[An Outcast of the Islands]. Novela inglesa de Joseph Conrad (Teodor Jozef Konrad Korzeniowski, 1857-1924), publicada en 1896. Llegado a Macasar, en el archipiélago malayo, como grumete a bordo de un barco holandés, el muchacho Willems conquista el afecto y la protección del capitán Tom Lingard, «un patrón, un enamorado, un hombre fiel al mar», que le lleva por el camino del comercio, permitiéndole, en pocos años, hacer fortuna y convertirse en el hombre de confianza de Hudig, el mercader más rico del lugar.
Impulsado por la avidez de ganancias, Willems efectúa en cierto momento «una pequeña incursión por los pantanos de la deshonra», apropiándose de dinero que no es suyo y que se propone devolver muy pronto; pero sus colegas, que le odian por su feroz vanidad, le denuncian al patrón y éste le despide; y también le rechaza su mujer, la mestiza Joanna, en un ímpetu de rebelión contra la opresora tiranía de su marido. Lleno de dolor y vergüenza, Willems piensa en el suicidio, cuando Lingard va en su ayuda y lo lleva al interior, a Sambir, en el río Pantai, que él es el único blanco que conoce, confiándolo a su agente Almayer para que lo oriente en el comercio de dichas regiones; pero Almayer, espíritu obtuso y mezquino, encerrado en el impenetrable egoísmo de su irrazonable y violento afecto por su hijita Nina, celoso de la benevolencia de Lingard hacia Willems, desanima las tentativas de éste por ayudarle y muy pronto nace entre ambos una abierta hostilidad.
Mientras desocupado y desolado vaga por la isla, Willems encuentra a Aissa, hija de un jefe malayo desposeído, mujer hermosísima y audaz que le parece la misma esencia de aquella tierra misteriosa. Después de haber tratado de luchar contra aquella pasión que lo arrastra, piensa en llevar a la mujer lejos de su gente, y, con dicho fin, pide ayuda a Almayer, que le rechaza burlándose; entonces, para no perder a Aissa, se envilece hasta el punto de convertirse en instrumento de dos aventureros malayos, Lakamba y Babalatchi, que lo convencen para que guíe el barco de Abdulla, rico comerciante mahometano, cuerdo, piadoso y atrevido, rival de Lingard en el comercio por el río. Cuando Lingard vuelve y se entera de la traición de su protegido, indignado. se dirige a él para matarlo; Willems ha despertado entre tanto de su locura amorosa por la mujer, invoca el perdón de Lingard y le pide que se lo lleve; pero el viejo lo abandona, dejándole la vida como un terrible castigo.
Rodean a Willems el silencio y la soledad: desea la vida civilizada, vive y se debate ante la mirada de la taciturna Áissa con el delirio inexpresado de sus pensamientos, y la mujer comparte su tormento con doloroso estupor, pero no consigue aproximarse a él. Entretanto, Almayer, que no puede vivir tranquilo mientras Willems se encuentre en la isla, decide favorecer su fuga, y le envía a su mujer Joanna, que, llena de remordimientos, ha ido a buscarlo para implorar su perdón. Willems experimenta una loca alegría, pero cuando está a punto de alejarse, Aissa, después de una escena de amor y desesperación, le mata. Escrita después de La locura de Almayer (v.), que hubiera tenido lógicamente que seguirla, Un vagabundo de las islas es la segunda gran novela de Conrad; la naturaleza exótica, con su misterio impenetrable, se convierte en un fondo magnífico de la pasión que se desencadena por un momento entre el blanco y la salvaje, fuerza elemental y primitiva que al fin les deja alejados y extraños, iluminando casi simbólicamente el hecho tremendo de nuestro aislamiento, de la soledad eterna «que rodea a toda alma humana desde la cuna a la tumba y quizás más allá de la tumba». [Trad. de Antonio Guardiola (Barcelona, 1931)].
A. P. Marchesini
La piedad me impulsó a traducir en palabras escogidas con gran cuidado, memorias de cosas lejanísimas y de gentes que existieron en realidad. (Conrad)
Para Stevenson un «outcast» y un pirata son, esencialmente, un «outcast» y un pirata, con aquella parte adorablemente profesional y muy convencional que sirve para caracterizarlos y estabilizarlos como en una pantomima o ballet. Mientras que Conrad se ve siempre obligado a entenderlos y tratarlos en plena humanidad y darles un completo desarrollo; luego, el punto de partida, las intrigas de la aventura, el mismo deslumbrante tesoro de experiencia, quedan perdidos en la gran distancia, y algunas veces producen el efecto de expedientes y pretextos. El análisis del hombre interior consume y devora el relato. (E. Cecchi)