Publicado en Milán en 1930, es el octavo volumen de las poesías de Ada Negri (1870-1944), aquel en que su arte es más circunspecto en la necesidad de efusión. Ha llegado al punto en que los placenteros engaños de la juventud han ido cayendo uno tras otro, pero ella no puede resignarse: de manera que sus conatos de rebelión alternan con horas de mortal cansancio, mientras no callan las vanas memorias de tiempo lejano.
Pero esos imprevistos abandonos no se hallan ya sostenidos por la confianza de antaño, y de pronto la poetisa vuelve a hundirse en la desierta soledad de su corazón. A veces intenta aceptar la vida tal como se le ofrece, para poder hallar más allá del dolor un poco de serena paz, y la posibilidad de saborear los pequeños goces fútiles que trae la vida consigo cuando es aceptada como un don inmerecido. Con su unidad de tono, la materia sola parece ser lo que articula el libro y le da diversidad de acentos. En conjunto es éste el mejor volumen de poesías de Ada Negri; alejado no sólo de la oratoria social de los primeros volúmenes sino también del pasionalismo demasiado inmediato del Libro de Mara (v.), nos deja de la autora una imagen recogida y triste.
G. Franceschini