Ensayos de Hofmiller

[Essays]. Ensayos de crítica sobre diversos temas, del es­critor alemán Joseph Hofmiller (1872-1933), publicados primero con títulos diversos para cada volumen (Ensayos [Versuche, 1909]; Contemporáneos [Zeitgenossen, 1910]; El trato con los libros [Ueber den Umgang mit Büchem, 1927]; Franceses [Franzosen, 1928]; Impresiones de Baviera y del Tirol [Wanderbilder aus Bayem und Tirol, 1928]; Peregrinaciones [Pilgerfahrten, 1932]; últi­mos ensayos [Letzte Versuche, 1934]), reu­nidos después de su muerte en una serie única, de la que han salido ya los tres primeros volúmenes.

Bávaro de neto y rús­tico temple pero educado por los clásicos en el gusto por las letras y expertísimo en literaturas modernas, el autor, con su prosa límpida «siempre ajustada en el rasgo» y alerta a pesar de su aparente descuido, se nos muestra cada vez más —visto a dis­tancia— como el más equilibrado ensayista literario alemán de estos últimos decenios. La forma congénita con su temperamento —y primer punto de partida de todos sus escritos, aun los más extensos — es siempre «la nota al margen». El motivo es siempre una lectura suya reciente o que durante largo tiempo ha venido ocupando su espí­ritu; pero en cuanto la reacción instintiva de su sensibilidad de lector ha quedado aclarada, su opinión se dispara en fórmulas netas, a menudo agudas, siempre personales y siempre dignas de ser meditadas hasta por los que discrepen de sus opiniones.

Lo mismo puede tratarse de una poesía aislada como de una personalidad de pensador o de artista, de un verso suelto como de un entero período literario, de una oda de Horacio o del fenómeno «Nietzsche», de una novela de Emil Strauss o de la obra de Montaigne, de una paradoja estética de Os­car Wilde o de la obra entera de Goethe, del Juan Cristóbal (v.) de Romain Rolland o de la crisis literaria, y no sólo lite­raria, de alemania después del derrumba­miento del 1918; el modo de su composi­ción es siempre el mismo. Nunca se acoge a una sistemática posición filosófica; pero es como si una cosa y otra estuviesen por decirlo así implícitas en un modo suyo del sentir coherente en que se inspiran — casi inconscientemente — sus pensamien­tos. Como no podía menos, todo esto le hizo incurrir, y no raramente, en contra­dicciones y, más todavía, en unilateralismos; y tampoco puede ocultarse que en ocasiones no parece estar a la altura de sus temas.

Pero hay siempre en él algo firme y sólido que le salva de incurrir en una crítica impresionista: su «humanitas»; una «humanitas» algo burguesa, pero nutrida de buenos estudios, educada en una armonía interior, ágil y viva dentro de la gran tra­dición que va de Goethe a Burckhardt. Hombre modesto, contento con su cargo de profesor en el Altgymnasium — aunque del «Süddeutsche Monatshefte» — vivió so­bre todo para sí, por el amor que tenía a las «bellas letras», siempre algo apartado pero libre y, con su aversión a las grandes frases y con su gusto por caminar siempre con sus propios pies sobre terreno firme, consiguió insertar armoniosamente en la tradición humanista alemana la moderni­dad de su cultura. Lo cual explica también el hechizo de su estilo movido, vibrante, rico en claroscuro, pero íntimamente armo­nioso y continuamente avivado por la gran cualidad de saber acertar con las palabras exactas, que no es sino el signo exterior de un hábito interno de precisión del pensa­miento. También a este respecto, la co­lección de sus ensayos ocupa una posición propia en la literatura alemana de su tiem­po; contienen en cierta manera toda la vida espiritual y literaria de la época, vista con la mirada reposada y clara de un hombre de límpida honestidad intelectual y de buen gusto.

G. Gabetti