La Vida Activa, Theodore Roosevelt

[The Strenuous Life]. Colección de ensayos de Theodore Roosevelt (1858-1918), publicada en 1904. A excepción de dos capítulos, uno en elogio del almi­rante Dewey y otro que es un discurso con­memorativo del general Grant, los diecisiete ensayos que componen el volumen tratan de problemas y temas de carácter social y nacional referentes principalmente a la for­mación del ciudadano norteamericano.

El autor pertenece a aquel nutrido grupo de eminentes americanos que con sus escritos contribuyeron poderosamente a la formación del carácter de sus connacionales. Al­gunos de los ensayos llevan los siguientes títulos: «La vida activa», «Expansión y paz», «El sentimiento de solidaridad como factor político», «La utilidad pública», «Carácter y fortuna», «Lo bueno y lo mejor», «Premi­sas y actuaciones», «La juventud ameri­cana», «La fraternidad y las virtudes heroi­cas», «Los deberes nacionales» y «Ciuda­danía cristiana». El concepto predominante en estos ensayos, predicado incesantemente porque el autor tenía en él fe absoluta, es el de la necesidad de mejorar el sistema social americano no sólo mediante las le­yes, sino mediante asociaciones dirigidas a difundir un principio de fraternidad que haga reconocer la identidad de las aspira­ciones de los individuos con las de la comu­nidad. Es indispensable que cada uno se dé cuenta de que sus propios intereses queda­rán mejor atendidos sirviendo a los intere­ses de los demás.

«Nosotros consideramos el trabajo no como una maldición sino como una bendición y miramos al ocioso con una piedad despectiva. No queremos ni caridad ni sentimentalismo. Pretendemos tan sólo enseñar que el obrar es, tanto individual como colectivamente, un procedimiento para mantener nuestro puesto en el mundo. Aquel que es tan sólo un pesimista no cabe entre nosotros. Ningún hombre cuya visión de to­das las cosas sea negra o gris puede hacer algo para impulsar el destino de un pueblo vigoroso y potente. Un hombre no vale si no siente la devoción hacia un gran ideal, y no vale si para realizarlo no lucha con métodos prácticos. América ha producido ya héroes nacionales como Franklin, Hamilton, Jefferson y Jackson, así como tres hombres de primer orden que ocupan un puesto honorable entre los primeros de todos los países: Washington, Lincoln y Grant. Ellos poseyeron en grado sumo las virtudes ele­mentales de la justicia, el sentido de la li­bertad, del orden, la resolución y la viri­lidad en el sentido más amplio y más ele­vado de la palabra. Es preciso mantenerse moral y civilmente a la altura de estos glo­riosos antepasados. No existe un recurso o una estratagema que pueda garantizar el buen gobierno. Ciertamente, es preciso edu­car a la masa para que sepa escoger sus propios gobernantes entre los hombres más dignos de confianza, pero el gran factor que asegurará el éxito de la gigantesca Repú­blica estrellada será siempre la posesión de aquellas virtudes esenciales de valor y viri­lidad que en todos los tiempos constitu­yeron la grandeza de los pueblos pretéritos. Un Estado se mantiene libre si el ciudadano es virtuoso».

Vibra en las páginas de Roose­velt el legítimo orgullo de quien sabe que pertenece «a la más poderosa República que jamás haya iluminado el sol». El escritor tiene conciencia del gigantesco progreso logrado por su país: «En este continente fuimos creando nuevos Estados a medida que los hombres del Viejo Mundo plantaban sus tiendas. Conquistamos el desierto orga­nizando Estados y provincias, y tratando de implantar gobiernos que mirasen tanto a la prosperidad industrial como al bienestar moral. América ha divulgado la educación popular, se ha afirmado en el campo de la filantropía y especialmente en el mejor tipo de filantropía, es decir, la que enseña a cada uno a elevarse a sí mismo y a los demás uniéndose al prójimo en un esfuerzo co­mún». Este sentido activista y deportivo halla su expresión más directa en el ensayo «La juventud americana» que recoge el im­perativo del autor en fórmulas vivas y nuevas: «En la vida, como en un partido de fútbol, el principio a seguir es éste: pegar bien, jugar limpio y no rehuir el choque, sino batirse de firme».

E. Detti