La Cabala del Caballo Pegaseo y del Asno Cilénico

[La cabala del cavallo Pegaseo con l’aggiunta dell’asino cillenico]. Obra filosófica en italiano de Giordano Bruno (1548-1600), publicada en 1585, poco antes de los Furores heroicos (v.), que figura entre los diálogos morales de tono satírico. Se compone de una epísto­la dedicatoria, un soneto y tres diálogos. Este escrito es, en cierto sentido, un apén­dice del Despacho de la bestia triunfante (v.). El título «cábala» usado para evitar las censuras de los teólogos cristianos, se inspira en los doctores judíos y, en efecto, afir­ma el autor que no hace sino aplicar su método a la fábula de Pegaso y el asno. Pe­gaso es un caballo alado propiedad de Apo­lo, el asno es un animal parlante propiedad de Mercurio. Aquí la ironía prevalece en la «cábala» y el tono oscila entre lo jocoso y grave. Del mismo modo que Erasmo, autor muy apreciado por nuestro filósofo, había elogiado la locura, Bruno elogia la ignoran­cia, la estupidez. A través de estallidos de risa, en medio de bromas, el autor muestra, valiéndose de ingeniosas paradojas, que la ignorancia es la madre de la felicidad y de la tranquilidad sensual, el paraíso de los animales. Muchas son las clases de ignorancia: una, de la que se hace alarde; otra, que se disimula bajo la apariencia del sa­ber.

Agudamente representa Bruno el tipo de ignorancia, sobre la que la devoción reli­giosa, abusando de los ejemplos del «Anti­guo» y del «Nuevo Testamento», ha fun­dado el principio de la santidad. Según esta santidad, el hombre justo y santo es el que posee los atributos del asno: la senci­llez, la impasibilidad, la impericia. Bruno, dándose cuenta de que la simplicidad exal­tada por la religión debe referirse no a la inteligencia, sino al corazón, recurre a la autoridad de San Pablo para defender a la inteligencia. De la ignorancia religiosa, pasa a comparar la ignorancia ambiciosa de los peripatéticos, los cuales, en lugar de re­flexionar, no hacen más que creer y supo­ner. Bruno, por el contrario, valoriza la circunspección de una duda discreta, per­fectamente compatible con la investigación apasionada de la naturaleza. La obra ter­mina con la exaltación irónica del asno, la bestia triunfante. El asno espiritual y mo­ral es estimado en todos los países, asi como el asno físico y material es apreciado en algunas naciones. Y el asno ideal y ca­balístico, animal nobilísimo como ninguno, símbolo y tipo de la perfección intelectual, merece ser elevado al cielo, junto a la ver­dad, y convertirse en una constelación. En esta concepción se ilustra y amplifica la sentencia de Salomón cuando asegura que quien aumenta ciencia, aumenta dolor.

M. Maggi