Los Cuatro Hijos de Aimón o Reinaldos de Montalbán, Anónimo

[Les quatre fils Aymon, o Renaud de Montauban). Cantar de gesta del siglo XIII en series de alejandrinos, de la que existen numerosas versiones. Aimón de Dordona, barón de Francia, hace comparecer ante Carlomagno (v.) a sus cuatro hijos: Alardo, Reinaldos (v.), Guiscardo y Ricardo, y el emperador los arma caballe­ros. Pero al día siguiente, Reinaldos, en una disputa, mata a Bertolai, sobrino de Carlo­magno, que jura vengarse. Los cuatro her­manos huyen, perseguidos durante años por el emperador; culpables dignos de piedad, se ganan la admiración de todos gracias a su valor y a su mutuo cariño. Descubiertos en su último refugio seguro, un castillo ais­lado en las Ardenas, los prenden a traición. Logran huir al bosque, donde llevan una vida dura y áspera y pierden a todos sus compañeros, hasta que después de tres años no pueden resistir al deseo de volver a ver a su madre, que permanece en su castillo. Llegan a él destrozados y de tan mala ma­nera, que al principio sus padres no les re­conocen, pero después, felices por haberles vuelto a ver, les despiden muy bien equi­pados. Puestos al servicio del rey de Gas­cuña, Yon, reciben, como regalo por sus buenos servicios, un castillo, el de Montal­bán, y Reinaldos se casa con Clarisa, her­mana del rey.

Pero Carlomagno descubre su morada y exige del rey Yon que entregue a los cuatro Montalbán. Yon duda, pero teme el poder de Carlomagno y secretamente les traiciona. Los cuatro hermanos se baten desesperada y valerosamente, con ayuda del veloz caballo de Reinaldos, Bayardo, y con la ayuda también de las buenas artes del mago Malagigi (v.) que les reanima en los momentos de desaliento. Por medio de la magia, Malagigi hace prisionero a Carlo­magno y luego se va para no comprometer a los cuatro hermanos. Reinaldos, una vez ante el rey, que ahora se halla a su mer­ced, se postra y se humilla, y se declara dispuesto a entregarle el castillo y a Bayar­do y a irse lejos, a Tierra Santa, con tal de hacer la paz. Pero el emperador quie­re a Malagigi. Reinaldos rehúsa, despide caballerosamente de su campo al prisionero libre y resiste desesperadamente en su cas­tillo, presa del hambre, hasta que por un subterráneo secreto huye con su mujer, con sus hijos y con algunos compañeros y se refugia en otro castillo lejano, el de Tremoigne (Dortmund). También aquí es ase­diado, hasta que los barones y los pares de Carlomagno, cansados de una guerra que no sienten, rehúsan continuarla. La paz se hace, a condición de que Reinaldos entregue a Bayardo y se vaya a Ultramar.

Pero para el héroe de Montalbán no acaban las cosas aquí: su vida, todo orgullo y violencia, con­tinúa con empresas aventureras en Tierra Santa, realizadas al servicio de Dios. Muere por fin en Colonia, en gracia de Dios y en el seno de la Iglesia, y le sepultan en Tremoigne. Narración caballeresca y popular a un tiempo, fundamentada en la lucha de los vasallos contra su señor, fue del agrado del público de las plazas y del de la Corte. Reinaldos es un caballero, pero también es un santo, y la leyenda se ha conservado viva sobre todo por esto. En el siglo XIII abundan textos, versiones diversas del Rei­naldos, narraciones que podrían servir de prólogo o de epílogo al cantar, y otras par­ticulares sobre algunos personajes, especial­mente sobre Malagigi [Malagigi d’Aigremont, Mort de Malagigi]. En el siglo XV se hicieron versiones y refundiciones en pro­sa, y otras versiones modernas francesas muestran la continua vitalidad del tema. En el siglo XIX, en el teatro popular bre­tón, entre los misterios antiguos, todavía caros a aquel público, apareció también una representación de los Cuatro hijos de Aimón. El cantar de gesta fue pronto conocido en Inglaterra, donde, ya en la primera mitad del siglo XIII, se encuentra citado en el tratado De Naturis Rerum de Alejandro Neckham (1157-1217).

En 1489 se publicó una traducción inglesa. En estos primeros siglos, apareció también en una leyenda no­ruega y en una traducción holandesa, que más tarde, en el siglo XV, fueron tradu­cidas al alemán con el título de Reinold von Montalban (v. Ciclo carolingio), segui­da después de otras versiones alemanas he­chas a partir de los textos franceses. En Ita­lia la historia de Reinaldos apareció pri­mero en dos versiones, el Reinaldos en pro­sa y el Reinaldos en octavas del siglo XIV, y volvió de nuevo a aparecer en el Mor- gante (v.) de Pulci, y en los poemas de Boyardo y de Ariosto, que tuvieron a su vez numerosos imitadores, entre los cuales el Ricciardetto (v.) de Nicoló Forteguerri y el Ricardito casado [Ricciardetto arrimogliato] de Luigi Tadini y en el Rinaldo del Tasso (v. más abajo). En España, el Rei­naldos de Montalbán deriva de fuentes ita­lianas y se encuentra aludido en el Quijote (v. también Armida).

C. Cremonesi

*   El Rinaldo de Torquato Tasso (1544-1595), poema caballeresco en doce cantos, se pu­blicó en 1562. Rinaldo, joven todavía des­conocido, impaciente por hacerse notar y ansioso de emular las gestas de su primo Orlando, deja el castillo de Montalbán; en­cuentra a Clarisa, hermana del rey de Gas­cuña, y se enamora de ella; por su amor, y por deseo de gloria, realiza grandes empre­sas, conquista para sí el caballo Bayardo, la espada Fusberta, el escudo y la lanza. Floriana, reina de Media, se enamora de él, que por poco olvida a Clarisa; pero luego, arrepentido, abandona a Floriana, y ella se salva de la desesperación gracias a su tía, la maga Medea, que la lleva a la isla feliz del placer. Vuelto a Francia, tras admirables aventuras, el joven caballero logra vencer las intrigas de los de Maguncia y las in­justas sospechas de su amada, con la que finalmente se puede casar. Cantando las em­presas juveniles de uno de los más célebres héroes de las novelas caballerescas, Tasso se propuso salir al encuentro del gusto de los lectores y contentar al mismo tiempo a los críticos, evitando la multiplicidad de personajes y de aventuras; la materia, al­terada en todos sus aspectos, y los esque­mas literarios, se avivan, sin embargo, en muchos lances con la presencia del joven poeta, que siente en su corazón el mismo espíritu de la obra y, mientras intenta al­gunos motivos y episodios de su futura poe­sía— el episodio de Floriana es imitación del de Virgilio de Dido (v.), a la vez que un primer esbozo del de Armida (v.) —, encuentra en sí mismo situaciones y motivos felices y conformes a su ligereza juvenil: tales son todas las escaramuzas amorosas de Rinaldos y Clarisa.

M. Fubini

Aunque Tasso no hubiese hecho después otra cosa, la correcta amenidad de la ver­sificación se habría, según creo, conservado fresca entre la morosidad de tantas y tan largas novelas del XVI que desmerecen ante la atracción del juvenil poema. (Carducci)

El Rinaldo se resiente de la juventud de Torquato, pero en aquel poema caballeresco en doce cantos, se descubre ya un poeta de altos vuelos… Si bien en la fábula falta unidad, la suple la unidad sonora, la onda oratoria, la feliz conjunción del verso y de las octavas: hay allí también octavas tan tiernas y felices que templan la tonalidad patética del poeta. (F. Flora)

*   Gran número de obras musicales se ins­piraron en los amores de Reinaldos y Ar- mida: hacia principios del siglo XVII y los primeros años del 1800 pueden contarse más de treinta. Sin embargo, no derivan del Reinaldos, sino de la Jerusalén libertada (v.). Las más notables son: el ballet La De- livrance de Renaud dirigido en la corte de Francia por J. Manduit (1557-1627) y Guesdron (hacia 1565-1621), en 1617; la escena Armida e Rinaldo de Claudio Monteverdi (1567-1643), del 1627 que, como escribe Rolland, «preludia la inmortal Armida (v.) de Lully y de Gluck». La obra Rinaldo de G. Friedrich Hándel (1685-1759), que, re­presentada en 1711 en el teatro Haymarket con éxito clamoroso, determinó la victoria de la ópera italiana en Londres.