Comedia en tres actos y en prosa de Leandro Fernández de Moratín (1760-1828), acabada en 1801 y representada en 1806. Escrita en una lengua natural a la vez que elegante, sin precedentes en la historia del teatro español, la comedia respira una atmósfera de idilio dieciochesco, sólo turbada a veces por el presagio de nuevos tiempos e ideas.
Dorina Irene, viuda presumida, charlatana y necesitada, ha decidido salir de sus apuros concediendo la mano de su hija Paquita, recién salida del colegio, a don Diego, un anciano señor acaudalado. Paquita, que en el viaje del convento a su casa se ha enamorado del joven y brillante don Carlos, sobrino de don Diego, acepta, dócil como una corderita, el proyecto maternal. Hasta este punto todos los personajes siguen fieles a su tipo tradicional; la madre, obcecada por el espectro de la pobreza, miente con todos y hasta consigo misma, y los dos jóvenes enamorados están lánguidamente resignados al sacrificio de su amor. El personaje verdaderamente nuevo de la comedia es el de don Diego: la perspectiva de pasar los últimos días de su vida junto a la bella juventud de Paquita, le lisonjea, pero no hasta el punto de volverle ciego. Don Diego comprende racionalmente los nuevos tiempos, que la viuda no ve en su torpe miopía de monómana, y que los dos enamorados se contentan con intuir con resignación, y en cuanto se da cuenta del sentimiento que une a los dos jóvenes, desenlaza la situación del modo que la lógica le sugiere, es decir sacrificando su tranquila pasión senil. Del «tirano» potencial e inconsciente sale así el «padre noble», rebosante de humanidad. A. R. Ferrarin
Moratín ha sido el primer poeta cómico que ha dado un carácter lacrimoso y sentimental a un género en que sus antecesores sólo habían querido presentar la ridiculez. (Larra)
Un tipo de comedia nueva y original, que tiene como nota característica la de presentar hábilmente combinadas y equilibradas la tendencia de imitación neoclásica francesa dominante en su tiempo y el carácter genuinamente nacional, que resplandece tanto en los asuntos que desarrolla y los personajes que presenta como en la pintura del ambiente social que en su teatro se refleja. (M. de Montoliu)
Con estos elementos tan sobrios, una serie de psicologías bien estudiadas, un diálogo vivo y punzante en una prosa ágil y castiza, desarrollan una acción en que se unen las gracias del Moliére español con una leve melancolía, musical, esfumante, del hombre que prevé el romanticismo. (A. Valbuena Prat)