Conan, el bárbaro de poderosos músculos de la antigua tierra de Cimmeria, se ha convertido en una de las figuras míticas de nuestro tiempo, retratado en las cubiertas de los libros en rústica por el popular artista Frank Frazetta, en títulos de los Marvel Comics (La espada salvaje de Conan, etc.) por otros muchos artistas y también en el cine por el culturista Arnold Schwarzenegger. El éxito de Conan como símbolo cultural es notable, y rivaliza con el Tarzán de los Monos de Edgard Rice Burroughs. Y todo parece aún más notable si se considera que el creador de Conan, un joven escritor tejano llamado Robert Ervin Howard (1906–1936), se suicidó unos catorce años antes de que se publicase su primer libro. Howard escribía para Weird Tales, una revista barata especializada en historias de horror sobrenatural (otra de sus luminarias era ese otro escritor neurótico y de corta vida: Howard Phillips Lovecraft). Fue en esas páginas llenas de conmociones, en 1932, donde Howard presentó Conan al mundo. El héroe creó su ensangrentado camino en varios cuentos y novelas cortos antes de ser la estrella de su primer (y único) relato extenso, «La hora del dragón» (publicado como serial en 1935–1936). Y es esta historia la que se publicó en forma de libro en 1950 con el título de Conan el Conquis-tador (Conan the Conqueror).
Comienza con una espeluznante escena de necromancia: «Astillándose estruendosamente, la tapa tallada del sarcófago estalló, abriéndose, como si desde dentro la impulsase una presión irresistible, y los cuatro hombres, inclinándose ansiosamente hacia adelante, vieron una forma acurrucada, marchita y arrugada, de secos miembros marrones como madera seca que aparecían a través de vendajes podridos … Mientras observaban, se hizo evidente una horrible transmutación. La forma marchita del sarcófago se expandió, creciendo, alargándose. Los vendajes reventaron y cayeron en forma de polvo marrón. Los miembros arrugados se hincharon …». El hechicero de 3.000 años Xaltotun había vuelto a la vida para ayudar a deponer a Conan del trono de Aquilonia. Conan, aunque era un tosco bárbaro e hijo de un herrero, ha logrado adquirir un reino, y ahora fuerzas rivales están organizándose contra él. Nuestro héroe es un hombre formidable, descrito como «de poderosas espaldas y de pecho ancho, con un cuello macizo y con músculos que resaltan como cuerdas y miembros también llenos de músculos», y está al mando de un enorme ejército, de modo que es evidente para sus enemigos que sólo mediante la magia negra será posible derrotarlo.
Xaltotun inmoviliza a Conan por medios mágicos, derro-ta a su ejército y arroja al rey depuesto a una mazmorra. Una bella muchacha de un serrallo, Zenobia, ayuda a Conan a escapar («Te he amado, rey Conan, desde que te vi cabalgando a la cabeza de tus caballeros»). Da muerte a un mono enorme que merodea por las celdas, luego se abre paso hacia la libertad e inicia la larga tarea de recuperar su reino. Poco a poco reúne a sus aliados, aprende las debilidades de sus enemigos y consigue la ayuda mágica que le permitirá aplastar a Xaltotun. Es innecesario decir que tiene éxito, pero el número de muertos es ele-vado. Conan el Conquistador es una vigorosa novela de acción violenta, escrita en el verdadero estilo de las revistas de papel barato por un autor que tiene un agudo olfato para lo macabro. Carece de distinción intelectual de cualquier especie (los nombres, por ejemplo, son de una pobre concepción, una tosca mezcla tomada de fuentes célticas, griegas y varias otras), pero se desarrolla bien y nunca faltan las rudas emociones que son de esperar. Ésta es la obra original, no adulterada, de espada y hechicería, y como tal ha tenido una gran influencia. Cualesquiera que sean sus defectos, Robert E. Howard logró crear un género.
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