Héroes y villanos (ANGELA CARTER)

Héroes y villanos

«Marianne vivía en una torre blanca de acero y cemento. Se aso­maba a la ventana y, en el otoño, veía una resplandeciente colina de maíz y huertos donde los árboles crujían con manzanas rojas; en primavera, los campos se desplegaban como banderas, pri­mero castañas, luego verdes. Más allá de las tierras de labranza no había más que pantanos, unas indiferentes ruinas de piedra y, a lo lejos, las manchas borrosas de los bosques que, en ciertas noches tormentosas de fines de agosto, parecían avanzar y amenazar a la comunidad…» En ese bosque, que ocupaba la mayor parte de ese terreno salvaje en un futuro no tan lejano, viven los Bárbaros, hombres y mujeres aterradores ataviados con tatuajes, pinturas de guerra y toscos ornamentos. También vagan por allí animales peligrosos, sobre las ruinas de las carreteras y de los edificios de la preguerra. Por unos pocos y pequeños indicios, nos enteramos de que la escena está ambientada en un mundo que ha sobrevivido a un cataclismo nuclear (la enfermera de Marianne tiene seis dedos en cada mano; obviamente, es una mutante). Los soldados que defienden la comunidad llevan armas, y todavía quedan algunos camiones de petróleo, pero estos detalles tienen escasa importan­cia. Es, sustancialmente, un escenario desnudo, casi primitivo, para una historia de amor y odio, civilización y barbarie, orden y caos, héroes y villanos, escrita desde la perspectiva de una mujer joven.

Angela Carter (nacida en 1940) es una distinguida novelista bri­tánica, no vinculada regularmente con el campo de la ciencia fic­ción. Todo lo que escribe desborda imaginación y lleva sus temas hasta las últimas consecuencias. Héroes y villanos (Heroes and Villains) está precedido por una cita del crítico Leslie A. Fiedler: «El modo gótico es esencialmente una forma de parodia, una manera de arre­meter contra los clichés exagerándolos hasta el límite de lo gro­tesco». Esto vale para todas las novelas de Angela Carter, y en espe­cial para sus últimas obras, tales como Las infernales máquinas del deseo del doctor Hoffman (1972) y La pasión de la Nueva Eva (1977). Toda su obra es de una sola pieza. Sin embargo, he elegido Héroes y villanos porque es el libro que desde el punto de vista formal más la acerca a la cf.

Marianne escapa de la comunidad estúpidamente opresora de los profesores: evidentemente, los restos de una vieja universidad, donde a duras penas se mantiene vivo un academicis-mo vacío. Se encuentra con un joven bárbaro llamado Joya, quien la lleva a tra­vés de los bosques a un campamento ubicado en el centro de un edificio en ruinas: «Esta casa era un gigantesco memorial en piedra ruinosa, una compilación de innumerables estilos olvidados y a los que ahora la devoradora red de hiedra, el terciopelo de musgo y la podredumbre de los hongos daban una cierta verde unidad… El bosque se encaramaba a los tejados hundidos, y las malas hierbas amarillas, purpúreas, malezas y arbustos arraigaban entre los hue­cos de las tejas. Por las ventanas entraba y salía el follaje, como si el bosque hubiese acampado dentro, y estuviese cobrando fuerzas para la erupción verde que un día haría saltar las paredes hacia el cielo, de vuelta a la naturaleza».

Joya viola a Marianne. La vida en la tribu bárbara es dura y está plagada de enfermedades. Pero resulta que Joya tiene un «tutor», un profesor exiliado con quien Marianne tiene conversaciones cul­tas. Ella le pregunta por qué no ha enseñado a leer a Joya, y el hom­bre responde: «Quise mantenerlo en un estado de energía cruda». Finalmente, Marianne se casa con Joya, no involuntariamente, en una extravagante y compleja ceremonia («La antigua capilla estaba repleta de salvajes envueltos en harapos y pieles»). Quizá todo esto tendría que leerse como una alegoría de las relaciones entre los se­xos en la sociedad contemporánea, una alternativa muy poco gentil a la novela doméstica convencional. Pero a diferencia de la tenden­cia general de las alegorías, este libro es notable por la brillante in­mediatez de las imágenes, asombrosamente claras, y la compleja profundidad de su erotismo, lo que hace de él algo más que un mero y caprichoso ejemplo de fantasía literaria.

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Barbagrís, de BRIAN W. ALDISS

Algunas partes de esta novela me recuerdan After London (1885), una pequeña obra maestra del escritor victoriano Richard Jefferies. En el libro de este último –que podría considerarse como una de las primeras novelas inglesas de desastre–, Londres ha sido ba­rrido por algún obscuro cataclismo, y desde entonces la naturaleza ha recobrado el terreno que había perdido. La primera parte de la narración es una prolija descripción de las plantas y de los animales salvajes que pululan en los abandonados condados provinciales. En Barbagrís (Greybeard), de Brian Aldiss, la especie humana ha sido golpeada por una terrible epidemia de infertilidad: durante déca­das no ha nacido ningún niño, la población disminuye debido a su propio proceso natural de desgaste, y el paisaje termina parecién­dose al imaginado por Jefferies:

          

La vida salvaje invadió la Tierra con más fuerza que nunca…

La Tierra era realmente pródiga … Había cobijado diferentes tipos de vida a través de diferentes épocas. Sin embargo, la fauna y la flora de aquel inútil pedazo de tierra europea conocido como Islas Británicas, nunca pudieron recuperar totalmente la riqueza que habían disfrutado antes del Plioceno. Durante aquel período, los glaciares descendieron … Pero el hielo se retiró nuevamente y la vida lo persiguió hasta las fortalezas del norte … como una gran mano que se abre, un torrente de vida inundó las tierras hacía poco arrasadas. La explotación del hombre sólo había afectado en parte la fertilidad de ese torrente.

Ahora el torrente era una marea de pétalos, hojas, pieles, esca­mas y plumas. Nada podía detenerlo … El caudal aumentaba to­dos los veranos mientras seguía los senderos y hábitos ya estableci­dos, en muchos casos, en las lejanas épocas anteriores a la fugaz aparición del Homo sapiens…

El anciano del título es Algy Timberlane, uno de los hombres más jóvenes del mundo, a pesar de tener más de cincuenta años. Ha nacido precisamente antes del «Accidente» de 1981, cuando las armas nucleares estallaron en la órbita terrestre y produjeron la este­rilidad universal. Ahora estamos en el año 2029, y Algy y su mujer, Martha, viven en la pequeña aldea de Sparcot, junto a las orillas del Támesis. Allí han pasado toda una década, durante la cual el mundo se ha vuelto salvaje y boscoso. El resto de la población tiene sesenta años o más –la mayoría de los contempo-ráneos de Algy murieron en la infancia a causa de enfermedades producidas por la radiación– y el entorno es para todos objeto de superstición y miedo. Hay rumores sobre duendes y hadas, saqueadores escoce­ses, voraces hordas de armiños y crías de tejones salvajes. Algy y un pequeño grupo deciden abandonar Sparcot, desesperanzados, y dirigirse río abajo en una embarca-ción, hacia el mar. Viajar parece seguro otra vez, ahora que el país se ha vuelto tranquilo y más viejo. Será el último viaje de descubrimiento.

La novela está muy bien estructurada. Mientras Algy sigue su camino, Támesis abajo, se cuenta su vida anterior en capítulos al­ternos y en orden inverso al de los acontecimientos. Así, cuando llega al final de su viaje, nosotros llegamos a su infancia. Por el ca­mino, el grupo se encuentra con extraños personajes locales, como Norsgrey, a quien confunden con un gnomo, o el curandero Bunny Jingadangelow, quien vende sueros de rejuvenecimiento y tiene una barraca en Swifford Fair, donde exhibe a un «joven» que, en realidad, es un anciano castrado y hábilmente maquillado. Llegan a Oxford, donde unos cuantos ancianos eruditos llevan todavía una vida de «estudio», y luego atraviesan el Mar de los Ladridos. El li­bro termina con una señal de esperanza. Las leyendas de las hadas del bosque son confirmadas: unos pocos niños sobreviven en la so­ledad. Algy comprende, con tristeza, que debe permitírseles vivir a su manera, alejados de una civilización en rápida decadencia que sólo los someterá y explotará como objetos de exhibición.

Brian Aldiss ha escrito muchas novelas de cf después de Barbagrís. A raíz de la publicación de Informe sobre probabilidad A (1968) se lo identificó con la «nueva ola» británica. Una de sus últimas obras es quizá su magnum opus, una trilogía de ciencia ficción que co­mienza con Helliconia Primavera (1982).

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