[Saggio sopra la pittura]. Obra publicada en Bolonia en 1762. Está dedicada a la Academia inglesa; además, es a Inglaterra a quien el autor concede la palma en el campo del arte. El Ensayo empieza con consejos acerca de la educación de los niños, a quienes los padres no deben imponer su voluntad, limitadora de sus espontáneas inclinaciones.
Luego, según un programa más bien trivial, Algarotti se improvisa en guía de un joven aprendiz de pintor. Empieza tratando de anatomía y perspectiva; ésta, concebida como doctrina de las proporciones, es considerada según criterios aún renacentistas, y en efecto, el párrafo concluye con la afirmación de que quien siga esos preceptos «recorrerá el camino de los grandes maestros y especialmente de Rafael». Sin embargo, aconseja que no se pierda uno en estudios matemáticos demasiado oscuros, ya que «en cualquier arte el camino más breve es el que muestra a las cosas de manera que la práctica sea guiada por la teoría» : convicción típicamente algarottiana. Todo el tratado está basado, por su espíritu, en un clasicismo que sufre a la vez la influencia de Winckelmann y de los «amateurs» franceses: por ello el autor declara, en pleno siglo XVIII y en Venecia, que un cuadro dibujado según las reglas de la perspectiva y de la anatomía gustará más a los que entienden que otro «bien coloreado», pero de dibujo incorrecto.
Sin embargo recomienda al joven el estudio de la realidad, a fin de evitar que acabe pintando de un modo amanerado. Exalta luego, fervorosamente, el empleo de la cámara óptica, que precisa la forma de cada uno de los efectos, aislándolos y graduándolos en sus proporciones, colores y luces según el principio de la perspectiva aérea: «como si el aire interpuesto entre las cosas y la vista, del mismo modo que las oscurece un poco, también las consumiera y gastara». Esto está bien dicho, aunque contradice el concepto de perspectiva geométrica que el autor profesa. Algarotti da otros consejos sobre el paisaje, el vestuario, la composición, la fantasía. A propósito de esta última declara que Miguel Angel posee una fantasía dantesca. Recomienda en arte la unidad de lugar, tiempo y acción, y, cuando se trate de composiciones de argumento histórico, un número escaso de personajes.
Conceptos y pseudo conceptos de este género ya los había enunciado la academia de París en el siglo XVII, y de allí se habían propagado a todas partes; sin embargo no cabe duda de que asumen nuevos matices de significado a través de la exposición de Algarotti: de cuyo venecianísimo, latente bajo su ropaje cosmopolita, dan fe algunas de sus observaciones sobre el color y el claroscuro. La influencia de las «doctrines d’art» de Francia, y especialmente de las de Le Brun, se dejan sentir: particularmente en el capítulo sobre la «Expresión de los afectos», donde el clasicismo se adapta a una posición naturalista-literaria de raigambre decididamente francesa. Al estudio de la materia según categorías (anatomía, perspectiva, color, fantasía, etc.) siguen algunos párrafos de tono más personal — de la necesidad, para el pintor, de unos cuantos libros, de la utilidad de un amigo para pedir consejos, de la importancia del juicio del público, de la oportunidad de la crítica, de la imitación de los grandes maestros (que no aconseja)—y por fin una «Balanza pictórica» donde se diserta sobre artistas célebres, no sin cierta confusión.
Hay en el Ensayo sobre la pintura la vivacidad de juicio y la soltura expositiva propias de todos los escritos de Algarotti, vivacidad y soltura que ponen de manifiesto, en las virtudes y defectos, la actitud enciclopédica y cosmopolita del autor y que hacen accesibles a la masa doctrinas e ideas, por regla general presentadas solemnemente, y por tanto algo difíciles de entender. El Ensayo además de la edición de 1762, tuvo otras varias posteriores, entre ellas una veneciana de 1784. Fue publicado en inglés en 1764, en Londres; en francés en 1769, en París y en alemán en 1769, en Cassel.
M. Pittaluga