El más célebre de los 55 discursos conservados del ilustre retórico griego que vivió en la edad imperial, aproximadamente desde el año 130 al 190.
Con mucho calor se alaban en ella las condiciones del mundo bajo el dominio romano. En la primera parte, se establece la comparación entre Roma y las grandes potencias de la historia, en la segunda, se celebra directamente el gobierno de Roma y la paz que el mismo ha dado a los hombres. Entre las instituciones romanas, Arístides admira especialmente la organización del ejército, reclutado en todas las partes del mundo y, dando muestras de poca penetración política, aprueba con entusiasmo la ley por la que los ciudadanos romanos que ya lo eran desde antiguo podían obtener la exención del servicio militar, mientras que los nuevos reclutas obtenían la ciudadanía romana.
El Encomio de Roma se enlaza con la tradición de las celebraciones de Roma iniciada por Polibio y no está desprovisto de los consabidos defectos retóricos de dichas celebraciones: como concepción y forma deriva evidentemente de los panegíricos de Isócrates, pero no faltan aquí elementos nuevos, en parte expresión de los tiempos en que vivió Arístides. Nuevos son, por ejemplo, la celebración de Roma imperial, el calor de la admiración de un griego a la Ciudad Eterna, admiración ahora ya general también en el mundo no latino y atestiguada en occidente por los versos de Rutilio Namaciano. La forma del Encomio, como la de los demás discursos de Arístides es, a veces, algo enredada y difícil; es evidente en su estilo la influencia de las lecturas de los clásicos, de quienes aprendió una pureza de lengua ática muy superior a la de otros escritores de su tiempo. Con las restantes oraciones de Arístides, el Encomio de Roma obtuvo un gran éxito entre sus contemporáneos y las generaciones posteriores, hasta la época bizantina.
C. Schick