Es una de las composiciones más notables del músico ruso Alexander Porfir’evic Borodin (1834-1887). Compuesto de cuatro tiempos (primer tiempo, «scherzo», nocturno y final), recuerda el credo estético del grupo de los «cinco», al que Borodin pertenecía, que halló en el folklore ruso los temas para la creación de un arte nacional.
Los desarrollos que en los clásicos ejemplos de Haydn o de Beethoven son un lógico discurso que conduce de una tonalidad a otra y de una a otra idea, son en el Cuarteto de Borodin muy a menudo forzados; a veces estos trozos de enlace son verdaderas repeticiones íntegras de la misma idea o del mismo trazo rítmico, de modo que dé siempre una sensación rapsódica. Los motivos temáticos, de origen popular, resultan siempre de fresca invención. El primer tiempo está construido sobre tres ideas, que se desarrollan en diversos episodios hasta llegar al tono de «re menor» en que se vuelve a oír íntegramente la primera idea, la cual, entrelazada después con la tercera y la segunda, da lugar a un nuevo período de desarrollo con el que se vuelve al tono inicial. El segundo tiempo, «Scherzo», resulta de gran efecto; está conducido sobre dos ideas principales: una inicial de carácter rítmico, y otra brevísima de carácter melódico; toda su escritura, intencionadamente efectista y conducida con gran habilidad, muestra una de las páginas más brillantes del repertorio del cuarteto. Hace buen contraste el tercer tiempo, «nocturno», muy sereno al principio y en el que el violonchelo, sobre armonías sincopadas de la viola y del segundo violín, propone una larga idea (32 compases) de carácter triste, casi angustiado, que es repetida luego por el primer violín.
Con este episodio se enlaza una parte más agitada, rítmicamente más rica, para volver al tema inicial, donde la primera idea, otra vez propuesta por el violonchelo, es imitada, en canon a una cuarta de distancia, por el primer violín, y todavía, después, vuelta a proponer por éste e imitada, en canon menos riguroso, por el segundo violín. Todavía vuelven a presentarse miembros de la primera y de la segunda idea hasta el final, lleno de calma. Al color ruso se une aquí mucho el color general de la música romántica, de la cual este nocturno es típico ejemplo. El final se inicia con veinte compases de introducción, en los cuales están expuestos miembros de los temas, que en forma de fugado, son presentados inmediatamente después; sin embargo, el autor se libera pronto de esta forma para confiar al primer violín una parte melódica, y a los demás instrumentos el relleno armónico. Aunque sus partes se entrelacen, el interés de esta obra no se convierte nunca puramente en contrapuntístico, porque está basado sobre un diseño melódico y un color armónico. Reanudando la idea inicial, Borodin interrumpe a menudo la composición con la repetición homófona de los fragmentos del tema, para volver a enlazar, por medio de nuevos diseños, hasta la repetición en que, por última vez, aprovecha este procedimiento, y dirigirse con un «crescendo» dinámico e intenso hacia la conclusión. Son de notar, en este último tiempo, algunas sonoridades acertadísimas, también desde el punto de vista de las exigencias del cuarteto.
R. Malipiero