Tirante el Blanco, Johanot Martorell

[Tirant lo Blanc]. Novela caballeresca catalana ya conocida y apreciada en la Europa cultural de los si­glos XV-XVI, y hoy motivo de doctas dis­cusiones entre los especialistas.

El autor principal de la novela es el caballero Johanot Martorell (s. XV), en torno al cual se poseen datos que lo presentan como hom­bre pendenciero y celoso de su honor, pues­to que tuvo más de un desafío con sus enemigos personales. Uno de estos desafíos lo condujo a Inglaterra (1438-39), donde el rey Enrique VI se ofreció como árbitro del encuentro y le proporcionó el campo. Allí conoció la novela Guy de Warwick (v.), basándose en la cual y en algunos pasajes del Libro de la orden de caballería (v.) de Ramón Llull, escribió un tratado didáctico- novelesco intitulado Guillem de Vároich, para la primera parte de su extensa no­vela Tirant lo Blanc, que no llegó a termi­nar. La obra fue publicada en Valencia en 1490, y según consta en el colofón fue completada por otro valenciano llamado Martí Johan de Galba.

Martorell dedicó el Tirant al príncipe Fernando de Portugal (hijo del rey Duarte), informando que ha­bía traducido la novela «de la lengua in­glesa a la portuguesa y, después, de la por­tuguesa en vulgar valenciano»; declaración que parece aludir a su antigua versión del Guy de Warwick. La primera parte se de­senvuelve en Inglaterra, y narra la última gesta del conde Guillem de Vároich, que luego se retira a la vida eremítica. Los sa­rracenos invaden Inglaterra, derrotan a su rey: Guillem deja la ermita, salva la situa­ción; el rey se casa con la hija del rey de Francia, y tienen lugar fiestas grandiosas a las cuales acuden caballeros de todas partes del mundo. Martorell describe las fiestas con vivacidad colorida; como se sabe que estuvo varias veces en Inglaterra, se supone narra aquello a que él asistió real­mente, esto es, el matrimonio de Marga­rita de Anjou (año 1444). Entre los caba­lleros que se dirigen hacia los torneos de Londres, uno se retrasa y de este modo encuentra a un ermitaño que está leyendo un libro caballeresco: el caballero es Tirant lo Blanc (así llamado por ser hijo de una duquesa bretona llamada Blanca) ; desde este punto en adelante, en torno a su persona se instaura, aun dentro del paisaje penin­sular, una atmósfera típicamente catalana.

El ermitaño, en efecto, le alecciona en las reglas caballerescas, inspirándose en el Libro de la orden de caballería (v.) de Llull; pero esto es sólo el primero entre una serie de pasajes que atestiguan la constante y hábil utilización de fuentes literarias catalanas. De regreso de las fiestas para las bodas reales, Tirant acompañado de otros caba­lleros vuelve a visitar al ermitaño y le cuenta, por orden y con vivacidad, todo lo que ha visto, interrumpiéndose únicamente cuando tendría que hablar de sí mismo, de sus propias gestas. Entonces en la narra­ción lo sustituye el caballero Diafebus, que informa extensamente a su oyente acerca del pasado caballeresco de Tirant: cómo obtuvo de la bella Agnès un broche para estímulo a obrar bien; cómo se desa­fió con otro caballero y lo venció, pero quedó herido gravemente; cómo se probó con un alano del príncipe de Gales; cómo en singular combate mató dos reyes (los reyes imaginarios de Fusia y de Apolonia) y dos duques; cómo, en fin, venció a To­más de Muntalba, el cual viéndose vencido, entró en la orden franciscana.

Las dos largas narraciones retrospectivas, de Ti­rant y de Diafebus, ocupan cerca de dos­cientas páginas; una vez informado el lec­tor acerca del pasado del protagonista, se reanuda la acción: Tirant y los suyos se despiden del ermitaño, vuelven a Bretaña, van a visitar al duque de Nantes, y en aquella corte se enteran de que la isla de Rodas ha sido asaltada primero por los genoveses (hecho éste no histórico, pero que muestra la animosidad que los catalanes te­nían contra aquellos emprendedores merca­deres) y después por el sultán de Egipto (y este ataque ocurrió realmente en el año 1444j). Tirant decide ir a socorrer a los caba­lleros de Rodas, arma una gran nave (en la cual se embarca a escondidas Felipe, el me­nor de los hijos del rey de Francia), y parte: la acción de la novela se traslada de este mo­do hacia las orillas del Mediterráneo, para no dejarlas ya. Hacen escala en Lisboa: en el estrecho de Gibraltar combaten contra una flota sarracena; atracan en Palermo, donde surge un idilio entre Felipe y la bella Ricomana, hija del rey de Sicilia. La nave de Tirant, en la cual se embarca tam­bién Felipe y su futuro suegro, zarpa car­gada de víveres, rompe el bloqueo de la flota genovesa en torno a Rodas, avitualla a los caballeros asediados; después, Tirant solo ataca a los infieles mata parte de ellos, desarma a otros, y así los obliga a levantar el asedio.

Una vez liberada la isla, Tirant y los suyos parten en dos galeras venecia­nas para Tierra Santa; después de visitarla, en Alejandría de Egipto rescatan centena­res de esclavos cristianos; regresan a Paler­mo y allí celebran con gran pompa las bodas de Felipe y Ricomana. Pero el rey de Sicilia recibe un mensaje del emperador de Constantinopla (esto es, bizantino) que, amenazado por las fuerzas conjuntas del sultán de Egipto y del Gran Turco, pide la ayuda del célebre y valeroso caballero Tirant lo Blanc. Éste se traslada a la capi­tal del imperio bizantino, dando así comien­zo a una gloriosa aunque fantástica carrera en el próximo Oriente, la cual parece ins­pirada en las legendarias gestas de Roger de Flor, el caudillo de la «campaña cata­lana» asesinado en Adrianópolis en 1305. Durante unas ochocientas páginas, esto es, hasta el fin de la novela, Tirant realiza prodigios de valor militar, los cuales — sal­vo la diversidad de sus enemigos, a menudo imaginarios, y la libertad de lugares y circunstancias — se asemejan más o menos: vence al pérfido duque de Macedonia; mata al rey de Egipto; asalta y desbarata los ejércitos del Gran Caramany (el sultán de Konia) y del rey de la India; al regreso de esta victoria efectúa una entrada triunfal en Constantinopla.

Se cura de sus heridas, se embarca, y su nave es arrojada por una tempestad a las costas de Berbería; en tierra de África tiene tratos con’ los reyes musul­manes de Tlemecen, Túnez, Bugia, Fez. De allí vuelve a tiempo para salvar a Constantinopla del asalto conjunto del sultán de Babilonia y del Gran Turco; finalmente se casa con Carmesina, la bella princesa bizan­tina de la que se ha enamorado desde el primer día que la vio; es nombrado sucesor del trono imperial, pero muere de enferme­dad durante las fiestas nupciales. Con las aventuras de Tirant se enlazan las de sus fieles compañeros; con todo, el interés mayor es suscitado, en esta obra, no tanto por las empresas caballerescas o las aven­turas amorosas, como por los rasgos de costumbres, por sus estancias en la sun­tuosa corte bizantina, en que predomina una atmósfera de sensualidad oriental y de refinada inmoralidad. Las figuras de dos doncellas, Plaerdemavida (Placer de mi vida) y Estefanía, la de la Viuda reposada y hasta la de la Emperatriz que toma un amante, no desentonarían en las páginas del Decamerón (v.), de tal modo actúan según el instinto de los sentidos.

Al propio Tirant no le parece incompatible la ley de caballería con el placer amoroso; con todo, consigue permanecer fiel, por entre muchas tentaciones, a su Carmesina, de manera que la conmovedora muerte de ambos difunde al final de la novela un aura patética. El gusto por el pormenor decorativo, por las ceremonias y los esplendores de las cor­tes; una capacidad de realismo argucioso, que a veces parece tratar irónicamente las rígidas normas caballerescas; una ligereza de toques verdaderamente mediterránea; he aquí las dotes de Johanot Martorell como escritor, y al mismo tiempo las que distin­guieron y distinguen su novela entre de­cenas y decenas de narraciones del mismo género. El Tirant penetró pronto en Italia; en 1500 Isabel de Este, marquesa de Man­tua, lo leía en su original, y al año si­guiente, para complacerla, Niccoló da Corregio comenzó una traducción del libro, que permaneció inédita.

Boiardo y Ariosto sa­caron de episodios del Tirant el tema y la materia para dos episodios de sus poemas; en 1511 se publicó en Valladolid una tra­ducción española (esto es, castellana); en 1583 en Venecia, una traducción italiana al cuidado de Lelio di Manfredi; en 1605, la publicación de la primera parte del Don Quijote (v.), llamaba explícitamente la atención de las personas cultas sobre el Tirant, puesto que el cura lo salva de la destrucción de les libros de caballerías y lo proclama «tesoro de contento y una mina de pasatiempos», y motiva su ex­cepción: «por su estilo es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas, de que todos los demás libros de este género carecen. Con todo eso os digo que merecía el que lo compuso… que le echaran a galeras por todos los días de su vida…». La crítica indirecta de Cervantes es exacta y explica por qué, aunque hoy pocos ten­drían valor para leerlo por entero, en sus tiempos Tirant lo Blanc gozó, entre las no­velas caballerescas, de fama muy poco inferior a la del celebrado Amadís de Gaula (v.).

G. Prampolini