Los bisontes y los dioses. El arte como conjuro.

Magia...

Siempre me ocurre y no dejo de buscar el truco: cada vez que me pongo a  leer a Homero, o a alguno de aquellos griegos que contaban las más tremendas batallas, con intervención de dioses incluida, no consigo  comprender cómo eran capaces de conferir una fuerza semejante a sus relatos, o de repetir treinta o cuarenta veces la misma frase sin que suene lamentablemente repetitiva.

Cualquiera que se ponga hoy a escribir en ese tono se encontrará con que las palabras suenas gastadas, manidas, marchitas como flores encerradas en un misal. Quizás la clave del truco sea que ellos empleaban palabras nuevas, recién hechas, y nosotros no podemos pasar ya de ropavejeros.

O quizás, tratando de ser un poco más técnico y dando a todos los diablo la poesía, hay que reconocer que lo que nos cautiva de ese estilo es su sinceridad. Y no me refiero a la veracidad de lo que cuenta, sino a lo cercana que está la voz de estos narradores de lo que es al voz natural del Narrador, del hombre que cuenta a viva voz los sucesos importantes de su mundo.
Jenofonte, Tucídides y Homero eran ante todo, narradores naturales, genios de la escena pintada con palabras, y en cierto modo recuerdan a aquellos pintores rupestres, magos o hechiceros de su sociedad, que invocaban a los bisontes para la caza pintándolos de modo que aún hoy parezca que van a salir corriendo.

Aquellos pintores sin duda conseguían atraer a los bisontes.

Los griegos, sin duda, consiguieron hacer participar realmente a los dioses en sus relatos.

Sus bisontes aún embisten. Sus dioses aún lanzan rayos. Los nuestros, los bisontes y los dioses, malviven en las reservas que les deja el hombre blanco…

 

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Venenos de Dios, Remedios del Diablo

Venenos de Dios, Remedios del Diablo

Autor: Mia Couto.

Villa Cacimba

UN MÉDICO PORTUGUÉS LLEGA A UN PEQUEÑO PUEBLO AFRICANO BUSCANDO A LA MUJER QUE LO ABANDONÓ POR RAZONES MISTERIOSAS. ANTES DE INSTALARSE EN SU ENFERMERÍA, VERDADERA RESIDENCIA DE MALOS ESPÍRITUS, COMPRENDE QUE

LA RESPUESTA LA TIENE UNA PAREJA DE ANCIANOS TAIMADOS Y RECELOSOS, QUE NECESITAN DE SU AYUDA: ELLA HECHICERA, ÉL UN VIEJO LOBO DE MAR AHORA AGONIZANTE. AMBOS VIVEN NO LEJOS DEL CEMENTERIO, AL FINAL DE UNA CALLE QUE POCOS SE ATREVEN A TRANSITAR. ENTRE BROMAS Y ENGAÑOS SINIESTROS, EL LECTOR ASISTIRÁ A UN INTERROGATORIO INUSUAL ENTRE MÉDICO Y PACIENTE, EN EL CUAL SE INSINÚAN SECRETOS PODEROSOS, HISTORIAS DE AMOR Y PASIÓN, ENEMISTADES QUE DURAN MÁS ALLÁ DE LA VIDA. AVERIGUAR LA VERDAD, PARA EL JOVEN MÉDICO, EQUIVALE A DESCIFRAR UN SÍNTOMA, U A ENCARAR LOS DESAFÍOS LLENOS DE HUMOR, PICARDÍA Y ASTUCIA QUE CONSTITUYEN LAS DIVERTIDAS CONVERSACIONES CON SU RIVAL. EN VENENOS DE DIOS. REMEDIOS DEL DIABLO, EL NARRADOR MIA COUTO CONSTRUYE UNA NOVELA EXCEPCIONAL, DONDE EL LECTOR ADVIERTE DESDE EL PRINCIPIO QUE TODOS MIENTEN EN ESTA VILLA NEBULOSA, UNA PARIENTE SELVÁTICA DE COMALA, DONDE EN CADA FRASE ACECHA UNA TRAICIÓN


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La semilla del diablo, de IRA LEVIN

semilla_del_diabloEsta novela de horror astuta, seductora e impecablemente es­crita fue un enorme éxito comercial. El aterrador librito de Levin y la película de Roman Polanski que le siguió un año más tarde («La más fiel adaptación de una novela que haya salido nunca de Hollywood», según palabras de Levin) desencadenó el auge moderno de la ficción de horror americana, haciendo posible el éxito de películas como la de William Peter Blatty (muy inferiores) El exorcista (1971) o el ciclo La profecía, y las ca­rreras de novelistas como Stephen King y Peter Straub entre muchos otros. (Desgraciadamente para Fritz Leiber, su obra si­milar Esposa hechicera [13] había aparecido prematuramente.)

Rosemary Woodhouse es una joven feliz en su matrimo-nio que vive en Nueva York. Su apuesto y encantador marido, Guy, es un actor que se gana la vida en anuncios de TV y papeles se­cundarios en obras de teatro. Se mudan a un piso muy deseado en el Edificio Bramford –«viejo, negro y enorme … un laberin­to de techos altos valorado por sus chimeneas y sus detalles victorianos»–, donde pronto traban relación con una pareja vecina, Roman y Minnie Castavet. «Su boca amplia y de labios finos era de un color rosado, como si se los pintase; sus mejillas eran gredosas, sus ojos, pequeños y brillantes en órbitas pro­fundas. Ella tenía nariz grande, con un labio inferior hosco y carnoso. Usaba gafas con una montura de color rosado en un collar que caía detrás de los colgantes de perlas.» Los Castavet son bastante mayores que Rosemary y Guy, y al principio Rosemary los halla excéntricos y un poco fastidiosos. Sin em­bargo, Guy les toma afecto y pasa largas horas en su piso discu­tiendo sobre cuestiones de teatro.

Rosemary se pone melancólica y, en general, se siente insa­tisfecha con su vida. Pero la egoísta carrera de Guy está flore­ciendo: obtiene un papel importante en el teatro cuando un actor rival es cegado misteriosamente. De pronto se vuelve solí­cito hacia su joven esposa: «He estado tan ocupado tirándome de los pelos por mi carrera que no he prestado suficiente atención a tu vida. Tengamos un bebé, ¿quieres?». Éste es el mayor deseo de Rosemary, y empieza a prepararse para la maternidad. Es feliz, aunque el maloliente hechizo para la buena suerte (raíz de tanino) y los extraños alimentos y bebidas que Minnie Castevet le impone se convierten en una fuente de creciente irritación. Una noche tuvo un sueño muy desagradable: «Abrió los ojos y observó unos ojos de horno amarillos, sintió olor a azufre y raíz de tanino, un aliento húmedo en la boca, oyó gru­ñidos de lujuria y la respiración de espectadores …».

El embarazo de la pobre Rosemary adquiere un rumbo ho­rripilante, y su resultado es monstruoso. Poco a poco descu-bre lo que está pasando realmente, y trata de rebelarse contra el papel que se la ha obligado a desempeñar. Los indicios sobre el carácter oculto de los sucesos son esparcidos cuidadosamen­te por toda la novela, formando una intensa atmósfera de desa­sosiego. Es un relato elaborado de manera experta, un libro de un autor teatral, en el que todo detalle físico y todo diálogo son importantes. Ira Levin (nacido en 1929) era un autor de teatro y televisión de éxito antes de publicar La semilla del diablo (Rosemary’s Baby) (un musical de 1965 llamado Drat! The Cat!, al que se alude en la novela, es realmente una obra suya)  y su ha­bilidad para tejer una trama ingeniosa le fue muy útil cuando escribió este best–seller. Pero la principal razón del atractivo de la novela reside en la caracterización de Rosemary, una mujer americana moderna, una chica de clase media amable y bonda­dosa con la que la mayoría de los lectores pueden identificarse, y simultáneamente la doncella perseguida de las viejas novelas de terror, presa de hombres insensibles, grotescas brujas viejas y un diablo demasiado masculino.

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Contra los periodistas y otros contras (Karl Kraus)

Me cansan los libros de aforismos, reflexiones enlatadas, chistecillos y sátiras de andar por casa. En especial, me molestan cuando vienen recopilados por editores que los consideran como el mejor modo de aproximarse al autor.

Encantóme en su día el librillo que me acercó a Ferlosio después de que el cauce del Jarama hubiera abierto una brecha entre nosotros. Porque era muy suyo, con su complejidad, sus desvaríos, sus ansias de extenderse en mil páginas en ciertas ocasiones, su mesura para expresarse en los justos términos en otras…

Encandilóme recientemente el librillo de Ernesto Sábato en que reflexiona sobre el oficio de escribir, puesto que se trataba de un conjunto de anotaciones, casi diría que hipertextuales, que se necesitaban una a otra. Reflexiones sesudas, pensadas, argumentadas, justificadas. Sesudas, en suma. Nada del juego conceptista y contundente de levantar las faldas de los intelectuales a golpe de sintaxis.

Durante estos días de asueto me he leído Contra los periodistas y otros contras de Karl Kraus. No sé decir si de Karl Kraus o de el duque que lo parió, Jesús Aguirre. Y es que este libro sí es uno de esos compendios de aforimos y sátiras brevísimas en las que el amontonamiento no hace más que dañar al individuo y al conjunto.

Para empezar, tengo que decir que lo cogí con mano maliciosa por aquello de "contra los periodistas". Nada más errado. Título llamativo que, en realidad, no responde por completo al contenido, puesto que aquí se critica a los periodistas, las mujeres, los vieneses, los berlineses, los tontos, los no tan tontos, los artistas, los pasteles… en fin, casi podemos decir que se critica todo aquello que se mueva y no sea el autor.

De hecho, el libro está dividido en siete apartado, uno se dedica sólo a los artistas, otro sólo a Viena y Berlín, otro solo a la sociedad… En cambio, el de periodistas es, en realidad, "Sobre periodistas, estetas, políticos, psicólogos, estúpidos y eruditos".

Sobre el contenido, poca queja tengo, la verdad. La principal queja del contenido es la estructura en sí. Un aforismo es para ser leído en una postal de ciudad turística; en una servilleta de papel, en la carpeta de un amigo, incluso en la camiseta del quinqui del barrio. No es para hincharte a leer aforismos en plan "palomitas de maíz". Y ese es el problema que tiene este libro: la lucidez de las críticas de Karl Kraus, la magnífica traducción de los juegos de palabras, lo certero de las flechas de su pluma, lo moderno de su pensamiento son características del autor que se amalgaman de tal manera que no dan lugar más que a un pastiche que ni huele, ni sabe, ni fluye.

Y es una pena, porque cogido el libro al vuelo y abierto por cualquier página al azar, deja verdaderos aforismos:

"El lenguaje no es el aya, sino la madre del pensamiento."
"El diablo es optimista si cree que puede hacer mejores a los hombres."
"El que plagia debería copiar cien veces al autor".

Llenitos de enjundia, no me dirán que no.

También deja frases primorosas, no por ello, exentas de verdad:

"Cabe cerrarse al mundo toda la semana. Pero hay una penetrante sensación de domingo a la que no podemos hurtarnos ni en un tragaluz, ni en la cumbre de una montaña, ni siquiera en un ascensor."

Pero uno de tras de otro, como caramelos de menta en pleno catarral, embotan la sensibilidad y la capacidad de percepción. Para conocer a Karl Kraus sigue valiendo mucho más la pena leerse Los últimos días de la Humanidad.

Ah! Y no se fíen nunca de un título que no puso el autor 😉

http://blogs.ya.com/lomejordeloslibros/200505.htm

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El señor de las tinieblas (Alberto Vázquez-Figueroa)

Un médico dedicado a la investigación recibe la visita del diablo,quien le ofrece algo que todos los médicos quisieran poseer: el secreto de la cura del cáncer

El mismo autor ha reconocido en varias entrevistas que no sabe escribir, con lo cual no ha sido una sorpresa al leer su novela encontrar una prosa sencilla y algo tosca que se interesa en buscar palabras complejas ni estructuras novedosas.

Los personajes caen en bastantes tópicos. Desde la enfermera aparentemente enamorada de él hasta el colega homosexual que va a ir al Vaticano a reivindicar sus derechos desfilando vestido de drag queen.
El protagonista, Bruno Guinea no se libra de caer en lo mismo. Se nos describe a un médico entregado a su trabajo, tan enamorado de su esposa y madre de sus tres hijos (a la que en ningún momento “vemos” durante la historia y que está enferma del corazón) que ni siquiera se ha enterado del supuesto interés de la enfermera y que es tan bueno y generoso que no resulta creíble en la actualidad.

Las conversaciones entre Guinea y el Maligno son a veces ingeniosas, otras algo ingenuas, y desgranan una filosofía ya conocida aunque todavía vigente, no carente de reflexión e interés.

La mejor parte de esta revisitación del mito de Fausto se desarrolla cuando el médico se va a Ecuador a buscar esa cura para todo tipo de cáncer que le ha prometido el diablo a cambio de su alma.
Aquí, sin dejar lo tópico, encontramos a personajes con mayor interés y personalidad, como Doña Cecilia Prados de Villanueva, a ratos consejera del médico y persona de gran inteligencia (aunque se incide demasiado en su gordura, por ejemplo) o el millonario enfermo, Horacio Guayas, de fuerte personalidad, que acaba siendo una especie de mecenas del protagonista.

También en esta parte se muestran las mejores descripciones, las de los paisajes, personas y selva ecuatoriana, por la que el protagonista transita durante varios capítulos acompañado de varios hombres del lugar y donde el autor parece sentirse más en su salsa contando diversas anécdotas de interés tanto de la flora y fauna como de la mitología del lugar. Son los capítulos más interesantes de la novela, incluyendo el encuentro de la cura para el cáncer, que es lo más ingenioso de la historia.

El regreso a la civilización y lo que sucede después parece relatado casi con prisa, como si fuera la parte menos importante de la historia, y el epílogo tiene su punto previsible y absurdo.

Creo que esta novela, sencilla, se salva en parte por la intensidad del autor cuando viaja a lugares “exóticos”. No es la mejor ni la peor del autor, tiene muchos diálogos, un mensaje sencillo y contundente y esa capacidad de Vázquez-Figueroa para hacer que se siga leyendo pese a sus carencias como narrador, entre las que se encuentra ser más explicativo que demostrativo.
El autor parece escribir de forma visceral, sintiendo a sus personajes e historia con pasión y sinceridad. Quizá sea éste el secreto de sus ventas y fidelidad de sus lectores a lo largo de tantos años.

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