Incluso cuando escribe una obra instrumental, Franz Schubert (1797-1828) compone inspirándose en la forma del lied. Las tres Sonatinas para piano y violín no escapan más a esta regla que las Sonatas para piano (v.). Estas Sonatinas (Op. 137) fueron bosquejadas en 1825. Poseen una juventud y frescura que son combatidas por los ataques de una melancolía en algunas ocasiones dramática. La primera Sonatina en «re mayor» se subdivide en tres movimientos: «Allegro», «Andante» y «Allegro vivace», que conceden al violín el papel principal. Schubert no desarrolla las ideas melódicas que inventa, las repite variando de tonalidad, y procede por «couplets» y estribillos. Lo mismo sucede con la Sonatina N.° 2, en «do mayor», en la que, sin embargo, el piano juega un papel más importante y sirve de eco al violín. Esta Sonatina está enriquecida con un «Minuetto» que se intercala entre el «Andante» y el «Final». La Sonatina N.° 3, en «sol menor», tiene un carácter más dramático que las precedentes, se establece un cierto diálogo entre los dos instrumentos. Un «Minuetto», encantador de fantasía y de gracia, acaba con un trío pleno de dulce languidez. Es ésta un ejemplo perfecto del estilo de Schubert con sus arranques plenos de pasión siempre ingenua, su soñadora poesía, su delicadeza de expresión, su búsqueda de armonías claras y sutiles. Schubert trata el violín como si fuera una voz humana. Estas tres Sonatinas son verdaderas «Romanzas» sin palabras y se inscriben en la línea de los lieder, como el Ave María de la que son contemporáneas.