Encantóme en su día el librillo que me acercó a Ferlosio después de que el cauce del Jarama hubiera abierto una brecha entre nosotros. Porque era muy suyo, con su complejidad, sus desvaríos, sus ansias de extenderse en mil páginas en ciertas ocasiones, su mesura para expresarse en los justos términos en otras…
Encandilóme recientemente el librillo de Ernesto Sábato en que reflexiona sobre el oficio de escribir, puesto que se trataba de un conjunto de anotaciones, casi diría que hipertextuales, que se necesitaban una a otra. Reflexiones sesudas, pensadas, argumentadas, justificadas. Sesudas, en suma. Nada del juego conceptista y contundente de levantar las faldas de los intelectuales a golpe de sintaxis.
Durante estos días de asueto me he leído Contra los periodistas y otros contras de Karl Kraus. No sé decir si de Karl Kraus o de el duque que lo parió, Jesús Aguirre. Y es que este libro sí es uno de esos compendios de aforimos y sátiras brevísimas en las que el amontonamiento no hace más que dañar al individuo y al conjunto.
Para empezar, tengo que decir que lo cogí con mano maliciosa por aquello de "contra los periodistas". Nada más errado. Título llamativo que, en realidad, no responde por completo al contenido, puesto que aquí se critica a los periodistas, las mujeres, los vieneses, los berlineses, los tontos, los no tan tontos, los artistas, los pasteles… en fin, casi podemos decir que se critica todo aquello que se mueva y no sea el autor.
De hecho, el libro está dividido en siete apartado, uno se dedica sólo a los artistas, otro sólo a Viena y Berlín, otro solo a la sociedad… En cambio, el de periodistas es, en realidad, "Sobre periodistas, estetas, políticos, psicólogos, estúpidos y eruditos".
Sobre el contenido, poca queja tengo, la verdad. La principal queja del contenido es la estructura en sí. Un aforismo es para ser leído en una postal de ciudad turística; en una servilleta de papel, en la carpeta de un amigo, incluso en la camiseta del quinqui del barrio. No es para hincharte a leer aforismos en plan "palomitas de maíz". Y ese es el problema que tiene este libro: la lucidez de las críticas de Karl Kraus, la magnífica traducción de los juegos de palabras, lo certero de las flechas de su pluma, lo moderno de su pensamiento son características del autor que se amalgaman de tal manera que no dan lugar más que a un pastiche que ni huele, ni sabe, ni fluye.
Y es una pena, porque cogido el libro al vuelo y abierto por cualquier página al azar, deja verdaderos aforismos:
"El lenguaje no es el aya, sino la madre del pensamiento."
"El diablo es optimista si cree que puede hacer mejores a los hombres."
"El que plagia debería copiar cien veces al autor".
Llenitos de enjundia, no me dirán que no.
También deja frases primorosas, no por ello, exentas de verdad:
"Cabe cerrarse al mundo toda la semana. Pero hay una penetrante sensación de domingo a la que no podemos hurtarnos ni en un tragaluz, ni en la cumbre de una montaña, ni siquiera en un ascensor."
Pero uno de tras de otro, como caramelos de menta en pleno catarral, embotan la sensibilidad y la capacidad de percepción. Para conocer a Karl Kraus sigue valiendo mucho más la pena leerse Los últimos días de la Humanidad.
Ah! Y no se fíen nunca de un título que no puso el autor 😉
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