[Das Schloss]. Novela alemana de Franz Kafka (1883-1924), publicada póstumamente en 1926. Un hombre, el agrimensor K., llega una tarde a un pueblo gobernado por un mítico conde que vive en un gran castillo sobre la colina. K. quiere establecerse para siempre en las tierras del conde y ejercer su profesión. Pero las dificultades con que tropieza desde el principio superan todo lo esperado. Por una parte, el castillo se revela poco a poco a los ojos de K. como la sede de una monstruosa y hostil burocracia, donde innumerables cuadrillas de señores y funcionarios, jerárquicamente ordenados, mueven noche y día la maquinaria de la administración del pueblo según leyes que frecuentemente ofenden la razón y la moral humanas. Por otra parte, los habitantes del pueblo, que aceptan como cosa natural las absurdas leyes del castillo, alejan a K. de sus casas, le esquivan como si fuera un loco o un niño que puede dañarles inconscientemente y se envuelven en una red de alusiones, gestos y sonrisas que él, forastero, no logra comprender. Sin embargo, K. se aferra a todo con indómita tenacidad, con los ojos siempre fijos en el castillo, o, mejor, en uno de los muchos señores que viven en él, Klamm, el cual representa para K. la irresistible fascinación del castillo.
Pero todos los caminos, que sigue son una equivocación. Cuando Frieda, la joven a quien ha seducido porque gozaba los favores de Klamm, y con la que quiere casarse, le abandona, K. siente que ha perdido para siempre la partida. Cansado y soñoliento, la misma noche en que Frieda lo deja, entra casualmente en una habitación de la posada donde los señores se alojan cuando bajan al pueblo, y allí precisamente, por primera vez, un funcionario le habla con benevolencia y se ofrece a ayudarle: pero K. duerme y no oye. Aquí la novela se interrumpe. Debía terminar con una escena en la que K., extenuado por los esfuerzos, moribundo, ante todo el pueblo reunido, recibe del castillo la noticia de que, a pesar de no tener derecho, está autorizado a quedarse en el pueblo y a trabajar, en virtud de alguna circunstancia accesoria. La nota característica de la novela, como en todos los escritos de Kafka, reside en lo que podría llamarse el «cortocircuito» entre lo enormemente pequeño del símbolo y lo inmensamente grande de la realidad simbolizada, entre el minucioso modelado de la forma y las infinitas cuerdas armónicas que las imágenes hacen resonar en el ánimo del lector, entre la angustia de los ambientes descritos y la religiosa grandeza de la partida empeñada entre hombre y Dios, hombre y sociedad, hombre y no hombre; contraposición que es el origen de la desesperada ironía de Kafka. Pero una sola interpretación simbólica no puede nunca agotar el mundo de Kafka; es éste un mundo que se forma en una zona oscura y profunda donde no existen esquemas. Por eso la novela es también la aventura del hombre que quiere trascender de su propia persona y fundirse en la comunidad; es asimismo la aventura del judío que lucha para ser .asimilado por el pueblo en que reside; y es, sobre todo y antes que todo, la aventura del agrimensor K., de un hombre que combate rudamente por una profesión y un hogar, por un puesto en la sociedad, desde el cual sea posible intentar llegar a Dios.
L. Foá