Poema épico en versos alejandrinos, distribuidos en 740 cuartetas monorrimas («cuaderna vía»), cuya composición se remonta a los primeros decenios de la segunda mitad del siglo XIII; obra de un desconocido monje español de la abadía de San Pedro de Arlanza, cuyo fundador había sido Fernán González, Conde de Castilla, muerto en Burgos en 970.
El poema, que ha llegado a nosotros mutilado y con lagunas, en un solo manuscrito publicado en París en 1876, narra las legendarias gestas del que fue campeón de la independencia castellana y el más valiente defensor de la fe cristiana contra los musulmanes. El poema empieza señalando la propagación del cristianismo en España, hasta el declive del reinado de los visigodos, arrollados por las hordas musulmanas; sigue después el movimiento de la reconquista promovido por Alfonso el Casto, continuado por Bernardo del Carpió y sólidamente basado en el nuevo feudalismo que se constituyó en Castilla. El Conde Fernán González, raptado cuando niño a su familia, fue educado por un carbonero, a cuyo lado llevó una vida libre y salvaje.
Pero apenas se entera de su origen parte con el deseo de liberar a su patria. Así combate y vence a Almanzor, al rey Don Sancho de Navarra y al conde de Tolosa, consiguiendo más tarde librar a Castilla del dominio del rey de León, Don Sancho Ordóñez, estableciéndose como legítimo señor. La reina de León, hermana del difunto don Sancho de Navarra, propone a Fernán González que se case con su prima doña Sancha. Mientras se dirige a la casa de su futura esposa es atacado por los navarros, hecho prisionero y conducido a Castroviejo. Pero Sancha corre en su ayuda, lo libera y se dirige con él a Castilla, donde se celebran las bodas con gran solemnidad. Al frente de sus caballeros, el conde Fernán González vuelve a derrotar al rey de Navarra; éste, no dándose aún por vencido, vuelve a intentar la prueba contra el Conde, que en Valpir lo derrota definitivamente.
La figura de Fernán González, caballero perfecto y mortal enemigo de los moros, atrae toda la atención del poeta, que, animado por un espíritu religioso y guerrero, contempla y admira en él el devenir providencial de la historia, gracias al cual quedó asegurado el triunfo de la idea cristiana y la libertad y autonomía de Castilla. El poema, que en sus modalidades literarias y en sus moldes fijos denota la influencia de las «chansons de geste», no alcanza nunca las soberbias creaciones fantásticas con las que aquéllas conseguían captar desde dentro la vida de un alma. La atmósfera de historicidad que respira el poeta español niega el vuelo a la imaginación y pesa sobre todo. Es un arte que no consigue nunca idealizar, por estar ceñido al detalle minucioso e inclinado a las amplificaciones retóricas; por ello es uniforme y monótono, y los raros momentos de efecto vigoroso (por ejemplo la batalla con Almanzor y la liberación del Conde por parte de doña Sancha) son siempre brevísimos, revelando la pasión del monje poeta por todo lo que es heroico y caballeresco.
M. Casella