El Tío Vania, Chejov

[Djadja Vania]. Drama del ruso Chejov (Antón Pavlovič Čejov, 1860- 1904), estrenado en el «Teatro de Arte» de Moscú en 1899.

Es el drama en el que la idea de la resignación a la vida cotidiana, que constituye el núcleo del teatro de Chejov, logra su más plena y pura expresión. La trama es sencillísima; importante es el am­biente que envuelve a los personajes, crea­do no tanto por los acontecimientos como por los personajes mismos. En torno al tío Vania, hombre todo bondad, modestia y ab­negación, y al célebre profesor Serebriakov, marido de la bella y joven Elena Andreevna, después de enviudar de la hermana del profesor, se forma una atmósfera de hosti­lidad por la misma vecindad en que los dos hombres se encuentran. El tío Vania ha ad­ministrado desde hace años una finca propiedad de una hija del primer matrimonio de Serebriakov, llamada Sonia, y a costa de economías y trabajos ha podido enviar constantemente dinero al profesor, al que toda la familia considera como una celebri­dad. El profesor, durante la acción del dra­ma reside en dicha finca y se halla, o así lo cree, enfermo.

En el campo siente hastío y desearía viajar, por cuyo motivo solicita que sea vendida la posesión que no es suya, para disponer del dinero que necesita. Esta pretensión abre un abismo entre el tío Vania y el profesor, cuya naturaleza egoísta aquél al fin reconoce, ayudado además por el sen­timiento de ternura que siente por la mujer de Serebriakov, víctima de los continuos lamentos y caprichos de su esposo. En un arrebato de cólera, el tío Vania llega hasta disparar contra él, sin herirle. Pero el dra­ma no se manifiesta en este momento cul­minante, sino en la atmósfera que se crea después de esta aparente solución trágica: el ambiente de resignación. El profesor y su mujer se van a la ciudad, y todo continuará como antes; la familia entera (y ante todo el tío Vania y Sonia) se sacrificará por la gloria de Serebriakov, al cual se le enviarán las rentas íntegras de la hacienda. Es, por consiguiente, una vida de cada día y de gente común.

Pero sólo en apariencia: ni el tío Vania ni Sonia son personas vulgares, dada su excepcional fuerza de ánimo y so­bre todo la espiritualización de sus acciones más elementales. [Trad. española de Vicente S. Medina y José Carbó (Madrid, 1929)].

E. Lo Gatto