Novela en verso del poeta suizo publicada en 1872. Ángela es hija de una madre culpable, la cual, agonizante, la confía al monje Hilario. Éste la lleva al convento del Engelsberg (montaña de los Ángeles), y, temiendo que las monjas, al conocer su origen, la acojan con mala voluntad, les cuenta que durante una visión le ha sido confiada por un grupo de ángeles.
Ángela pasa la infancia en el convento. Ya mayor, es puesta al servicio de una noble doncella recluida en el convento por sus padres para separarla del hombre que ama. Jutta, la doncella, vive sólo en espera del amado, y cuando sabe que éste la ha olvidado y va a casarse con otra, desesperada, se suicida. Ángela se siente responsable de este acto, y huye del convento a través de las montañas. En ellas encuentra a un joven que se brinda a protegerla y del cual se enamora apasionadamente. Ambos se casan y continúan viviendo en la soledad de las montañas, que el joven no puede abandonar por haber matado a un hombre.
Pasan los años, y los esposos tienen ya cuatro hijos, cuando el marido de Ángela cae de lo alto de una roca y muere. Ángela asume en este momento casi el símbolo de una primitiva madre de la humanidad. Sus cuatro hijos, por voluntad del monje Hilario, abrazan cada uno una de las condiciones fundamentales de los hombres, y se hacen respectivamente caballero, comerciante, religioso y artista. Pero todos abandonan a la madre, excepto el artista, que muere tuberculoso en sus brazos. El hijo caballero perece en el generoso intento de salvar a la familia de su novia durante una inundación. El único consuelo de Ángela consiste en confortar a los abandonados de la montaña. Una noche va a visitar a una vieja cuyo marido ha muerto de la misma forma que el suyo, al despeñarse desde una roca. La noche es oscura; sopla el viento y llueve torrencialmente. Ángela se extravía. A cierta distancia, una luz la deslumbra; una hilera de ángeles se le aparece, y la acogen en su gloria celestial.
La mentira de Hilario se convierte en realidad. La novela, una de las primeras obras del poeta, lleva el signo de una inspiración todavía confusa e incierta en sus elementos épicos y legendarios, de continuo sumergidos en lo simbólico. Sin embargo, Meyer demuestra ya la intensidad de su mundo fantástico y una valentía técnica que encuentra un desahogo poético en muchas y bellas descripciones de la montaña. En cada uno de los detalles imaginativos se advierte el eco del entusiasmo de Meyer por los ángeles de Bellini, conocidos y admirados durante su larga estancia en Venecia.
C. Gundolf