Drama lírico en dos actos y cuatro cuadros, del gran músico español Manuel de Falla (1876-1946). Compuesto en 1905, no fue representado hasta 1913, en francés, en Niza, y luego en lengua castellana, en Madrid, en 1914. El libreto, de Carlos Fernández Shaw, relata una dramática historia campesina, situada en Granada, en época moderna.
El primer cuadro representa la entrada de la casa de Salud, con un coro de gitanas, animado al fondo por los resplandores de una fragua. La joven y ardiente gitana se lamenta junto a su abuela de que su bienamado no haya llegado todavía: Paco es de diferente nacimiento y riqueza y ella vive en la constante ansiedad de perderlo. A sus tristes presagios, responde, entre bastidores, el canto resignado y amenazador de los herreros ante el yunque, armados con sus martillos. Mas Paco llega finalmente y todo se ilumina para Salud. Al dúo de amor, impetuoso y feliz de los dos jóvenes, se opone la invectiva contenida del tío Salvador, el viejo gitano, que se ha enterado de que Paco está a punto de casarse con otra joven de su condición. Después de un cuadro de intenso color panorámico de Granada, en una noche de luces y de cantos, se inicia el segundo acto en la casa de Carmela, en fiestas por su matrimonio con Paco.
Salud, que se ha enterado, llega presurosa para espiar, y mientras el tío Salvador y la abuela maldicen al infiel, la joven se dispone a salir a su encuentro. En el patio de Carmela se interrumpen las danzas nupciales por la llegada de Salud; pero sus súplicas y sus acusaciones son desmentidas por Paco, y ella cae con el corazón destrozado. Esta primera obra de Falla, de estilo un poco confuso, se resiente del terreno y de la época en que fue concebida. El canto de los herreros en el primer acto, el estribillo fatal al que como un eco responde Salud; el primer monólogo de ésta con ritmo de «seguidilla»; el vasto fresco musical del crepúsculo en Granada que sirve de unión a los dos actos, y las canciones y las danzas de las gitanas, tienen un sabor auténtico y un perfume popular.
Por lo demás, en esta obra de juventud, Falla demuestra claramente su intención de «seguir una declamación lo más próxima posible al idioma castellano, observando escrupulosamente el canto del pueblo». El carácter español y vibrante de esta obra se traduce en una orquestación de las más coloreadas y, sin embargo, de gran simplicidad (el compositor orquestó de nuevo esta ópera, después de haber estudiado más atentamente a Debussy, por quien abrigaba gran admiración) .