Los Cantos del Crepúsculo, Víctor Hugo

[Les chants du crépuscule]. Aparecida en 1835, esta recopilación de poesías de Víctor Hugo (1802-1885) estaba en evidente y voluntario contraste con las modalidades elegiacas de las Hojas de otoño (v.) que la precedieron, y anuncia el tipo del poetavate que se afir­mará plenamente en los dos volúmenes si­guientes que, en cierto modo, vendrán a formar una tetralogía (v. las Voces interio­res, los rayos y las sombras). En efecto, el poeta ha querido titular así a su libro por­que, en la vida de los pueblos y en la his­toria de Europa, le parece advertir la an­siosa calma de un «momento crepuscular» y se plantea la pregunta retórica: « ¿crepús­culo de la noche o de la mañana?», inclinándose naturalmente a aceptar la segunda hipótesis. Medio periodista y medio poeta (como alguien dijo, no sin malignidad) se enfrenta, pues, con los grandes temas de la historia y de la política contemporáneas, inspirándose unas veces en los máximos acon­tecimientos, y otras en los sencillos y co­tidianos sucesos de la crónica. La tumba de Napoleón I, el destino de Napoleón II, un joven suicida, una votación en la Cámara, otra vez la Grecia de Canaris, la Polonia oprimida, un baile en el Hotel de Ville: todo le da ocasión para incansables decla­maciones con las que se esfuerza en trans­formar la tradicional sátira de costumbres en un nuevo género lirico apocalíptico.

Nu­trida de tales ambiciones tribunicias, em­papada de una filosofía entretejida de lu­gares comunes, esta recopilación sirvió de blanco, como ninguna, para una crítica se­vera y casi destructora, y presenta innega­blemente amplísimas zonas de ruidosa retó­rica. Pero el genio estilista de Hugo suple a menudo el defecto de una inspiración artificiosamente henchida. En la segunda parte del libro, cantando su nuevo amor por Juliette Drouet, el poeta vuelve a asun­tos más personales, difundiendo su ánimo en delicados acentos que adquieren incluso la penetrante gracia de exquisitas cancion­cillas. Y surgen entonces imágenes de rara belleza. Pero incluso este amor quiere sentirse demasiado en comunión con la vida de lo creado, insiste en coloquios con la Divinidad, de enfadosa grandilocuencia. Nunca como en este libro Hugo se nos an­toja un gran poeta harto dado a tejer, in­conscientemente, la parodia de sí mismo: «La terre me disait: Poete! / Le ciel me répétait: Prophéte! / Marche! parle! enseigne! bénis! / Penche l’urne des chants su­blimes! / Verse aux vallons noirs comme aux cimes, /Dans les aires et dans les nids!».

M. Bonfantini

Un hombre puede tener el privilegio de un genio particular, aun siendo al mismo tiempo un tonto; ejemplo, Víctor Hugo. (Baudelaire)