El Diario del gran almirante genovés Cristóbal Colón (1451- 1506), el documento capital del descubrimiento de las Américas, no ha llegado hasta nosotros en su integridad. Por fortuna, fray Bartolomé de Las Casas comprendió el tesoro que constituía aquel documento y nos dio literalmente bastantes fragmentos del mismo.
Gracias a ellos podemos seguir día tras día, durante siete meses y medio, las peripecias de la expedición, del descubrimiento y del regreso a España. Vemos al descubridor, sobreponiéndose a los desfallecimientos de los tripulantes, avanzar sin vacilaciones por el Mar Tenebroso. El espíritu de observación del Gran Almirante lo lleva a descubrir la declinación magnética y a anotar inapreciables observaciones. El alma de poeta de Colón se maravilla ante el espectáculo de la naturaleza: el mar en calma, «como el río de Sevilla», los aires suaves, «la mar llana como un río. y los aires los mejores del mundo», «el gusto de las mañanas, que no faltaba sino oír a los ruiseñores», «el tiempo como abril en el Andalucía»… Vemos a Colón espiar y anotar todos los indicios de proximidad de tierra, los maderos flotantes, las hierbas, los pájaros principalmente, ya que «las más de las islas que tienen los portugueses por las aves las descubrieron».
Por fin, a las dos de la madrugada del día 12 de octubre de 1492, un marinero llamado Rodrigo de Triana lanza el grito de ¡Tierra! A una o dos leguas surgía la isla de Guanahaní, una de las Lucayas. Colón la designó con el nombre de San Salvador. El descubrimiento era un hecho: «Nuestro Señor me ha hecho la mayor merced que, después de David. Él haya hecho a nadie». En su Diario, Colón nos deja las impresiones que su alma extasiada y agradecida experimentaba en su primer contacto con aquellas tierras tropicales. Los árboles, las flores, los peces, los pájaros y sus cantos, los perfumes, las aguas, todo exalta los sentidos del Gran Almirante y le hace prorrumpir en frases de admiración y de gratitud. Colón se goza también en dar nombre a lo que descubre: islas e islotes, cabos y golfos, ríos y lagos. Sus sentimientos religiosos, su devoción a los Reyes Católicos, sus recuerdos geográficos, se unen a sus sentimientos íntimos y a su imaginación para dar nombre a lo que descubre.
No menos interesantes son los datos que nos proporciona respecto a las, gentes que halla en aquellas tierras. «Luego vieron gente desnuda», éstas son las primeras palabras del Diario concernientes a los indígenas, que se acercan curiosos y confiados mientras Colón y los suyos toman posesión de la isla. El Diario del descubrimiento es notable por su objetividad. Alexander von Humboldt encuentra en esas descripciones de la naturaleza en los trópicos «belleza y simplicidad de expresión», y un «hondo sentimiento de la naturaleza». Menéndez Pelayo les atribuye la «espontánea elocuencia de un alma inculta a quien grandes cosas dictan grandes palabras». Fray Bartolomé de Las Casas en su Historia de las Indias (v.) nota reiteradamente que el Almirante revela en su manera de expresarse «ser natural de otra lengua, porque no penetra del todo la significación de los vocablos de la lengua castellana ni del modo de hablar de ella». Ramón Menéndez Pidal en La lengua de Cristóbal Colón llega a sentar las siguientes proposiciones:
1.a Colón, lanero de Génova y Savona, hasta los veinticinco años habló como lengua materna el dialecto genovés, que no era ni es hoy lengua de escritura.
2.a Entre portugueses nueve años, Colón aprende sin duda el portugués hablado, pero no el escrito. La primera lengua moderna que Colón supo escribir fue el español. Quince años antes de elegir a España — 1492 — como país que podía darle un almirantazgo hereditario, la había elegido como patria lingüística. Colón al escribir en Portugal el español como lengua materna es uno de los primeros que se suman a esa corriente portuguesa castellanista de fines del siglo XV.
3.a El español que Colón aprende entre los veinticinco y los treinta años es aportuguesado.
4.a Ese español imperfecto de Colón es, por lo demás, una lengua fácil, de vocabulario extenso y expresivo, si bien a veces dialectal.
5.a Aunque con inhabilidad sintáctica, alcanza en alguna ocasión altura estilística inesperada.
6.a Colón apunta sus observaciones con rapidez, siendo abundantes los párrafos entrecortados, las oraciones sin verbo, estilo telegráfico de hombre de negocios.
Menéndez Pidal advierte que el utilitarismo corta los vuelos de Colón ante aquella exótica naturaleza. Pero con todo y pecar su lenguaje en ocasiones de monótono, Colón — dice Pedro Henríquez Ureña — consigue efectos deliciosos cuando habla de árboles que «dejaban de ser verdes y se tornaban negros de tanta verdura», o de «el canto de los grillos a lo largo de la noche», o de la sonrisa que acompaña el habla de los isleños, o cuando dice simplemente «cantaba el ruiseñor».