[L’energía letteraria]. Volumen de ensayos críticos publicado en Turín en 1905. A excepción de uno relativo a Van Dick, estos ensayos están dedicados íntegramente a aquellos aspectos de la literatura europea que juzga el autor más importantes.
Fascinado sinceramente por los mitos del positivismo, no reconoce más que un dios — la Verdad —, un profeta — la Ciencia — y una religión — la Acción —. En cuanto a sus ideas estéticas, las formula claramente así: «El arte no es sino la expresión y la manifestación de la energía vital en un momento dado de la historia de un pueblo… La crítica no es más que el cálculo y >a medida de la cantidad de energía que se halla contenida en una obra de arte». Crítica «de contenido», por consiguiente, de polémica fervorosa y animada por el deseo de agitar a los italianos, que, bajo la máscara del escepticismo, ocultan «el rostro más decrépito de todos los pueblos modernos».
Guerra, por consiguiente, a las ideas religiosas de Mazzini, ya que todas las metafísicas son inútiles; guerra al catolicismo de Bourget, cuyas novelas se nos presentan históricamente falsas, políticamente injustas y moralmente ilógicas. Desterremos el simbolismo de Maeterlinck y el oscurantismo evangélico de Tolstoi. Las simpatías del crítico se detienen, en Italia, en d´Annunzio, cantor de la energía, «la décima musa»; más allá de las fronteras, se dirigen hacia Zola, sacerdote del culto a la Verdad y a la Justicia; se orientan hacia Kipling, poeta del imperialismo y del utilitarismo — o, mejor dicho, del «altruismo utilitario»— británico; tienden, sobre todo, hacia Víctor Hugo, «uno de los más eminentes artesanos de la regeneración humana», poeta de la gran antítesis entre el viejo mundo del prejuicio y el nuevo del progreso. Nietzsche le atrae por su violenta negación del Cristianismo; pero advierte que, moviéndose desde un punto opuesto, se concierta con Tolstoi en la lucha contra la ciencia y la civilización. Juzga así corruptor su helenismo, porque «a la Naturaleza ya no se retorna a través de Grecia, sino tan sólo mediante los gabinetes de ciencia natural, bajo la única guía de Carlos Darwin, descubridor de mundos ignorados por Minerva y su gente».
E. Ceva Valla