Cuando empiezas una novela porque te han dicho en la introducción que se trata de uno de los mejores exponentes de la novela negra netamente canadiense, no es que esperes encontrarte con la obra de tu vida, pero crees que vas a pasar un buen rato, aunque sólo sea porque en el peor de los casos, o en el mejor, se tratará de una imitación de la novela negra británica o la novela estadounidense.
En este caso, la verdad, las cosas sucedieron de otro modo. Por un lado, Howard Engel tiene pinta de ser mucho mejor escritor que la mayoría de los que uno lee pos simple curiosidad. Por otro lado, la traducción es tan mala, tan horrenda, tan llena de sinsentidos, traducciones directas, frases cortadas y estupideces en general que sólo una obra de verdadero empaque puede soportar semejante atentado sin desmoronarse por completo a las veinte páginas. No suelo hacer esto nunca, pero esta es una magnífica ocasión para la excepción: el autor de la masacre fue Jorge de Lorbar. Que se sepa.
Desquitado ya, según mis escasas posibilidades, de los malos ratos que me ha hecho pasar el traductor, debo decir que la novela contiene una serie de ideas interesantes, está escrita con humor e ironía, y que el protagonista wes el típico perdedor que tanto gusta a la novela de medio pelo, con la particularidad de que en este caso no consigue conectar con el lector, o al menos no conmigo.
La trama no carece de interés: una mujer contrata a un detective para saber a dónde va su marido a ciertas horas, ya que recibe toda clase de explicaciones y ha constatado que son todas falsas. El detective, que malvive con casos de infidelidad, acepta de inmediato para enterarse que el esposo no tiene una querida, sino simplemente un psiquiatra, lo que hace comprensible que prefiera no hablar del asunto a su mujer.
Hasta ahí todo sería normal si el buen hombre no apareciera muerto al día siguiente, en un caso que la policía considera claramente un suicidio y que el detective prefiere no cerrar porque vio comprar al hombre una bicicleta ese mismo día y según él nadie se suicida justo después de comprarse una bicicleta.
Sobre tan ligera corazonada, cargada aún así de psicología humana, se va desenvolviendo el asunto, con varios detalles similares, igualmente tenues e igualmente sagaces, hasta un desenlace a medio camino entre lo previsible, lo romántico y lo tremendo.
La novela tiene que ser bastante buena en inglés. O muy buena incluso. La edición que nos ha traído Júcar hace desear que la hubiesen dejado en Canadá. Si alguien saber de otra edición, la recomiendo.