Proslogio, San Anselmo de Aosta

[Proslogion]. Es la obra más célebre de San Anselmo de Aosta (1033- 1109). Posterior al Monologio (v.), fue compuesta en latín, entre 1070 y 1073, durante el período de su priorato en la Abadía de Bec, y consta de un prefacio y veintiséis capítulos.

Escribe «como quien se esfuerza en elevar su mente a la contemplación de Dios e intenta comprender por qué cree». Es pues, «la fe que busca al intelecto». Des­pués de una exhortación del espíritu a con­templar a Dios, San Anselmo afirma que cree en Dios «como en una cosa más grande de la cual no se puede concebir nada». Ahora se trata de saber si ese ser existe o no, puesto que «el ignorante dijo en su corazón: no existe Dios». Pero si nosotros le decimos a éste, «una cosa más grande de la cual no se puede concebir nada», el ignorante comprende lo que oye, y lo que él ha comprendido existe en su inteligencia, aunque no comprenda su existencia; así, cuando el pintor imagina el cuadro que va a pintar, lo tiene ya en su mente, pero no piensa todavía que existe porque no lo ha realizado; pero cuando lo haya pintado, lo tendrá en la inteligencia y comprenderá al mismo tiempo que lo que ha hecho existe.

Por otra parte, aquello mayor de lo cual no se puede pensar nada, no puede estar sólo en el intelecto, porque si estuviese sólo en el intelecto, deberíamos admitir que sería todavía mayor si existiese también en la realidad: de manera, que si el ser del que no podemos concebir uno mayor está en la inteligencia «solamente», esta misma entidad, mayor de la cual no se puede conce­bir otra, es una cosa de la que se puede pensar otra, mayor que ella; lo cual es con­tradictorio. «Existe, pues, sin duda, algo mayor de lo cual no se puede concebir nada en el intelecto y en la sustancia».

De aquí la imposibilidad de pensar que Dios no existe; él es todo aquello que es mejor que exista en vez de que no exista; existe por sí mismo y lo ha hecho todo de la nada; es sensible y omnipotente, misericordioso e impasible; castiga y perdona justamente a los malos; todas sus vías son misericordia y verdad; es el único ilimitado y eterno; es más grande que todo lo que se pueda pensar; habita en la luz inaccesible; hay en Él armonía, olor, sabor, dulzura, belleza, en modo inefable que le es propio; no tiene partes; no existe en el espacio ni en el tiempo, sino que todas las cosas son en Él; es antes y después de todas las cosas, aun de las eternas; Él es solo lo que es y el que es; es igualmente Padre, Hijo y Espíritu Santo; es el único necesario; es el único bien, todo entero; es el Bien y el Gozo de los que lo gozarán.

Como vemos, el punto central en este razonamiento nos lo da la demostración de la existencia de Dios por medio de aquel famoso argumento de la prueba ontológica que en San Anselmo se basa sobre los siguientes principios; la fe nos da la noción de Dios; la existencia en el pensamiento es existencia real; no se po­dría pensar en Dios, si Dios no existiese en realidad. Este argumento será criticado por muchos filósofos, de Santo Tomás a Kant, pero volverá en muchos pensadores de Duns Scoto a Descartes, a Leibniz y a Hegel. Esta obra fue criticada por el monje Gaunilón en su Defensa del insensato (v.). [Texto y trad, española por B. Maas, con prólogo de G. Blanco (Madrid, 1950)].

C. Pellizzi