Son las obras en prosa del abad del famoso convento bizantino de Studion, Teodoro (759-826), desde el punto de vista religioso y social, uno de los más grandes hombres de acción del tempestuoso período de la iconoclastia.
La actividad literaria de Teodoro no es más que el complemento de su actividad religiosa, político– eclesiástica, y social en general. Como «igúmeno» de la orden cenobita, reformó la vida de los conventos, defendió la libertad de la Iglesia contra las injerencias imperiales en los dogmas; fue el adversario más encarnizado de la iconoclastia y de los moequianos (adúltero, como se llamaron los partidarios de la rehabilitación del sacerdote José, que había sido excomulgado por bendecir la segunda boda que Constantino IV, después de encerrar en un convento a su legítima mujer María de Amnia, celebró con Teodota [795]).
Su obra principal es la colección de las homilías distribuidas en la Pequeña y en la Gran Catequesis. La Pequeña Catequesis [comprende una selección de los discursos que Teodoro dirigía a sus monjes. En ellos trata especialmente de los deberes de la vida conventual, e intenta inculcar en el alma de sus cofrades un altísimo ideal de perfección cristiana. No son monótonos, aunque puedan parecerlo al principio; son varios y rebosantes de interés, ya que Teodoro sabe enriquecer su tema extrayendo elementos de su propia experiencia, de los sucesos de todos los días, que, debido al estado de desorden políticorreligioso del ambiente de Constantinopla, ofrecían mucha materia a su celo, inspirándose también en los hechos más frecuentes, como la muerte de los monjes o el cambio de las estaciones. También su estilo es vario: ora exquisitamente poético, ora sencillo y modesto, ora fuerte y severo.
La Gran Catequesis es, asimismo, una colección de homilías, que por su contenido no se distinguen sustancialmente de las de la Pequeña, aunque tienen una extensión mayor y una mayor tendencia sistemática. A estas homilías están vinculados los Discursos, que al principio debía formar parte de un Libro panegírico que no ha llegado hasta nosotros. Entre ellos, son notables, desde el punto de vista histórico y de la biografía del autor, la oración fúnebre pronunciada con ocasión de la muerte de su madre Teoctista, en la que Teodoro, además de dar una imagen de la grandeza espiritual de la mujer que también supo «sufrir por la justicia y la verdad», describe su primera educación, que fue tan sólo obra de su madre; y la dedicada a su tío Platón, abad del convento de Sakkudion, donde Teodoro ingresó de joven para completar en él su educación.
Otros escritos menores de Teodoro ofrecen también un notable interés para el conocimiento de la vida monástica bizantina. Los escritos citados hasta aquí se refieren todos a la actividad monástica del abad. En cambio reflejan su actividad polémica contra los iconoclastas, los Discursos antirréticos en tres libros, de los que los dos primeros están en forma dialogada. En ellos sostenía la tesis iconódula, declarando herejes cristológicos a los iconoclastas, que, al negar la facultad de representar a Cristo, le restaban uno de los más importantes requisitos de su naturaleza humana, y por lo tanto eran comparables a los monofisitas. Otros escritos contra los iconoclastas se perdieron, al igual que los escritos contra los moequianos. Toda su actividad aparece reflejada en su amplio epistolario, que consta de 550 cartas, la mayor parte de las cuales están vinculadas a la lucha por las imágenes y a la cuestión moequiana. Ponen claramente de manifiesto la índole enérgica y combativa de un hombre que, haciendo caso omiso de exilios y sufrimientos, por la justa causa de la fe, encabezó al lado de sus monjes un partido de oposición cuyo principal enemigo era el emperador. Las demás son cartas pastorales, y todas revelan una gran discreción psicológica y un celo dominado por un ferviente amor de Dios, gran humanidad y un apasionado interés por la libertad de la Iglesia y su unidad. Son indudablemente el mejor modelo de epistolografía bizantina.
S. Impellizzeri