Todo Flandes, Émile Verhaeren

[Toute la Flandre]. Poe­mas de Émile Verhaeren (1855-1916), co­leccionados en cinco tomos: Las ternuras primeras [Les tendresses premières, 1904], La guirnalda de las dunas [La guimalde des dunes, 1907], Los héroes [Les héros, 1908], Las ciudades con cúpulas [Les villes à pignons, 1909] y Las llanuras [Les plai­nes, 1911], con los que el autor quiso trazar un fresco completo de su país natal.

Es el poeta de la madurez, el cantor de la industria y de la energía triunfante que, como para concederse algunos instan­tes de calma en medio de su fiebre, vuel­ve a los paisajes de su juventud para re­conocerse a sí mismo, fiel a su tierra, a sus padres, a sus primeras emociones. Las ternuras primeras forman así una verdadera autobiografía poética, cargada de recuerdos de infancia con sus evocaciones de dichas oscuras y familiares, de fiestas truculentas, de gruesos granjeros, de muchachos fuertes y batalladores (todos los temas de las pri­meras colecciones de Verhaeren), y tam­bién con el descubrimiento del mundo mo­derno, bajo el aspecto de la fábrica vecina a la casa familiar y cuyos sordos ruidos no cesaron de resonar en su obra futura.

En el transcurso de este viaje a través de los diferentes paisajes de Flandes se van en­contrando sucesivamente todas las fuentes de inspiración de la poesía de Verhaeren: el mar, los pueblecitos de pescadores, las pequeñas ciudades célebres en otro tiempo y ligadas a la historia y dormidas y olvida­das hoy en una silenciosa paz; las llanuras, espejos puros de esa luz que tanta transpa­rencia proporciona a la colección de peque­ños retablos que les está dedicada. El volu­men más interesante de esta serie parece muy bien serlo el titulado Los héroes, en el que el autor evoca a sus muertos, en un himno de reconocimiento y de fervor, lleno de la felicidad de volverse a encontrar, él, hombre moderno, tan semejante a los más viejos representantes de su raza, fiel a su lección moral de energía feroz. Todas estas colecciones, aun cuando contengan algunas piezas intrascendentes y mediocres, conser­van sin embargo el interés de poner en evi­dencia el elemento permanente en la evolu­ción de Verhaeren: es la misma Flandes de las primeras obras, aunque aquí la calma, el equilibrio, la generosa seguridad, sean más visibles que el pintoresquismo y la riqueza de color.