[Saturae]. Son seis sátiras con un total de 650 hexámetros precedidas o seguidas de un fragmento que hace de prólogo o de epílogo, en las cuales Aulo Persio Flaco (34-62) reconoce, modestamente, la imposibilidad de intentar más altas cumbres.
La sátira I (v. 134) contiene una polémica literaria contra los poetas de moda: declamadores de trillados argumentos mitológicos, melifluos poetas elegiacos, arcaizantes en busca de vocablos caídos en desuso o estilistas embebidos de retórica. También en el programa literario y satírico muestra el poeta una intolerancia política; opuesto a las corrientes de su tiempo, señala convencionalmente las buenas épocas pretéritas y los valores tradicionales de la romanidad; murmurando con Horacio anuncia la superación mediante un sentido vigilante de la moralidad y con una consciente adhesión a las máximas del estoicismo. La sátira II (v. 75) es una carta en ocasión del cumpleaños de su amigo y condiscípulo Plocio Macrino, al cual recomienda que eleve plegarias a los dioses pidiéndoles el don de las virtudes y no de las satisfacciones mundanas; pero no acudiendo a los ritos habituales y a las ofertas supersticiosas, sino con la oración hecha por una mente pura e inspirada en la piedad y la justicia. El pretexto epistolar de esta sátira queda inmediatamente superado por el problema de las relaciones entre el hombre y el dios, que asume fundamental importancia en el sistema teologizante de los estoicos.
El aspecto satírico es débil, limitándose a lanzar algunos flechazos directos contra el vulgo supersticioso; más intensamente sentida aparece la moralidad de la plegaria, que, como una intuición precristiana, no debe ser entendida en el sentido contractual, como la concebía la mentalidad jurídica de los romanos, sino en su valor como holocausto- espiritual mediante el cual el orante se humilla ante la divinidad. La sátira III (v. 118) presenta la discusión de un pedagogo y de un joven señor, a quien el primero enseña que nada valen la nobleza y la riqueza, y que no es un vivir humano su modo de pasar el día dedicado a la crápula; conviene atender a la salud del alma, aprendiendo a conocer los arcanos de las cosas, y a la salud del cuerpo evitando los excesos de los placeres. El contraste, tenuamente dialogado, entre los dos personajes, que son la expresión de dos mentalidades opuestas, no carece de coloristas detalles: el despertar del joven señor, el fastidio de la contrariedad, las orgullosas fanfarronerías, los extravíos y los excesos del comer y el beber, la visita del médico junto al lecho del enfermo y el disgusto por las comidas rústicas y ordinarias.
En realidad no surge el acento poético en estos ‘episodios, sino del ansia gnoseológica que el poeta expresa al señalar los grandes problemas que se imponen al alma humana, concebida como heroica palestra de ejercicios morales. La sátira IV es de asunto político y social: a un joven que ha sido designado para administrar un estado (¿por qué no sería Nerón?), se dirige el poeta en tono socrático y le manifiesta su duda de que se halle a la altura de su cargo autoritario y despótico. En esta breve y acerada sátira, dictada por contingencias históricas y prácticas, nacida en un ambiente saturado de odio y de oposición antiimperial, recurre Persio a expresiones cruelmente realistas de indudable derivación plebeya. La sátira V (v. 191) está dedicada al filósofo Cornuto, a quien el poeta expresa todo su reconocimiento por haber aprendido gracias a él, en su juventud, a afrontar los principales problemas que conciernen a la humanidad y haber comprendido que la verdadera libertad del hombre es de naturaleza espiritual. La diatriba, de origen cínico, recoge también nuevos motivos exquisitamente romanos; las reminiscencias horacianas son más formales que efectivas: cuanto más convincentes parecen las críticas a la sociedad contemporánea, más evidente es el alejamiento del mundo descrito. La sátira VI (v. 80) es una carta que Persio envía al poeta Cesio Basso, de Luni, donde se halla Invernando.
La renuncia a los bienes humanos que le procuró el estoicismo le condujo también, en el umbral de la muerte, a esta olímpica serenidad, con la que habla con voz velada y casi de ultratumba, sobre su patrimonio familiar. Es la última y la más triste de las sátiras: la enfermedad que parece haberle minado en tierna edad y que acabaría con él a los 28 años, no es deplorada ni maldecida. La separación de las cosas mundanas tiene lugar sin lamentos ni sufrimientos. Las sátiras de Persio, escritas bajo el imperio de Nerón, son la expresión de una sociedad intelectual que se había pronunciado contra el emperador. Agrupados los más grandes talentos de la época bajo la enseña del estoicismo, que ocultaba el verdadero programa de la oposición senatorial, Aulo Persio sufrió la fascinación de los mayores maestros y aunque en edad juvenil, pero ya maduro de ingenio, hizo de las declamaciones retóricas y académicas en boga por aquel tiempo, motivos de sátira. A la fama que sus sátiras obtuvieron como obras severamente morales, contribuyeron notablemente el estilo desnudo y descarnado, las imágenes contenidas y veladas, la palabra dura y tajante. En vano se buscarán allí acentos líricos, de los que Persio huía no sólo porque la tradición satírica de los poetas romanos le conduce al prosaísmo, sino también porque las enseñanzas del estoicismo le inducían a renunciar a cuanto fuese más deleitable que docto.
Carentes sobre todo de vida, de emoción y de movimiento, estas sátiras resultan fatigosamente construidas con elementos intelectualistas, derivados más de lecturas y conversaciones que de sensaciones directas; su fuerza y su valor reposan totalmente sobre un plano abstracto y cerebral, en el que se apoya por convenciones de escuela, por interpretaciones sectarias y artificiosas de problemas filosóficos y sociales, nunca por intuición inmediata de la realidad objetiva.
F. Della Corte
Es viciosamente oscuro y fue inferior a Horacio, porque pretende ser mejor. (Tiraboschi)
A Persio le faltó una cualidad que hace al verdadero poeta: la imaginación. (G. Marchesi)