subyace en mucha de la ciencia ficción británica -el tema de la evolución, de la mutación, la vida y la muerte de acariciadas esperanzas; es una nota agridulce que va desde las novelas científicas de H. G. Wells, a través de las fábulas cósmicas de Olaf Stapledon, hasta las obras de Clarke, Aldiss y Ballard- y continúa en los textos de los autores ingleses jóvenes de cf, como Brian Stableford (nacido en 1948).  Casi todas de las muchas obras de Stableford se refieren a la evolución (se graduó en biología en la Universidad de York e hizo estudios de posgraduado sobre ecología evolucionista), y es una obsesión que emerge con especial fuerza en las mejores de ellas, The Realms of Tartarus (1977) y La sombra errante (The Walking Shadow).

Paul Heisenberg es un joven con carisma, uno de los principales animadores públicos de la década de 1990.  Cuando habla ante vastas audiencias, es en parte estrella pop y en parte un mesías.  Predica un nihilismo posmoderno, diciéndole a la gente que no hay certeza de nada, y que tienen que creer en los sistemas «metacientíficos», estéticamente atractivos.  Un día, mientras ha-bla, el cuerpo se le «congela» repentinamente y toma la apariencia de una estatua de plata.  Ha salido del curso del tiempo, dejando atrás una lesión, un agujero en el universo con la forma de Paul.  Es el primero de los saltadores del tiempo (pronto se produce una epidemia de ellos) y, cosa nada sorprendente, se convierte en objeto de un poderoso culto religioso.  Un siglo más tarde despierta, o reingresa en el universo, y encuentra un mundo devastado por una guerra nuclear.  Desparramados entre las ruinas hay millares de estatuas de plata: seguidores de Paul.

Paul salta otra vez, y otra, encabezando una peregrinación al fin del tiempo.  El relato es complejo y quizá tiene demasiados personajes.  El «personaje» más importante, fuera del propio Paul, es la máquina, una inteligencia artificial que ha sido construida por alguna raza extraterrestre muerta mucho tiempo atrás.  La máquina es atraída por los saltadores del tiempo, y en particular por Paul, porque son los únicos seres vivos que pueden hacerle compañía a lo largo de millones de años (la máquina se repara a sí misma y es realmente inmortal).  Proporciona seguridad y apoyo psicológico a Paul y a su declinante grupo de seguidores cuando éstos despiertan a intervalos aparentemente arbitrarios.  Pasan centenares de millones de años, y la vida que hemos conocido desaparece de la Tierra.  Es reemplazada por «la vida de tercera fase», una forma proteica de crecimiento biológico que parece ser el resultado final de toda la evolución natural.  Esa vida de tercera fase -«Gaea», como la apoda la máquina- es una entidad vegetal que lo consume todo, capaz de extenderse infinitamente, y sin inteligencia.  Es un enorme y voraz organismo en cuyo seno no hay «individuos».  Protegidos por una bóveda que guarda su personal jardín del Edén, Paul y sus amigos son testigos del fin de todas las esperanzas para el futuro de la mente.

El panorama que ofrece Stableford es yermo, y está convenien-temente descrito en una jerga biológica:

Dentro de pocos millones de años, hasta los peces habrán desaparecido.  Vuestros únicos parientes serán entonces las holoturias, que vivirán en lo más profundo del limo del océano, como grandes babosas pentámeras.  Cuando éstas hayan desaparecido, sólo quedarán gusanos filiformes, luego protozoarios y finalmente nada más que bacterias.  Todo vuestro mundo habrá desaparecido, completamente devorado.  Sobre la Tierra no habrá nada vivo que sugiera que toda la cadena evolutiva de la que formáis parte haya existido alguna vez.  Sólo fósiles en las rocas, y tal vez el ocasional huésped de un artefacto de metal o de piedra.

En la historia de Paul hay indicios de un final feliz, pero lo que queda en la mente del lector una vez que ha cerrado el libro es la escalofriante perspectiva de un descorazonador proceso evolu-cionista.  No conozco otra novela de cf de posguerra que abarque tanto espacio de tiempo.  El libro tiene defectos -parte del material de ac-ción/aventura de la primera mitad es trivial-, pero sus mejores momentos son maravillosamente imaginativos.  La som-bra errante merece una difusión mucho más amplia de la que ha gozado hasta ahora.

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Norstrilia, de CORDWAINER SMITH

«Cordwainer Smith» era el seudónimo del doctor Paul M. A. Linebarger (1913–1966), un norteamericano bastante notable cuyos méritos incluyen un importante trabajo acerca de la guerra psicoló­gica. Norstrilia, su única novela de cf, se publicó en un principio en dos partes: The Planet Buyer (1964) y The Underpeople (1968). Final­mente, en 1975, ya mucho después de la muerte de su autor, apare­ció una versión corregida y unificada. El título se refiere al planeta Old North Australia, de donde proviene el héroe. En un extrava­gante futuro lejano, el universo está densamente poblado por seres humanos y otras criaturas inteligentes, entre las cuales figuran los homúnculos, animales a los que los últimos avatares del doctor Moreau han hecho semejantes a hombres y mujeres. El imperio in­terestelar es regido por los misteriosos Señores de la Instrumentalidad, una suerte de clero científico que aparece también en muchos de los relatos breves de Cordwainer Smith. En realidad, casi todos los cuentos que Smith publicó en las revistas de cf entre 1950 y el año de su fallecimiento están ambientados en el mismo cosmos futuro de Norstrilia, y en la novela abundan las referencias a los personajes y a los acontecimientos de aquellos cuentos. Éstos, que tienen títu­los con caprichosos sonsonetes, como «Alpha Ralpha Boulevard» y «Dorada era la Nave… ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!», son las obras más her­mosas de Smith, y han sido reeditados en diversos volúmenes a ve­ces con superposición de títulos. Una selección excelente es The Best of Cordwainer Smith (1975).

El héroe de la novela es un joven llamado Rod McBan, descen­diente de una antigua familia del planeta Norstrilia, austero y pro­fundamente conservador. Habitado primero por australianos de la Vieja Tierra, el mundo de Rod se ha vuelto inmensamente rico gra­cias a una enfermedad de las ovejas del lugar. Repugnante-mente hinchadas, producen una droga, stroon, que hace casi in-mortales a los seres humanos. Es imposible fabricar artificialmen-te la droga y exportar la lucrativa enfermedad a otros planetas, de modo que Norstrilia es el único proveedor de esa sustancia, fuente de vida. Los nativos cuidan celosamente sus granjas y seleccionan su población para prevenir el hacinamiento y la degeneración. Al comenzar la historia, Rod pasa por una prueba para determinar si vivirá o mo­rirá. Hay razones para dudar de su futuro, puesto que padece de una incapacidad para comunicarse telepáticamente, como hacen todos sus vecinos. Aprueba el test, pero también se gana un pode­roso enemigo, de modo que, al parecer, lo mejor es que abandone el planeta natal. Con la ayuda de un viejo (e ilegal) ordenador, se juega en el mercado bursátil galáctico la fortuna heredada. De la noche a la mañana se convierte en el hombre más rico del universo y en el propietario real del mundo habitado por la humanidad. Ahora nada le impide viajar por el espacio y reclamar lo que es suyo, y ver por primera vez los «enloquecidos y lejanos cielos de la vieja Tierra».

En la Tierra, Rod encuentra una sociedad de una complejidad pasmosa. Se relaciona con los homúnculos, y se ve implicado en el «Redescubrimiento del Hombre». Se trata de un movimiento que han lanzado ciertos miembros de la Instrumentalidad con el propó­sito de poner fin al estancamiento sibarítico que se ha apode-rado de la mayoría de la humanidad: «La Tierra no tenía peligros, ni espe­ranzas, ni recompensas, ni futuro excepto el infinito…».

Es una historia interesante, colorida y por momentos irritan-te, llena de veladas insinuaciones religiosas. Aunque da la impre-sión de algo fragmentario, sirve para confirmar que Cordwainer Smith fue uno de los escritores más originales de ciencia ficción, y también uno de los más excéntricos. John Sladek escribió en cierta oportuni­dad una parodia de Smith que tituló «One Damned Thing After Another – A Co–ordainer’s Myth» [«Una maldita cosa tras otra – Un mito de Co–ordenador» (religioso)]. En realidad, Nors-trilia es un libro que contiene una maldita cosa tras otra, pero muchas de ellas están vívidamente pintadas y son maravillosa-mente sugestivas.

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