[Encyclopédie, ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, par une societé de gens de lettres].
Es la gran empresa que, ideada y propugnada animosamente por Diderot, señala, mediado el siglo XVIII, el triunfo del «esprit philosophique» en la lucha contra la tradición y el pasado. Una enciclopedia inglesa, dio a Diderot la idea de ordenar científicamente en forma de diccionario «cuanto concierne a las ciencias y las artes con el fin de poner en evidencia los socorros recíprocos que se prestan y servirse de éstos para hacer más seguros los principios y más claras las consecuencias». El prospecto con el que anunciaba (1750) el plan de la obra suscitó la oposición de los jesuítas y de los jansenistas. D´Alembert, matemático y científico, alejado de las polémicas, escribió a modo de prólogo su fundamental Discurso preliminar (v.) y el primer volumen apareció en 1751.
La publicación, interrumpida dos veces por el Parlamento y por la Corte, quedó completada en 1772 con 28 volúmenes: cinco más de suplemento y dos de cuadros analíticos aparecieron entre 1776 y 1780. Colaboraron muchos representantes conocidos y desconocidos de la cultura francesa contemporánea, entre las insidias y las acusaciones de los poderes constituidos. D´Alembert, al retirarse de la dirección en 1757, dejó todo el trabajo de coordinación en manos de Diderot, que lo continuó incansablemente consiguiendo salvar, a través de las divergencias particulares, la unidad de dirección y de pensamiento. El favor que la obra encontró entre el público fue grande, pese al grito de victoria varias veces lanzado por newtoniana y la nueva gnoseología lockiana constituyen las premisas ideales y teóricas de este amplio trabajo de investigación, de coordinación y de divulgación.
Un gran espacio se reserva para tratar de las artes mecánicas, dado que en ellas se repiten experimentalmente las leyes abstractas del conocimiento racional. Para la Historia Natural escribió Buffon, para la Economía, Quesnay y Turgot. Las disciplinas históricas y filosóficas encuentran clara sistematización en una lúcida organización de relaciones, precisamente porque se compendian en una formulación intelectualista que muestra nítidamente sus límites. Las fuerzas motrices del mundo histórico se presentan encaminadas a establecer un equilibrio estático, el equilibrio de la razón; el oficio de la historia es concebido también como busca de un criterio de certidumbre y de medida de las distintas actividades humanas que sirva para establecer la forma racional perfecta. Significativa es a este respecto la voz «histoire» escrita por Voltaire. No siempre tan claro y evidente es el equilibrio con que las nuevas conquistas del pensamiento político y social, renovado por la filosofía, concuerdan con la acepción tradicional de las instituciones monárquicas.
Muchas concesiones aparentes, inspiradas en el reformismo, denotan en efecto la urgencia de un pensamiento más radical: «Dejaría de envidiarse la suerte de los privilegiados si se pudiera saber a qué precio y con qué medios han adquirido esa abundancia que forma el objeto de nuestros deseos y con cuántos pesares, cuidados y afanes, e incluso remordimientos, han llegado a este estado afortunado, cuyas ventajas no pueden sentir ni ellos mismos, si no se aplican a practicar la benevolencia» sus detractores interesados o retrógrados. Una sola verdadera amargura perduró en el ánimo de Diderot; la que le procuraron los cortes que el editor Le Bretón y el impresor hicieron en algunas voces.
Pero recibió mucho apoyo y ayuda de la inteligente y munífica liberalidad de Mme. de Pompadour, la cual acogió secretamente este estandarte de la nueva cultura bajo la protección de la inmunidad y de los privilegios de su estado. Prohibida en Francia, la obra fue remedada en el extranjero y difundida por toda Europa, constituyendo uno de los instrumentos más eficaces para la divulgación de la civilización francesa. Fue hecha una edición italiana, por Ottavio Diodati, en Luca en 1758-67; otra, aprobada por la autoridad católica, en Liorna en 1770. La Enciclopedia, según la intención de sus fundadores, quiere «exponer el orden y la concatenación de los conocimientos humanos y ofrecer los principios generales de toda ciencia y de todo arte, liberal o mecánico, y los detalles más esenciales que constituyen su cuerpo y sustancia».
Con este fin, como la intención de la obra resulta doble, el orden alfabético está conciliado con el enciclopédico por medio de siglas que refieren cada artículo a la ciencia a la que pertenece, con envíos a los artículos de contenido similar y, sobre todo, mediante el árbol genealógico de los conocimientos trazado por D’Alembert en el Discurso preliminar. Las ideas filosóficas de los enciclopedistas afloran subrepticiamente por todas partes, mas, por razones de prudencia, no pudieron ser declaradas en los artículos más comprometidos de Voltaire, Condillac, Helvétius, Grimm, D’Hol-bach, hasta después de los siete primeros volúmenes. La nueva ciencia experimental (voz: «Abundancia»). Más resueltamente expresada está la concepción iluminista y naturalista de la libertad, de la cual tiene todo individuo derecho de valerse, con el mismo título con que se vale de la razón.
«El príncipe deriva de sus propios súbditos la autoridad que tiene sobre ellos y dicha autoridad está limitada por las leyes de la naturaleza y del Estado. No puede usar nunca dicha autoridad para cancelar el acto o el contrato por el cual le ha sido concedida» (voz: «Autoridad»). Pero luego se invoca, con la misma ficción de la panacea racionalista, la autoridad de la Sagrada Escritura: «omnis potestas a Deo ordinata est. Sit rationabile obsequium vestrum». Más adelante, en cambio, en los volúmenes más tardíos, la profesión de racionalismo igualitario y de liberalismo intelectualista es vigorosa y explícita y confiere a la obra su carácter de entusiasta celebración de la nueva visión de la realidad y de la vida que precisamente aquí adquiere su fuerza de pensamiento y de acción. Gran parte del éxito de la explosión revolucionaria de 1789 se debe al pensamiento de los enciclopedistas.
L. Rognoni
La más formidable máquina de guerra. (De Sanctis)