[Trovarsi). Estos tres actos de representados en 1932, plantean el problema de la personalidad del autor. En efecto, cuando la actriz Donata Genzi interpreta, se identifica cada vez más con el personaje que personifica, no ofreciendo nunca un rasgo de sí misma. ¿Cuál será su personalidad, en la vida? Evidentemente ninguna, sino sólo una antología de personajes, si hay que creer en la sinceridad de sus emociones en la escena, las cuales en la vida deberán necesariamente convertirse en emociones de segunda mano, o cuando menos, en repeticiones. El dilema que aquí se plantea entre mujer y actriz, es el viejo contraste pirandeliano entre la mudable espontaneidad que está en la raíz del hombre y la fijeza trágica de las costumbres.
Esta actriz se ha enamorado de un joven sueco, Eli Nielsen, que le corresponde, pero no puede soportar su máscara de cómica. De la misma manera que a ella le es necesario este amor para dar consistencia a su ser huidizo, para sentirse mujer, así estas complicaciones ahuyentan al joven, que busca una mujer toda delicadeza y espontaneidad. Su desilusión es profunda cuando la ve repetir en escena los mismos ademanes con que poco antes le había demostrado su amor. Disgustado, la abandona. A Donata no le quedará otro recurso que verter en sus personajes la pasión que le ha sido negada como mujer; quedará sola, «con sus fantasmas más vivos y más verdaderos que cualquier cosa viva y verdadera».
Lo amargo de este pesimismo es el de quien escribió que la vida o se vive o se escribe, poniendo con sólo esto una permanente discrepancia entre la vida y el arte, que será su predilección filosófica y le llevará a la abstracción. El problema de «encontrarse» y «reencontrarse» podría hallar una salvedad solamente en una conciencia moral, en una voluntad de salvarse que estos seres no tienen, débiles y engolfados en su lucha egoísta, y a los cuales ningún motivo ético puede prestar ayuda. Invariablemente el mito social, que está aquí en función de hecho implacable, destruye los esfuerzos del hombre, cuya búsqueda queda sin conclusión.
G. Guerrieri