El Cuento de Invierno, William Shakespeare

[The Wínter’s Tale]. Comedia en cinco actos, en pro­sa y verso, de William Shakespeare (1564- 1616), escrita probablemente en 1611 y re­presentada en aquel mismo año. Publicada en el infolio de 1623. Su fuente principal es la novela Pandosto o el triunfo del tiem­po (v.) de Robert Greene (1558-1592), reimpresa (1607) con el título de Dorasto y Faunia. El episodio de la estatua viviente le pudo muy bien ser sugerido por la Mu­jer en la Luna [The Wornan in the Moon] de John Lyly (1554-1606), o por las Metamorfosis de la imagen de Pigmalión (1598), de John Marston (1575-1634). Algunos nom­bres de personajes están tomados de la Ar­cadia (v.) de sir Philip Sidney (1554-1586).

El título, «Cuento de Invierno», es sinónimo de cosa a propósito para contarse alrededor del fuego; género de cuento en el que to­man parte los espíritus, cumplimientos de antiguas profecías, fuerza del destino, etc. Leontes, rey de Sicilia, y Hermiona, su vir­tuosa mujer, reciben la visita del rey de Bohemia, Políxenes, que desde la infancia ha estado ligado a Leontes por una amistad fraternal. Asustado por una infundada sos­pecha, Leontes arde de celos contra su amigo; imagina que está de acuerdo con Hermiona, y trata de convencer a Camilo, uno de sus fieles consejeros, para que enve­nene a su huésped. Advertido por el honra­do Camilo, Políxenes huye con él; Leontes ordena aprisionar a Hermiona que en la cárcel da a luz una niña. Paulina, mujer del noble siciliano Antígono, intenta con­mover al rey presentándole a la recién na­cida, pero en vano. El furibundo Leontes ordena a Antígono que abandone a la niña en una playa desierta, porque está conven­cido de que es fruto del adulterio. Manda enviados a Delfos para consultar al orácu­lo acerca de si Hermiona es culpable, y en­tretanto, la hace procesar por alta traición. Durante el proceso, llega la respuesta del oráculo, diciendo que Hermiona y Políxenes son inocentes, que la niña es su hija legíti­ma, y que el rey no tendrá heredero hasta que no sea encontrado lo que se ha perdido.

Apenas Leontes ha terminado de desacre­ditar al oráculo, cuando llega la noticia de la muerte del hijo del rey, el niño Mami- lio, que ha enfermado de tristeza por los malos tratos dados a su madre; al conocer la noticia, Hermiona cae en delirio, y, poco después, Paulina refiere que Hermiona ha muerto y se desata en invectivas contra el tirano. Leontes, minado por el remordi­miento, se inclina ante la sentencia del oráculo, y se prepara a pasar en contrición el resto de su vida. Entretanto, Antígono deja a la niña, llamada Perdita por su tris­te destino, en la playa de Bohemia, y en aquel momento mismo, es devorado por un oso. Perdita, junto a la cual se han co­locado contraseñas y joyas, es encontrada por un pastor, que la cuida. Cuando es ya mayorcita (dieciséis años después), Floricel, hijo del rey de Bohemia, se enamora de ella y la muchacha le corresponde. Políxe­nes descubre el idilio, y, para huir de su ira, Floricel y Perdita, aconsejados por Camilo, huyen a Sicilia y se presentan al rey Leon­tes, como si viniesen enviados por Políxe­nes. Políxenes les sigue, y junto con él, lle­ga a Sicilia el viejo pastor, a cuyo hijo, el «campesino», ha dicho que revele que Perdita no es su hija para evitarse de este modo la ira del rey. Así es que en la corte de Leontes, se desenredan las cosas; pero la alegría que Leontes siente por haber encontrado a su hija, está contrapesada por su llanto por Hermiona.

Paulina se ofrece a mostrarle una estatua que se parece a Hermiona de un modo sorprendente, obra del célebre artista Julio Romano, y, cuando el dolor del rey se exacerba ante su vista, la estatua se revela como Hermiona en car­ne y hueso, pues su muerte fue inventada por Paulina para salvar a la reina la vida. Políxenes consiente en la boda de su hijo con Perdita, al saber que ésta es hija del amigo con quien se ha reconciliado. Las bribonadas y las canciones del vagabundo Autólico (v.) llenan de alegría la segunda mitad del drama; notas cómicas ofrece tam­bién el «campesino», un joven bastante sim­ple. El drama resulta un poco pesado du­rante los tres primeros actos, que mues­tran los efectos de los agudos celos, o más bien, de la enajenación mental de Leontes; pero en esta obra la atención de Shakespea­re no se fija como en Otelo (v.) en la pa­sión del personaje, sino en las peripecias que de ella derivan y la reconciliación fi­nal. El argumento se anima con toda la fabulosa improbabilidad de una novela alejandrina, en la que las aventuras de los personajes no son más convincentes que la geografía del drama, según la cual Bohe­mia está junto al mar y Delfos es una isla (a la orilla de una fuente en la novela de Greene), o de su historia, que hace a Julio Romano contemporáneo del oráculo de Del­fos. Pero el acto cuarto, con el amor puro de Floricel por la muchacha, cuya nobleza se hace patente aun en su humilde condi­ción de pastorcilla, con la fiesta del esqui­leo y las payasadas de Autólico, es muy digno de la mano que, casi al mismo tiem­po, escribió La Tempestad. [Trad. en verso de Guillermo Macpherson, en Obras esco­gidas, tomo V (Madrid, 1904). La mejor versión en prosa es la de Luis Astrana Ma­rín, en Obras completas (Madrid, 1933)].

M. Praz

Shakespeare, que tenía tanto que decir, a veces empleó su poesía para no decir nada. (Housman)

En el Cuento de Invierno, todo: la len­gua, la construcción y el motivo esencial semejan estar absorbidos en el aire tran­quilo de las lontananzas y del silencio me­ridiano, todo se hace más seguro en su sol­tura, falta la fuerte respiración del fugi­tivo y la amargura del desterrado, falta el peso del bagaje extranjero, parece como si Shakespeare hubiera encontrado, al fin, mo­rada y reposo para su espíritu. (Gundolf)

Estas comedias novelescas rebosan de in­trincados episodios, llenos de gracia y gen­tileza; resuenan de melódicos cantos que efunden los motivos idílicos y son una es­pecie de poesía rústica, bucólica y pastoril de Shakespeare, en gran medida superiores por sus conmovidos acentos, a las de sus contemporáneos italianos y españoles; y no sólo a los Pastor Fido me refiero, sino tam­bién a las Amintas, porque Shakespeare lo­gra injertar en lo convencional y artificioso de los modelos, la dulzura y alegría de su corazón. (B. Croce)