Miscelánea de Pensamientos, Giacomo Leopardi

[Zi baldone di pensieri]. Escritos de Giacomo Leopardi (1798-1837), publicados en siete volúmenes por una ccomisióngubernativa presidida por Giosue Carducci con el título Pensamientos de filosofía varia y de bella literatura (Florencia, 1898-1900), vueltos a publicar con el título original señalado en el autógrafo y completados con notas e índices por Francesco Flora (Milán, 1937- 1938).

Desde muy joven, en julio de 1817, Leopardi comenzó su diario intelectual al que llamó, siguiendo el uso general, Zibaldone di pensieri, y que continuó, de manera desigual, hasta diciembre de 1832, trabajan­do en él sobre todo durante el primer decenio. Grande y ciclópeo monumento, en el que aparece el mejor Leopardi, el Zibaldone consta de 4.526 páginas. Sorprende la riqueza de los intereses espirituales, la va­riedad enorme de argumentos, esbozos, no­tas de libros, resúmenes. Lo que verdadera­mente es leopardiano, verdaderamente ori­ginal en la historia de las letras italianas, ha pasado del Zibaldone a las obras más maduras del escritor; casi todo el resto no es sino la realización cultural de aquel núcleo inventivo, es la transcripción de una laboriosa y continuada lectura, es, en suma, el trabajo escolar de un hombre de genio que para apropiárselas repite las doctrinas vigentes en su época. Sobre aquel trabajo se eleva la fantasía original y la concepción de Leopardi, que brotarán en los Cantos (v.), en los Opúsculos (v.) y en algunos de sus discursos. Poeta de violenta energía, aun tratando de alcanzar la virtud serena del Olimpo, Leopardi subordinó la erudición y la doctrina al servicio de su propia pasión, de su diálogo rebelde con el impenetrable destino. Su verdadera originalidad, incluso en los Opúsculos, de marcado relieve filo­sófico, no es precisamente de conceptos, sino de sentimientos y de formas.

Toda la filosofía leopardiana es una rebelión del sentimiento contra el mal de vivir; es, por lo tanto, una irreparable contradicción men­tal que se salva en el sentimiento de do­lor y de desconfianza contra el destino; es una apasionadísima acusación contra el mundo, que a veces se revela tanto más vana cuanto más quiere rebelarse contra la vanidad irresponsable del todo (o ‘de la na­da, que es la misma cosa). Pero más allá de estos límites extremos, la filosofía concreta que surge de la mente de Leopardi es sensista, rousseauniana, setecentista. Se po­dría decir, sin que ello fuera una paradoja excesiva, que los temas de su meditación filosófica son fruto, principalmente, de la lectura de unos pocos autores franceses, de algunos de los cuales sólo* conoció pá­ginas escogidas, pero cuyo pensamiento adivinaba gracias a su penetración, a su capacidad deductiva. Muchas ideas le fueron sugeridas por la lectura de revistas («Spettatore», «Ricoglitore», «Biblioteca Italiana» v., «Annali de Scienze e lettere», «Antolo­gía» v.). Añadiendo a esto los clásicos grie­gos y latinos, el estudio de las dos Bibliotecas de Fabricio, el Léxico de Forcellini y el Glosario de Du Cange y algunos otros libros de la misma naturaleza, el cuadro de la cultura leopardiana está virtualmente completo.

Entre este alud de conocimientos, trata él de encontrarse a sí mismo, y hasta cuando silogiza, investiga moral y senti­mentalmente o bien realiza un despechado y cruel torneo entre los sentimientos y las ideas. A Leopardi no hay que pedirle un rígido sistema filosófico; hay que leerle con aspiraciones poéticas, no especulativas. Se encuentran también en el Zibaldone las memorias de su vida, que son las páginas más frescas del diario: recuerdos de la madre, de los hermanos, de los juegos in­fantiles, de los sentimientos de la infancia; su amor por las fábulas, por lo maravilloso que se percibe con el oído y con la lectura; las primeras lecturas y los primeros ensa­yos poéticos, el divino estado de felicidad cuando se halla ocupado en los estudios a los dieciséis o diecisiete años; más tarde los pensamientos y propósitos de suicidio; su período filológico en el que despreciaba a la poesía, porque aun no careciendo de imaginación, de entusiasmo, de fuerza de ánimo y de pasión, no creyó ser poeta sino después de haber leído a muchos poetas griegos; no creyó ser elocuente hasta des­pués de haber leído a Cicerón; no creyó ser filósofo hasta después de haber leído algunas obras de Madame de Staél. Los recuerdos que tanto enaltecen el Zibaldone nos hablan del alternarse de las aspiracio­nes y las ilusiones, de la paciencia heroica en el fastidio, de su alegría custodiando a la melancolía. Nos habla de su modo de consolarse en las aflicciones; la inclinación que un tiempo sintió a comunicar a los demás sus sensaciones, y más tarde la cos­tumbre de huir, no del discurso, sino de la presencia de los demás; su costumbre de comer solo, y también la «felicidad» que experimentaba cuando escribía.

Evoca sus viajes y sus relaciones con gente varia: habla de sus paseos solitarios, de la inquie­tud de los frecuentes cambios de vivienda, de su error al haber querido llevar una vida completamente interior. Hay finalmen­te esbozos y gérmenes poéticos. La impor­tancia fundamental del Zibaldone para la posteridad no radica en este o en aquel pensamiento, en este o en aquel esbozo de poesía, porque los más altos pensamientos de Leopardi, así como su más elevada poe­sía, se hallan en las obras que compuso; su importancia reside en el hecho de ser el diario secreto de un hombre genial, el taller que de tantos otros poetas nos es desconocido, un documento humano sin par y realmente un libro único en una literatura; por eso en él se advierte, sin que el autor haya pensado ni por un mo­mento en esta comunión con el lector, el desarrollo cotidiano de una vida medita­tiva, que de los dolores y las tristezas se salvaba gracias a la palabra: confesión pri­mero y poesía después, como un don úni­co del vivir humano, único tiempo de «fe­licidad» reconocida. [Trad, parcial de Ciro Bayo (Madrid, 1904) bajo el título Prosa y pensamientos].

F. Platone

… él, más que cantor de Consalvo, es a un mismo tiempo el Job y el Lucrecio del pensamiento italiano. (Carducci)

Todo Leopardi constituye un momento de la polémica entre Sócrates y los dicastos, entre Jesús y los fariseos, entre Bruno y Belarmino; la gran batalla entre Lao-Tse y Confucio, esto es, la- gran batalla entre el hombre espontáneo y el funcionario. (M. Bontempelli)