Sonata para piano, op. 53, en do mayor, de Ludwig van Beethoven (1770-1827), compuesta en 1804. Escritas casi paralelamente, en el maravilloso periodo creador que va desde la Heroica (1803, v. Sinfonía n.° 3) a la Pastoral (1808, v. Sinfonía n.° 6), tanto el op. 53 como la Appassionata (v. Sonata, op. 53) señalan el retorno a la forma regular de sonata, tras el abandono y excentricidad de las Sonatas op. 26, op. 27, op. 31, n.° 2. Naturalmente, el afán de estos experimentos no quedó sin frutos: la sonata volvió de él engrandecida en las proporciones y perfeccionada en el equilibrio constructivo de los tiempos. Se notaba, en el pasado, la debilidad de los tiempos últimos, que mal contrapesaban la poderosa arquitectura del primero y la profundidad meditativa del segundo; tras el tiempo «lento», la sonata parecía resbalar apresuradamente adquiriendo demasiada ligereza. Ahora encontramos por lo regular la sonata de tres tiempos; el «scherzo» (o minueto) ha desaparecido (en las Sinfonías persevera, pero se amalgama más estrechamente con el tiempo último), los dos «allegro» del primero y del tercer tiempo adquieren proporciones imponentes, y el tiempo «lento» se concreta y reduce hasta convertirse en una función de intermedio y de contraste entre los dos pilares de la composición. Esta nueva arquitectura dio a la sonata beethoveniana la estabilidad y el equilibrio de una nave capaz de afrontar en lo sucesivo las navegaciones más tempestuosas. La sonata que nos ocupa debe seguramente su sobrenombre de Aurora al contraste sobre el que descansa el primer tiempo («Allegro con brío»), entre «ruido» y «melodía». Tal contraste es apreciable ya adentrado el primer tema, un zumbido profundo e indistinto del cual sube al agudo como un brinco sonoro. Pero sobre todo el contraste se marca entre el primer tema y el segundo, que es un bello coral melodioso, de plenas y ricas armonías, que expresa alegre y solemne confianza, generosa franqueza y entrega.
El tránsito entre los dos elementos, ocurre gracias a la irrupción de un motivo de semicorcheas, en menor, casi idéntico al que cumple la misma función en el «allegro» de la Sinfonía n.° 2 (v.). El ingenioso y elegante desenvolvimiento hace resaltar el contraste melodía-ruido, hasta el punto culminante del «allegro», donde se logra un efecto extraordinario de impresión: sobre el zumbido indistinto de los bajos, multiplicado por el pedal, que Beethoven pisa sin interrupción por más de 10 compases, emerge relampagueante el brinco rectilíneo y se lanza hacia lo alto con ímpetu incontenible, hasta debatirse casi repicando fortísimo en la plena gloria del sol. Es digno de notar que este paso central, razón de ser de todo el «allegro», se encuentra esbozado en los borradores aun antes del tema propiamente dicho, y parece como si fuera la genial e irresistible transformación de un insípido ejercicio de agilidad en que Beethoven estaba trabajando. El segundo tiempo de esta Sonata tiene toda una historia. Beethoven había escrito para ella un «andante» en fa mayor (publicado aisladamente en 1806, sin número de obra): un motivo melódico ingenuo y sonriente que habría confirmado el carácter de alegría lírica libremente efusiva que se debe atribuir a esta Sonata. Pero Beethoven había sobrecargado este motivo feliz con un bordado de variaciones tan copioso y pedante, que no es posible quitar la razón a los amigos devotos, que afrontando la iracunda susceptibilidad del maestro, le aconsejaron sustituir este tiempo.
Beethoven escribió entonces el actual «Adagio molto», tal vez más profundo e intenso que el precedente, además de admirablemente concentrado. Es un momento de recogimiento y de reflexión sobre sí mismo, en medio de dos creaciones eminentemente receptivas, abiertas al espectáculo multicolor y luminoso del mundo exterior. Para acentuar su carácter marcadamente transitorio, Beethoven le llamó «Introducción» y lo unió con el principio del último tiempo. Éste rondó «Allegretto moderato» (pero más adelante «prestísimo») es una creación admirable de alegría purísima, cuya simplicidad queda realzada por un despliegue de insólita elegancia, de refinada penetración y de preciosidades estilísticas. Una composición larguísima, sobre un tema que no se podría imaginar más tenue, va pasando inadvertidamente, como una brevísima travesura, dejando tras sí una vivificante impresión de aérea ligereza. Este tema parece haber sido tomado, después de una genial transformación, de un viejo canto popular alemán, el Grossvaterlied: de un motivo de alegría pesado y banal, Beethoven hizo un encanto de ligereza, una especie de vuelo de pájaro en cielo sereno, el tintineo repetido de una campanilla de plata. Tiene dos variaciones: la una, un rudo ritmo de terceras interrumpido por enérgicos acordes del bajo a contratiempo y desenvuelta después como un episodio contra- puntístico de vertiginoso e inexorable rigor rítmico, todo ello con poco o ningún pedal, cercano a la rusticidad de ciertos pasajes de la Pastoral; la otra, un festoneo de arpegios sumisos y tranquilos, con mucho pedal, que envuelven en una prolongada serenidad leves acentos ascendentes del bajo, casi el suspiro de felicidad del alma, que se abandona en brazos de la naturaleza.
M. Mila
Se imagina sin esfuerzo que haya sido inspirada en uno de aquellos días del mes de junio en que son tan bellos los amaneceres… Se podría poner el mismo epígrafe que a la Sinfonía Pastoral: la descripción real es discreta, el sentimiento lo anima todo. (Combarieu)