Sátiras de Adimari

[Satire]. Repetida­mente publicadas y divulgadas junto a las de escritores más famosos de su tiempo, como Rosa y Menzini, las Sátiras de Ludovico Adimari (1644-1708) son un espejo fiel de la sociedad noble y cortesana y especialmente de los vicios ocultos entre la pompa y la hipocresía.

Con un estilo ne­tamente narrativo, pero no exento de mor­dacidad, Adimari trata en cinco composi­ciones de los males del siglo: la vanidad, la adulación, el boato. Esta apariencia de vir­tudes y de poder lleva consigo otros infi­nitos males; por lo tanto, sería necesaria una dura admonición con el fin de preser­var a la gente de acabar cayendo en lo peor. Sin dejarse llevar a referencias per­sonales el poeta capta con agudeza el mal de su sociedad: con la mirada fija en la gran tradición satírica que va desde Hora­cio a los escritores del siglo XVI, ve que el vacuo siglo XVII se distingue de las otras épocas y dirige sus censuras contra todo lo que sabe a boato e inútil aparien­cia. Adimari, cuando coordina sus repro­pies y no se deja llevar por una fastidiosa prolijidad, consigue pintar en cuadritos y vivas narraciones todo lo que quiere con­tar; la más conocida de las Sátiras es también por esto la más hermosa, la del «Joven elegante» [«Giovin signore elegan­te»], ignorante, vano, desvergonzado, tanto más lleno de pretensiones cuanto más in­sulso.

Este petimetre, que hay que consi­derar como el más estropeado fruto de la sociedad de su tiempo, no quiere más que telas y objetos extranjeros, llena su vida de mil naderías, usa modales melindrosos y que en el fondo no son más que villanos e incorrectos: sus órdenes «con maneras insolentes y jactanciosas» indican que el mundo está verdaderamente en crisis si permite  que semejantes personajes tengan poder en la sociedad y vivan* del trabajo de tantos humildes y sumisos hombres del pueblo. El tono vivo de esta sátira — que es un antecedente del Día (v.) de Parini por su exacta caracterización de un vicio social — basta por sí solo para hacer re­cordar a Adimari como literato que com­prendió la vacuidad de su tiempo y se ex­presó con valentía y claro amor a la verdad.

C. Cordié